viernes, 28 de septiembre de 2012

CRISTINA Y SUS PARÁMETROS

Hace algunas horas la presidente Cristina Fernández de Kirchner ha dado apertura a la cátedra Argentina en la Universidad Georgetown de Estados Unidos. El momento fue esperado con ansias, entre otras cosas, por la posibilidad de la que dispondrían los alumnos de hacer preguntas a nuestra mandataria, alternativa virtualmente vedada en el contexto local más allá de algunos intercambios pasajeros y efímeros al ingreso o salida de algún acto de gobierno.

La presidente argentina en el grueso de las respuestas no abordó los puntos que se le habían solicitado en las preguntas, fue un compendio de giros y rodeos para salvar los conceptos que forman el núcleo duro de las decisiones económicas que su gestión viene profundizando. Si bien en la conferencia se habló de ciclos históricos y políticos, nos interesa aquí resaltar dos puntos importantes que tienen que ver con el dinero y el tipo de cambio. Se pretende explicar parte de las inconsistencias que aparecen en los argumentos oficiales de política económica, a la vez que mostrar ciertos aspectos de la dinámica que obtura el poder de compra de los ciudadanos cuyos ingresos descansan en salarios -a la vez que los mantienen en una ficción de mejora-, mediante licuación por efectos inflacionarios.

En un momento de la argumentación Cristina Fernández recordó y fustigó el período de convertibilidad, indicó que es irrisorio pensar un dólar equivalente a un peso como anclaje nominal; las diferencias de las estructuras económicas que una y otra moneda representan es el argumento central para negar aquella equivalencia. Si bien posee veracidad tal conclusión, en ella tan solo se observó una parte de la película, la estática. Lo importante como anclaje entre las monedas y que pone en alarma la imposibilidad de igualación entre economías con diferencias estructurales tan agudas, no es el número en sí, sino la dinámica y la variación de aquello que el número representa. La visión cobra otra cualidad incorporando parámetros dinámicos y ahí lo que ingresa como aspecto determinante es el tiempo.

Cada moneda representa, sintéticamente, la productividad del ciclo de negocios y de bienes y servicios de una economía en términos de la otra; mantener inamovible a lo largo del tiempo el tipo de cambio entre dos monedas quiere decir que la productividad del ciclo de producción de esas economías, en ese mismo tiempo, no ha variado. Por ejemplo, un peso representa en una economía 10 productos de 10 centavos, y un dólar representa en otra 10 productos de 10 centavos de dólar. Si luego de diez años la economía que representa dólares ha multiplicado la productividad y ahora ha creado 20 productos, un dólar representará más en términos de bienes y servicios que un peso. Por lo tanto, las personas en el mundo pretenderán obtener dólares y no pesos. Tal vez hemos simplificado el ejemplo en demasía, dado que no se incorpora el efecto de la emisión y el mercado del dinero puntualmente, pero para los fines de la explicación es pertinente y muestra una dinámica que en economía es insoslayable.

Haber mantenido un peso igual un dólar en la década del 90 significó que la productividad media de la República Argentina se incrementó en igual intensidad que la productividad media de Estados Unidos. Y es ahí donde el modelo de convertibilidad falló y debió haber sido ajustada la simetría ya en 1994.

Ahora bien, mantener vía intervención durante un cierto tiempo una paridad nominal sin ajustes -supongamos de 4,5 a 1-, entre dos economías asimétricas como la Argentina y la de Estados Unidos, recrea igualmente el efecto mencionado sobre la convertibilidad.

Solo debemos cambiar el número 1 por el número 4,5 en los billetes y, si se mantiene inamovible esa paridad a lo largo de los meses, estamos esencialmente montados en la misma dinámica que en plena época convertible. Hoy la paridad está apuntalada por otro tipo de intervención, nuevamente un factor exógeno a los determinantes estructurales que definen la paridad de las monedas está obturando la tendencia a sus equilibrios; en algún sentido continuamos en convertibilidad. Argentina en los últimos años ha controlado el mercado cambiario haciendo todo lo posible para anclarlo y dejarlo librado tan solo a pequeños movimientos por temor a la escalada inflacionaria, de esta manera la productividad estructural Argentina es obligada a correr en paralelo a la de Estados Unidos, representada por el dólar. Intentar algo así es como obligar a un niño que comienza a dar sus primeros pasos, a mantener los tiempos de Usain Bolt en la prueba de 100 metros de velocidad. Primera falacia del discurso al descubierto.

En otro momento la presidente hizo referencia a la cantidad de dólares per cápita que poseen los habitantes argentinos, argumentando que los brasileros poseen algo así como 6 dólares y los argentinos alrededor de 1300. Es sencillo confirmar la veracidad de tal aseveración con tan solo multiplicar esos números por la cantidad de habitantes y comparar el resultado con las reservas líquidas de una y otra economía. Haciendo esto podemos ver que el dato para argentina da 52 mil millones de dólares, aunque para Brasil da tan solo mil doscientos. Evidentemente el mundo según Cristina es demasiado feliz.

