jueves, 3 de julio de 2014

Historias de pañuelos.

Cuando se menciona el concepto de "terrorismo de Estado", no se piensa en el Estado atentando contra civiles; no se capta el concepto en esa dimensión. Partiendo desde ahí, se hace difícil -por no decir imposible- alcanzar el grado de consciencia necesario para comprender en toda su dimensión la función del Estado en la historia. Por el contrario, se realimenta la creencia sobre los hechos de aquel proceso como una acción ideológica liberal, premeditada para dañarnos. Ahí la gran falacia de todo esto.

Partiendo desde ese lugar, no soy de los que acostumbran a repetir como loro lo que me sugieren sutilmente -o me indican con mayor vehemencia-, que repita, intento no adorar iconografías tiradas de los pelos. Menos aún, cuando se lo pretende hacer desde una imposición burocrática institucional pergeñada por personas que considero de condición social e intelectual que no está a mi altura, sino a mis pies -y no lo estoy midiendo en términos de dinero precisamente-.

En la década de 1970 -y antes- hubo una corriente política que pretendió cambiar todo orden establecido para subvertir los valores del sistema imperante hasta entonces. Para ello se valieron de todo tipo de acciones para ejercer presión con el objetivo de LLEGAR AL ESTADO -par obtener el poder legal y legítimo necesario- , y desde ahí, IMPONER A TODA LA SOCIEDAD lo que consideraban, DEBÍA SER IMPUESTO. Enfrente encontraron una resistencia que, protegiendo los valores preestablecidos, cometió DESDE EL ESTADO, todo tipo de vejaciones y atropellos: PERO LA PUJA FUE PARA APODERARSE DEL ESTADO EN POS DE ADQUIRIR EL MONOPOLIO DEL PODER LEGAL Y UTILIZARLO EN BENEFICIO PROPIO SOBRE LA BASE DE SUS PROPIAS IDENTIDADES Y CREENCIAS PARA EMPUJAR UNA IMPOSICIÓN SIN EXPLICACIONES.

EL PROBLEMA FUE POR Y DESDE EL ESTADO. EL LIBERALISMO Y EL MERCADO NO TUVIERON NADA QUE VER EN TODO ESO.

En medio de esas pujas hubo una ciudadanía que asistió al proceso pasando de la sorpresa a la indiferencia, aunque siempre trabajando; su única fuente de vida era el fruto de su esfuerzo cotidiano y no la utilización del poder para definir la vida de los otros. Esa ciudadanía también tuvo sus muertos, desintegrados en bombas que estallaban sin previo aviso o en medio de un fuego cruzado que comenzaba de la nada y se extinguía en un abrir y cerrar de ojos. Sobre esos muertos hasta hoy nadie ha propuesto un reparo, un pensamiento, una búsqueda de memoria, verdad y justicia: Absolutamente nada. Cuando se mencionan esas vidas extinguidas, las respuestas son ataques que sostienen que mencionarlas es indigno, que quien las menciona estaría faltando al compromiso con unos "supuestos valores superiores" -valores que por cierto nunca se expresan con la suficiente claridad para que finalmente sean captados por todos los ciudadanos-. Las facciones en pugna consideraron esas muertes como coletazos de la lucha por la búsqueda de un fin superior; no valían nada ayer y no valen nada hoy. Y así las pérdidas de vidas de ciudadanos en sus lugares de trabajo o en las puertas de sus domicilios al regreso, víctimas de la inseguridad, no valen nada. PERO POR MÁS QUE LO QUIERAN HACER POR IMPOSICIÓN, HAY UN LUGAR EN DONDE NO PASARÁN: El DOLOR NO SE EXTINGUE.

Finalmente entonces, en medio de toda esta maraña de falsedades, olvidos y medias verdades, nuevamente digo: SOLO VOY A RESPETAR TU PAÑUELO CUANDO RESPETES LA MEMORIA, LA VERDAD Y LA JUSTICIA. SOLO VOY A RESPETAR TU PAÑUELO CUANDO RESPETES MI LIBERTAD.