viernes, 2 de octubre de 2020

Mi profesor marxista


Estaba en mi último tramo de carrera, la materia era "Crecimiento Económico". El profesor, un marxista de paladar negro. 

Recuerdo que el enfoque que le había dado a la materia me había sorprendido y continué una relación académica más allá de ella (la cual aprobé con muy buen puntaje). Un día lluvioso este profesor me envía un SMS a mi celular (no existía WhatsApp ni nada parecido) solicitándome si no podía ir a buscar a la Universidad dos facturas que tenía atrasadas -por agenda no había podido ir a retirarlas- y llevárselas a su domicilio. Con gusto accedí y supuse que podría aprovechar la ocasión para sacar un par de dudas teóricas respecto de mi proyecto de tesis; teníamos una relación asequible a que tal situación pudiera darse, al menos eso pensé. Al otro día, aun con más lluvia, me levanté temprano y me desplacé desde La Plata hasta Quilmes -recuerdo que fui leyendo con ansias parte de los libros a partir de los cuales tenía mis dudas-, retiré las facturas y nuevamente tomé el tren hasta Buenos Aires para tomar un colectivo hasta Avenida Libertador y Tagle, zona donde vivía este profesor. Cuando llegué a la dirección precisa me sorprendió un tanto la opulencia del edificio (no por la opulencia en sí sino por lo que había interpretado del profesor a partir de lo que éste había mostrado al respecto de tal atributo y su posicionamiento teórico y educativo en términos de tales símbolos). La tormenta arreciaba cuando toqué el portero y me acomodé para ingresar al hall del edificio, sin embargo una voz gruesa (era la voz del profesor) contesta: "Hola Jorge, muchas gracias, podés dejarle las facturas al conserje, te mandé un SMS" (con un tono y un corte que no me permitió siquiera intentar la pregunta sobre mi duda teórica, mi tesis o nada que se le parezca). Abrí la tapa de mi celular y vi el mensaje: "Cuando llegues déjale las facturas al conserje, gracias". 

Tuve un instante -tal vez hayan sido milésimas de segundo- en el que mi garganta se cerró y se secó, aunque esa sensación se quebró cuando vi al conserje acercarse a la puerta y solicitarme las facturas "sos Jorge? Me puedes dar las facturas que yo las entrego". "Sí sí, perdón, aquí están". Y sacándolas entre las gotas que caían del paraguas y mi piloto, logré entregarlas sin mojar el sobre en el que estaban contenidas. La puerta del edificio se cerró, abrí el paraguas nuevamente y comencé a caminar. En esa vereda advertí que de continuar mi relación académica con esa persona mi camino no iba a ser un camino de rosas sino de espinas; sin dudas iba a ser una verdadera relación de explotación (de las que tanto ese sujeto abominaba en sus clases). 

Hasta ese momento de mi vida ya había conocido lo que era trabajar como repositor de supermercado, playero de estación de servicio, instalador de alarmas, cortador de telas en una mueblería y hasta lijador de superficies para preparación de pintura -entre otras cosas-. Pero también, tal vez por mi condición de orfandad temprana, había conocido lo que en la jerga se denomina como "la calle". Y puedo asegurar que de eso tengo de sobra. 

Con la suerte de poseer esos atributos pude sortear indemne esos primeros minutos de indignidad ante la situación generada por esa voz metálica que había salido del parlante de ese portero. Y así continué caminando mientras contaba mentalmente el dinero que quedaba en mi billetera (por aquel entonces no disponía de dinero suficiente como para relajarme en cálculos de gastos y hasta un café en esa zona era un gusto sofisticado para el cual debía calcular si podía acceder). Mis cálculos fueron correctos y entré a un bar para guarecerme unos minutos y tomar un café americano con dos medialunas (pequeño lujo en esa tormentosa mañana que ya se acercaba a mediodía). 

Creo que fue ese bar (no recuerdo el nombre ni la ubicación precisa) el lugar en el que terminé de captar la esencia del marxismo y sus representantes académicos, políticos, teóricos y prácticos. Lo había sospechado siempre, pero era en ese momento preciso que lo estaba viviendo y eso me empujó a caer en cuenta de qué se trataba todo eso de la ideología y la voluntad política de cambiar el mundo mediante ideales superiores en términos de ciencia e historia. 

Todo aquello no era más que un ropaje de engaño mediante el cual las personas más horrendas e inhumanas cubren su inutilidad para vivir cómodamente a expensas de otras. Y eso no me lo olvidaré jamás. Porque, a partir de ese día, día tras día lo comprobé: Jamás conocí un marxista que fuera útil y buena persona a la vez.





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