Para ejemplificar lo que significa manejar los números de la manera que lo hace nuestra presidente y sus asesores, recurriré a un ejemplo sencillo de la cotidianeidad de nuestras vidas. Imaginemos a Rodrigo, un joven de mediana edad que observa los efectos del invierno en su abdomen prominente y decide ir a un gimnasio con la intención de verse bien en este verano que se avecina. El dueño del gimnasio y a sabiendas de la competitividad de los hombres por levantar más y más peso decide, para incrementar su clientela, cambiar los números de las pesas.

Así, los discos que pesan 5 kilogramos los denomina con una inscripción que dice 10 Kgs, a los de 10 con 20 y así para todos los pesos del gimnasio. De ésta forma y al poco tiempo de comenzado el trabajo, Rodrigo encontrará rápidamente que levanta pesos insospechados, se siente fuerte y adentro del gimnasio todo es alegría y vigor; las personas levantan cientos de kilogramos y se van de allí satisfechas a sus hogares.

Pero como la vida no se reduce a un entorno cerrado y simulado en una forma tan acotada y predecible, tarde o temprano llegará el momento en que Rodrigo irá, por caso, a un cumpleaños. Charlando con amigos decide contar que en el gimnasio levanta ciento cincuenta kilogramos en el ejercicio de pecho. Sorprendidos al principio y observando la simetría de su cuerpo, sus amigos descreerán de la afirmación y, con cierta dosis de jactancia, transformarán a nuestro entrañable Rodrigo en el hazmerreír del cumpleaños. Sin embargo, hastiado y con la fuerza del convencimiento, Rodrigo se empuja a redoblar la apuesta. Propone entonces para ir al día siguiente al gimnasio que designen para demostrar su fuerza efectiva.

Llegado el momento colocan sobre sus brazos el rigor de ciento cincuenta VERDADEROS KILOGRAMOS de puro hierro. A sabiendas de la imposibilidad de Rodrigo y “conociendo el paño”, cuidan de no soltar todo el peso sobre la humanidad del entrañable proyecto de atleta, lo hacen lentamente y ven como su cara comienza a emanar gestos de un esfuerzo inconmensurable, cambia la tonalidad del color de la piel a la vez que denota cierta desdicha y desilusión en el movimiento de sus cejas y su frente.

Luego de unos minutos y en medio de intercambios para atemperar el desasosiego de Rodrigo, quitan peso y dejan la barra con 75 kilogramos. Rodrigo se entrega a un nuevo esfuerzo y ve que ahora si, su fuerza se corresponde con el movimiento.

Terminada la experiencia entonces, Rodrigo indica que había sido instruido con otros pesos y otros parámetros, a lo que sus amigos responden que los pesos eran los mismos que aquí cuando elevó el hierro puro, que eso no había cambiado a términos de la física, sino que el dueño del gimnasio a donde había desarrollado su entrenamiento era un mentiroso; que un kilo es eso que tanto le costó aquí y no aquello otro que tan poco sintió allí. Terminan la experiencia de luz que el encuentro permitió con una frase y una amigable palmada de hombro; “Bienvenido a la realidad…”.

Hoy en Argentina los trabajadores están sufriendo el efecto Rodrigo aunque aún no lo han percibido con la contundencia del ejemplo. El dueño del gimnasio (o mejor dicho la dueña) comienza a necesitar cerrar libertades para evitar la socialización y el intercambio económico individual de sus dirigidos con el resto del mundo. Paralelamente, pretende indicar a otros gimnasios que el concepto de peso -la denominación kilogramo-, no es el que a lo largo del tiempo han creído que era y que, en definitiva, todo esto es una construcción fruto de negociaciones y pujas sociopolíticas. Olvida la representación de la producción que tales números conllevan en sí mismos, la cantidad de peso en bienes y servicios que un billete puede levantar y que depende directamente de la productividad del trabajo y del fondo de trabajo acumulado y acumulable de una economía; SU FUERZA.

A diferencia del entrañable Rodrigo nuestra presidente y sus asesores no se atreven a probar sus postulados con el rigor de la experiencia, y es por eso que desdeñan y evitan ser preguntados; se saben interpelados. Saben más que ninguno de nosotros que, a ciencia cierta y con el peso adecuado, la economía argentina mostrará su fuerza como Rodrigo con ciento cincuenta kilogramos en sus frágiles brazos.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

LOS ORÍGENES

Muy claro y reflexivo artículo de Daron Acemoglu publicado en El Cato. Su entrada original aquí.


6 de septiembre de 2012

Los origenes del poder, la prosperidad y la pobreza

por Daron Acemoglu

Daron Acemoglu es Profesor de Economía en el Massachusetts Institute of Technology. Este artículo fue originalmente publicado en el Cato Policy Report (edición Julio/Agosto 2012) y es una adaptación de su discurso en el foro que se realizó en el Cato Institute el 4 de abril de 2012 para presentar el best sellet del New York Times, Why Nations Fail, que co-escribió con James Robinson. Aquí puede descargar esta entrevista en formato PDF.


 
 
¿Qué explica las enormes diferencias en ingreso per cápita que existen alrededor del mundo? La pregunta se ha hecho un sinnúmero de veces. Las brechas de prosperidad que presenciamos en la era moderna son mucho más amplias que aquellas que inspiraron a Adam Smith para escribir La riqueza de las naciones en 1776, que por supuesto fue donde inició la disciplina moderna de la economía.

Mientras que en ese entonces las naciones más ricas eran cuatro o cinco veces más ricas que las más pobres, la diferencia hoy sería de un factor de 40. ¿Por qué ocurre, entonces, que ciertas naciones se distinguen de otras en términos de riqueza y pobreza, salud y enfermedad, alimentación y hambrunas? Las teorías abundan. Si busca en la prensa popular —o incluso en algunas publicaciones académicas respetables como Science and Nature— muy probablemente encontrará artículos que argumentan que los factores geográficos explican estas diferencias. El clima, la calidad de la tierra, las enfermedades, y el ambiente todos han sido presentados como elementos que determinan la prosperidad. Aún así, cuando observamos la evidencia, los factores geográficos no parecen ser así de importantes. Los mismos países que son muy ricos hoy en día alguna vez fueron más pobres que otros habiendo tenido la misma calidad de tierra, por ejemplo.
Una explicación todavía más popular es la importancia de factores culturales. Escuchará, por ejemplo, que es la diferencia entre los católicos y protestantes (como lo argumentaba Max Weber), o tal vez aquella entre los cristianos y los musulmanes y los judeo-cristianos lo que conduce a diferencias económicas. Otros se han enfocado en los valores asiáticos versus los valores no asiáticos, o en diferentes actitudes hacia el trabajo. La importancia de los factores culturales también es una explicación popular de las diferencias que existen entre EE.UU. y las culturas ibéricas de América Latina.

La noción de que un “liderazgo ilustrado” es lo que importa es popular entre académicos y periodistas —lo que implica que los líderes o sus asesores tienen las ideas correctas acerca de lo que conduce a la prosperidad. No es pura casualidad que esto agrade a los economistas, quienes, por supuesto, están en el negocio de desarrollar las mejores políticas micro y macroeconómicas —aquellas que se cree que son tan críticas para el eventual éxito de una nación.

Sin embargo, una vez más, todos estos argumentos parecen tener poco poder explicativo. Recuerden que solamente hace cuatro décadas muchos académicos estaban hablando acerca de los efectos perjudiciales de los valores Confucianos —las mismas características culturales que ahora son mostradas como el fundamento sobre el cual se ha erigido el crecimiento de la China. Mientras que abundan las políticas económicas que condenan a las naciones a la pobreza, pronto será evidente que esas políticas no son adoptadas por error. Son adoptadas intencionalmente. En otras palabras, no es en la ignorancia de sus líderes que deberíamos buscar las causas de su pobreza, sino en sus incentivos. Permítanme explicarles.
Instituciones: Inclusivas versus extractivas

Nuestra teoría se basa en la naturaleza de las instituciones —esto se refiere a las reglas, tanto formales y informales, que gobiernan nuestra vida económica y política. No debería sorprender que hay ciertos grupos de instituciones económicas —los derechos de propiedad, el cumplimiento de los contratos, entre otras— que crean incentivos para las inversiones y la innovación. Esas instituciones, que crean una igualdad de oportunidades mediante las cuales una nación puede desplegar más efectivamente sus talentos, son denominadas como “instituciones económicas inclusivas”.

Las instituciones económicas inclusivas, sin embargo, son la excepción en lugar de ser la norma. Eso ha sido cierto a lo largo de la historia así como también hoy alrededor del mundo. En cambio, muchas naciones hoy en día y en el pasado han operado bajo instituciones extractivas, que no crean derechos de propiedad, no generan un orden legal, no crean ambientes seguros para los contratos ni recompensan la innovación. Estas instituciones seguramente no crean una igualdad de oportunidades y por lo tanto, no promueven un crecimiento económico sostenido.

Como ya he dicho, sin embargo, estas instituciones extractivas no se desarrollan por error. Son diseñadas por los políticamente poderosos para extraer recursos de la masa de la sociedad para el beneficio de unos pocos. Estas instituciones, a su vez, son mantenidas con instituciones políticas extractivas, que concentran el poder en las manos de una élite. Esta élite, esencialmente, diseña, mantiene y se beneficia de estas instituciones extractivas.

Así que la pregunta es: ¿Por qué estas instituciones extractivas florecen y persisten? Aquí es donde la política entra en la ecuación. Cuando las instituciones políticas concentran el poder en las manos de unos pocos, esos grupos que monopolizan el poder político pueden mantener esas instituciones a pesar del hecho de que estas fracasen en crear los incentivos para el crecimiento económico. Permítame ofrecerles un ejemplo.

Estudio de caso: Sudamérica

No hay mejor laboratorio que demuestre como las instituciones extractivas florecen y persisten que el Mundo Nuevo. El continente americano provee un ejemplo brillante para comprender cómo diferentes instituciones se forman, cómo llegan a ser respaldadas por diferentes marcos políticos, y cómo eso, a su vez, conduce a enormes divergencias económicas.

Las instituciones económicas y políticas del Mundo Nuevo han sido en gran medida influenciadas por su experiencia con la colonización que se inició a principios del siglo XVI. Mientras que las historias de Francisco Pizarro y de Hernán Cortés son familiares, quisiera empezar con Juan Díaz de Solís —un español que en 1516 inició la colonización del cono sur de Sudamérica, en lo que hoy se conoce como Argentina y Uruguay. Bajo el liderazgo de de Solís, tres barcos y una tripulación de 70 hombres fundaron la ciudad de Buenos Aires. Argentina y Uruguay han sido tierras fértiles, con un clima que posteriormente se convertiría, durante aproximadamente un siglo, en la base de un ingreso per cápita muy alto debido a la productividad en estas áreas.

La colonización de estas áreas, no obstante, fue un fracaso total —y la razón fue que los españoles llegaron con un modelo determinado de colonización. Este modelo era encontrar oro y plata y, tal vez más importante, capturar y esclavizar a los indios para que estos pudieran trabajar para ellos.
Desafortunadamente, desde el punto de vista de los colonizadores, las poblaciones nativas del área, conocidas como los Charrúas y los Querandí, consistían de bandas pequeñas y móviles de cazadores-recolectores. Su población escasamente densa le dificultaba a los españoles su captura. Tampoco tenían una jerarquía establecida, lo que hacía difícil ejercer coerción sobre ellos para que trabajasen. En cambio, los indios se resistieron —capturando a de Solís y matándolo a golpes antes de que él pudiera plasmarse en los libros de historia como uno de los conquistadores famosos. Para aquellos que permanecieron, no hubo suficientes indios que trabajaran como bestias de carga y, uno por uno, los españoles empezaron a morir conforme la inanición empezó a darse.

El resto de la tripulación se mudó hacia arriba, al territorio que hoy conocemos como Asunción, Paraguay. Allí los conquistadores encontraron otra banda de indios, quienes a primera vista parecían ser similares a los Charrúas y a los Querandí. Los Guaraníes, sin embargo, eran un poco distintos. Vivían en territorios más densamente poblados y ya eran sedentarios. También habían establecido una sociedad jerárquica con una clase élite de príncipes y princesas, mientras que el resto de la población trabajaba para el beneficio de la élite.

Los conquistadores inmediatamente tomaron control de esta jerarquía, ubicándose así mismos como la élite. Algunos de ellos se casaron con las princesas. Pusieron a los Guaraníes a trabajar produciendo comida y, finalmente, lo que quedaba de la tripulación original de de Solís lideró un esfuerzo exitoso de colonización que sobrevivió durante los próximos siglos.

Las instituciones establecidas entre los Guaraníes eran los mismos tipos de instituciones que fueron establecidas en otras partes de América Latina: Instituciones de trabajo forzado con concesiones de tierra para los españoles de la élite. Los indios eran forzados a trabajar por cualquier salario que las élites estuvieran dispuestas a pagar. Estaban constantemente bajo una presión coercitiva —forzados no solo a trabajar sino también a comprar lo que fuese que las elites vendiesen. No debería sorprender que estas instituciones económicas no promovieran el crecimiento económico. Aún así, tampoco debería sorprender que las instituciones políticas que sostenían este sistema persistieran —estableciendo y recreando continuamente unas élites gobernadoras que no promovían el desarrollo económico en América Latina.
Pero la pregunta sigue ahí: ¿Podría haber sido la geografía, la cultura o un liderazgo ilustrado —en vez de los factores institucionales— los que jugaron un papel crítico en los distintos destinos de las dos tripulaciones de exploradores?

Estudio de caso: EE.UU.

Alrededor de mil millas al norte, a principios del siglo XVII, el modelo de la Compañía de Virginia —compuesto de selectos capitanes y aristócratas que fueron enviados a Norteamérica— de hecho era muy similar al modelo de los conquistadores. La Compañía de Virginia también quería oro. También pensaba que podría capturar a los indios y ponerlos a trabajar. Pero desafortunadamente para ellos, la situación que ellos encontraron era similar a lo que los conquistadores experimentaron en Argentina y Uruguay.
Las empresas de sociedad anónima encontraron una banda de indios muy móviles en una zona poco poblada que, una vez más, no estaban dispuestos a trabajar para proveer alimentos para los colonizadores. Los colonizadores entonces atravesaron un período de inanición. Sin embargo, mientras que los españoles tuvieron la opción de mudarse al norte, los capitanes de la Compañía de Virginia no tenían esta opción. No existía una civilización más al norte.

Luego diseñaron una segunda estrategia. Sin la habilidad de esclavizar a los indios y ponerlos a trabajar, decidieron importar la clase más baja de su propia sociedad al Mundo Nuevo bajo un sistema de servidumbre contratada. Para explicar esto, déjeme citar directamente las leyes de la colonia de Jamestown, promulgadas por el gobernador Thomas Gates y su segundo en comando Thomas Dale:
Ningún hombre o mujer escapará de la colonia hacia los indios sin sufrir el dolor de la muerte. Cualquiera que robe un jardín, público o privado o una viña o quien robe choclos será castigado con la muerte. Ningún miembro de la colonia venderá o dará cualquier producto de este territorio a un capitán, navegante, amo, o marinero para transportarlo fuera de la colonia o para su propio uso privado sin sufrir el dolor de la muerte.
Dos cosas se vuelven inmediatamente aparentes al leer estas leyes. En primer lugar, contrario a la imagen que las colonias inglesas algunas veces invocan, la colonia de Jamestown que se le asignó a la Compañía de Virginia establecer no era un lugar feliz y fundamentado en consensos. Prácticamente cualquier cosa que los colonizadores podían hacer era castigable con la muerte. En segundo lugar, la compañía se topó con verdaderos problemas que eran motivo de preocupación —particularmente, que era extraordinariamente difícil prevenir que los colonizadores que ellos importaron para conformar la clase más baja se escaparan o se involucraran en el comercio exterior. La Compañía de Virginia, por lo tanto, luchó para hacer cumplir este sistema durante algunos años más, pero al final decidieron que no había manera práctica de inyectar esta clase más baja en su sociedad.

Finalmente, se les ocurrió una tercera estrategia —una muy radical y en la que la única opción que les quedaba era ofrecerle incentivos económicos a los colonizadores. Esto derivó en lo que se conoce como el sistema de reparto de tierras por cabeza (headright system), que fue establecido en Jamestown en 1618. Esencialmente, cada colonizador recibió un título legal sobre un terreno, por el cual tenían que trabajar para asegurar los derechos de propiedad sobre ese terreno. Pero todavía había un problema. ¿Cómo podían estar seguros los colonizadores de que tenían derechos asegurados sobre esa propiedad, particularmente en un ambiente en el que un choclo robado era castigable con la muerte?

El año inmediatamente después, para que estos incentivos económicos fuesen creíbles, la Asamblea General ofreció a los colonizadores derechos políticos también. Esto, en efecto, les permitió avanzar más allá de la clase más baja de la sociedad, hacia un aposición desde la cual ellos estarían tomando sus propias decisiones mediante instituciones políticas más inclusivas.

Lecciones

Estos ejemplos históricos ilustran algunas lecciones importantes. La primera es que hay una retroalimentación clara y positiva entre las instituciones económicas y políticas que son inclusivas. Las instituciones económicas inclusivas no solamente conducen más al crecimiento económico que las extractivas. También están respaldas por, y respaldan a, instituciones políticas inclusivas, que distribuyen el poder político ampliamente, mientras que todavía logran algo de centralización política como para poder establecer un orden legal, los fundamentos de unos derechos de propiedad seguros y una economía de mercado inclusiva.
En segundo lugar, este ejemplo ilustra que ninguna de las teorías alternativas tiene mucho poder explicativo. Las grandes disparidades en la prosperidad que existen alrededor nuestro hoy en día se gestaron en gran medida a principios de los siglos XIX y XX. Pero, ¿Por qué se formaron? Los ejemplos que hemos considerado nos dan algunas pistas.

No fue la geografía lo que causó la diferencia entre el Sur y el Norte de América. Incluso, gran parte de Sudamérica tenía una mayor productividad agrícola, respaldando una mayor densidad poblacional al momento de la colonización. Pero Sudamérica resultó siendo más pobre que Norteamérica. Esta inversión no puede ser explicada por el impacto de los factores geográficos. Tampoco fue algo cultural. De hecho, es notable qué tan similares eran los objetivos y los métodos escogidos por los colonizadores españoles e ingleses. Aún si su religión y cultura eran distintas, perseguían lo mismo y tenían los mismos métodos para obtenerlo. Pero las condiciones en el contexto local implicaron que los españoles pudieron lograr sus objetivos y los ingleses no. Y la divergencia no estaba relacionada con un liderazgo ilustrado. De hecho, los líderes españoles fueron más exitosos porque lograron lo que pretendían. La Compañía de Virginia, Thomas Dale y Thomas Gates no lo lograron.

En cambio, la causa de raíz de la divergencia entre el Sur y el Norte de América está en las distintas instituciones económicas y políticas que se desarrollaron en esos territorios. Como los españoles fueron exitosos en establecer instituciones extractivas para enriquecerse así mismos y al rey, el desarrollo económico a largo plazo de gran parte de su imperio fue obstaculizado. Como los ingleses fracasaron en establecer instituciones extractivas similares —y en cambio se empezaron a desarrollar allí instituciones inclusivas en su lugar— EE.UU. estaría mejor ubicado para aprovechar las nuevas tecnologías y oportunidades económicas que vendrían en el siglo XIX.

La historia del continente americano es ilustrativa porque muestra cómo la trayectoria de las instituciones y del desarrollo económico depende de si las élites dispuestas a establecer instituciones extractivas triunfan o fracasan. Pero las Américas no son completamente representativas del resto del mundo. En muchas otras partes del mundo, las instituciones extractivas no son tan impuestas desde afuera, sino que son creadas por élites domésticas. La parte crucial de la historia, por lo tanto —que mi libro Why Nations Fail (Por qué las naciones fracasan)— es el proceso de cambio institucional.

Conclusión

Una lección clave del marco que presentamos hoy en Why Nations Fail es la importancia de la política. Por supuesto, son las instituciones económicas las que determinan los incentivos económicos y la resultante asignación de los recursos, las inversiones y la innovación. Pero es la política la que determina cómo las instituciones económicas funcionan y cómo estas han evolucionado. La mayoría de las sociedades que padecen bajo instituciones económicas extractivas están así porque el poder político está concentrado en las manos de una élite gobernando bajo instituciones políticas extractivas.

Los sucesos recientes en Oriente Medio en el Norte de África también resaltan el papel de la política. La Primavera Árabe no solo ha agitado a Túnez, donde se inició, sino también a Egipto, Libia, Yemen, Bahréin, y Siria, incluso si los gobiernos en los dos últimos países todavía se agarran al poder. Las raíces del descontento en estos países son económicas y sociales, pero estas, a su vez, están influenciadas por factores políticos. La población en general ha sido reprimida y excluida del poder político durante generaciones. Los manifestantes en la plaza de Tahrir en Egipto comprendían esto y por esta razón demandaban no solamente subsidios o concesiones del régimen existente, sino un cambio político fundamental.

Todo esto implica una conclusión simple pero crítica: No se puede tener éxito económico si no se tiene la política adecuada. Y aquí es donde yace la dificultad, porque no hay una fórmula para obtener la política adecuada. Esto es ilustrado, por ejemplo, por los retos a los que se enfrenta Oriente Medio y el Norte de África —en particular, Egipto y Túnez. ¿Esperamos que triunfe la democracia o el extremismo en Egipto? ¿Acaso los eventos de Tahrir han cambiado la naturaleza de la política irrevocablemente o reemergerá una estructura económica y política similar bajo un disfraz distinto? ¿Le han abierto el camino a un nuevo régimen autoritario bajo el auspicio de la Hermandad Musulmana? Aunque estas preguntas son claves para comprender la trayectoria económica de la región, las respuestas inequívocas no son posibles. Solamente los detalles de la política y de cómo el camino contingente de la historia se desenvolverá son lo que determinará qué tan exitosas política y económicamente serán estas naciones.

martes, 4 de septiembre de 2012

LA VIRTUD DEL EGOÍSMO

En este tramo de una carta de Ayn Rand a John Hospers, podremos encontrar contenido fértil para comprender, y en su defecto comenzar a corregir, esas groseras equivocaciones interpretativas con las que hemos construido la filosofía política de nuestro subdesarrollo.

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 Estimado John,

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Y ahora, consideremos el importantísimo asunto del “egoísmo tradicional”. Tú escribes: “Tradicionalmente, “egoísmo” ha significado actuar exclusivamente por interés propio e ignorar los intereses de cualquier otra persona”. Luego describes al “egoísta tradicional” y me preguntas en qué sentido me llamo a mí misma egoísta. Observa que la descripción que das (la visión tradicional del egoísmo) es la descripción de “Atila”: supone que uno juzga su interés propio de acuerdo al más estrecho rango del momento inmediato, sin ningún contexto, sin ninguna preocupación por el pasado o el futuro, sin tener en cuenta normas, principios, medios o fines, sin ninguna razón por las elecciones, acciones o decisiones de uno; supone que un capricho es el único estándar de valor y el criterio del interés propio, y que un “egoísta” es aquél que actúa en base a sus caprichos. Esa es la premisa que estoy desafiando.

Un egoísta es un hombre que actúa en interés propio. Eso todavía no nos dice cuál es su interés propio. ¿En base a qué se asume entonces que un egoísta juzga o debe juzgar su interés propio basado en el capricho arbitrario del momento? ¿En base a qué se asume que sus intereses son antagónicos o incompatibles con los intereses de otros? ¿En base a qué se asume que las relaciones humanas no tienen ningún valor personal para un hombre, y que un egoísta tiene que ser indiferente a todos los otros seres humanos?¿En base a qué se asume que “Atila” representa el arquetipo del egoísmo? Y ¿por qué es el punto de vista de “Atila” sobre el interés propio tomado como la referencia y la esencia del interés propio?

Como ves, el concepto “tradicional” de egoísmo es un paquete intelectual “cargado”, sin fundamento, injustificado e injustificable: pretende definir sólo la motivación básica de un hombre (el interés propio), y luego procede a prescribir las cosas concretas que supuestamente representan el interés propio de un hombre; y de esa forma sustituye los valores concretos de “Atila” por la abstracción “interés propio”.

Ciertamente, yo mantengo que un egoísta es un hombre que actúa por interés propio, y que el hombre debe actuar por interés propio. Pero el concepto de “interés propio” sólo identifica la motivación de uno, no la naturaleza de los valores que uno debe escoger. La cuestión, por lo tanto, es: ¿cuál es la naturaleza del interés propio del hombre? Puesto que deseos arbitrarios, antojos o caprichos no son un estándar válido de valor ni un criterio del interés propio, un egoísta tiene que tener un estándar racional de valor y un código racional de moralidad para poder, de hecho, lograr su interés propio.

El concepto “tradicional” de egoísmo asume que el standard de un egoísta es: “Mi interés propio consiste en hacer lo que me plazca”. Un borracho, un drogadicto, un loco del volante, todos ellos son hombres que actúan bajo esa norma, y quienes difícilmente podrían ser considerados ejemplos de interés propio. Un neurótico adorador de caprichos que se auto-destruye no es un representante del ego; de hecho, él no tiene ni ego ni intereses, y ciertamente no es su interés propio lo que persigue ni lo que consigue. La idea “tradicional” de egoísmo (con caprichos como norma) es, como hemos demostrado, una contradicción de términos.

El ego del hombre es su mente; el aspecto más importante del egoísmo es la soberanía del propio juicio racional de un individuo, y su derecho a vivir guiado por ese juicio. Pero ese es precisamente el aspecto que la visión “tradicional” del egoísmo ignora y niega: considera “egoístas” únicamente las satisfacciones físicas momentáneas de un bruto. Por ejemplo, considera la preocupación de un hombre con problemas sociales o políticos como siendo algo “desinteresado”. Es absurdo pretender que el tipo de sociedad en la que un hombre vive no afecta de ninguna forma a su interés propio: existe una diferencia crucial para él dependiendo de si vive en un país libre o en una dictadura totalitaria. Pero el concepto “tradicional” de egoísmo no le permite un punto de vista tan amplio a su interés propio.

Es obvio que el concepto “tradicional” es un vestigio y una secuela de la filosofía del “Hechicero”: considera a “Atila” práctico y al mismo tiempo pretende someterle a él, y al resto de los hombres, por medio de la culpa.

En primer lugar, afirma que “el interés propio” consiste exclusivamente en la maldad bruta, y luego condena todas las formas de interés propio por ser malvadas.

El error (o el fraude) más desastroso en la historia de la ética es el diagnóstico moral de las acciones criminales: los moralistas tradicionales sostienen que la maldad de un ladrón o de un asesino consiste en el hecho de actuar en “interés propio”, sin reconocer que su maldad reside en su elección de valores, en qué decidieron considerar su interés propio.

Puedes ver fácilmente las consecuencias de esa diferencia: si el “interés propio” es el elemento que hace que el crimen sea malvado, entonces el robo, la tortura, el asesinato y una masacre masiva no son malvados si se cometen en interés de otros. Y ese es precisamente el concepto moral a través del cual todos los horrores de las dictaduras modernas están siendo aceptados, tolerados, perdonados y justificados hoy día.

La visión “tradicional” del egoísmo no diferencia ni puede diferenciar a un productor de un saqueador: ambos son hombres actuando por cuenta de y basados en lo que cada uno de ellos considera su interés propio. Ese es otro de los síntomas y las secuelas de la filosofía del “Hechicero”: un Hechicero no permite en su concepción del universo la posibilidad de la existencia de un productor.

La visión “tradicional” del egoísmo asume que la norma de valor por la que uno juzga el valor de una acción no es un principio, ni una premisa específica, ni un concepto definido de “lo bueno”, sino solamente el beneficiario de una acción. Asume que el beneficiario es una primaria ética y una norma de valor moral: si una acción, independientemente de su naturaleza, se hace con la intención de beneficiarte a ti mismo, entonces eres un egoísta (y, tradicionalmente, malvado); si una acción, independientemente de su naturaleza, tiene como objetivo beneficiar a otros, entonces eres un altruista (y, tradicionalmente, bueno). Esto lleva a todas las malvadas contradicciones de las que hablo en el discurso de Galt.

Mientras la ética siga siendo la provincia del misticismo y el subjetivismo, mientras la ética continúe estando basada, en última instancia, en el capricho (el capricho de Dios, de la sociedad o de uno mismo), mientras los valores morales no hayan sido objetiva y racionalmente justificados, entonces los deseos del hombre han de ser tomados como primarias irreducibles, y la cuestión moral básica tiene que ser: los deseos ¿de quién? ¿los tuyos o los de tus vecinos? (Ver páginas 30-31 de mi artículo sobre “La Ética Objetivista”, el pasaje que trata del tema del hedonismo ético.) Es la irracionalidad, el primitivismo y la superficialidad del enfoque tradicional lo que estoy desafiando.

La tarea de la ética es decirles a los hombres cómo vivir. Dado que ni el interés propio ni la felicidad ni la supervivencia pueden lograrse por movimientos al azar o caprichos arbitrarios, es la tarea de la ética el definir los principios por los cuales el hombre ha de juzgar y elegir sus valores, intereses, metas y acciones. (Sólo la visión ética de un místico o un Hechicero afirmaría que el hombre puede vivir y actuar bajo la guía de sus deseos o de valores elegidos arbitrariamente, es decir: valores divorciados de o opuestos a los hechos de la realidad con la que tiene que tratar.) Por lo tanto, la primera pregunta en ética es: ¿Qué son valores y por qué los necesita el hombre? La respuesta a esa pregunta nos dirá qué valores el hombre debe escoger y por qué.

Tú conoces el fundamento y la validación de la Ética Objetivista; sabes por qué el derecho del hombre a existir por sí mismo no es una elección arbitraria y “egoísta”, sino una necesidad metafísica derivada no sólo de la naturaleza del hombre, sino de la naturaleza de la vida, es decir: de todos los organismos vivos, y por qué el código moral específico que requiere la existencia del hombre es necesario por su naturaleza como organismo vivo cuyo principal medio de supervivencia es la razón.

Por lo tanto, el interés propio de un hombre no debe estar determinado por sus deseos o caprichos arbitrarios, sino por los principios de un código moral objetivo. El hombre debe perseguir su propio interés, pero únicamente bajo la guía de ese código, por la razón, y en el marco de dicho código. Los derechos morales y las exigencias que se derivan de ese código están basados en su naturaleza como ser racional, y no pueden ser extendidos hasta incluir sus opuestos; una exigencia irracional se invalida a sí misma al negar la base de las demandas morales o los derechos del hombre (por caer en la falacia del “concepto robado”). El derecho a existir y a perseguir su propia felicidad no le da al hombre el derecho a actuar de forma irracional o a perseguir objetivos contradictorios, contraproducentes y auto-destructivos. La racionalidad exige que el hombre escoja sus objetivos en el contexto completo e integrado de todo el conocimiento relevante del que dispone; le prohíbe las contradicciones, las evasiones, el culto al capricho y el ignorar el contexto.

Un hombre racional tiene que reconocer que la razón no permite creencias o valores arbitrarios o subjetivos, y que el valor que él le atribuye a su propia vida y su derecho objetivo a ese valor están basados en la naturaleza de la vida en general y de la vida humana en particular; por lo tanto, si valora su propia vida, él ha de reconocer el derecho de todos los seres humanos a valorar sus propias vidas de la misma manera, por las mismas razones y en los mismos términos. Si él considera que mantener su propia vida por su propio esfuerzo y lograr su propia felicidad es su objetivo principal, entonces tiene que concederles el mismo derecho a los demás; si no se lo concede, entonces es culpable de una contradicción y no puede exigir ninguna validez racional para su propio derecho. Si él reconoce que vivir entre otros hombres (en una sociedad libre) es en su interés propio, no puede ser ciegamente indiferente a otros hombres, o “negarse a levantar un dedo para salvar una vida humana.” Su autoestima y su interés propio son la raíz de su benevolencia hacia los demás. (Pero si los hombres le esclavizan para servir las necesidades de una sociedad colectivista, entonces esa raíz desaparecería y es cuando sentiría indiferencia, odio o desprecio por los demás.) Al perseguir su propio interés racional, no establece sus valores y sus metas por antojo o por lo que se le ocurre en cada momento; por tanto, sabe que no es en su interés propio – y que tampoco es moral ni práctico – robar, engañar, defraudar o asesinar a otros; y sabe también que no debe buscar lo inmerecido, es decir: tratar de obtener un valor producido por otros, o que pertenece a otros, sin tener su consentimiento voluntario y sin ofrecerles un valor a cambio. Si alega su derecho a la independencia, no puede vivir como un parásito del trabajo productivo de los demás (el comercio no es dependencia; la caridad y el robo sí lo son). Él elige y persigue sólo aquellos objetivos que puede conseguir con su propio esfuerzo; no necesita a otros ni depende de ellos en ningún aspecto fundamental de su vida. Y, sobre todo, mantiene la soberanía independiente de su propio juicio como su única guía.

Esta, en su más breve esencia, es la visión Objetivista del egoísmo. Es en este sentido en el que Roark, Galt y yo somos egoístas puros.

Para resumir lo anterior: hay dos preguntas en ética que los moralistas tradicionales agrupan en un paquete indiferenciado: a) ¿Qué son valores? y b) ¿Quién debe ser el beneficiario de los valores? Dado que todos los valores han de ser adquiridos y / o mantenidos por las acciones de los hombres, cualquier brecha entre actor y beneficiario requiere una injusticia: el sacrificio de unos hombres a otros, de los que actúan o producen a los que se benefician. Nada puede jamás justificar o validar tal brecha. Por lo tanto, la Ética Objetivista sostiene que el actor siempre ha de ser el beneficiario de la acción – que el hombre debe actuar en su propio interés – pero que ese derecho se deriva de la naturaleza de los valores y de la naturaleza del hombre, y que, por lo tanto, solamente es aplicable en el contexto de un código de valores moral y racional, demostrado y validado objetivamente, lo que determina el interés propio racional.