miércoles, 22 de agosto de 2012

MISERABLES














Hace instantes se ha llevado a cabo un recordatorio por las víctimas de la tragedia de once. Hubo artistas que se acercaron a dar apoyo a las víctimas; Leo García, Ingrid Pellicor, Rubén Stella y Manuel Callao, entre otros, estuvieron allí. También se acercaron otras instituciones ciudadanas que han sufrido el flagelo de la desidia; Madres del dolor víctimas de la delincuencia, Madres de víctimas de accidentes de tránsito, Víctimas de Cromagnon, Tren de los pueblos y FUDESA. Brillaron por su ausencia las clásicas asistencias en tanto compromiso social de León Gieco, Fito Páez, Victor Heredia, Teresa Parodi entre otros...

Es por todos conocido que este grupo de personas vive más allá de su arte y es el calce político el complemento que ha marcado sus carreras. Es probable entonces barruntar el motivo por el cual se hicieron presentes con su ausencia; la esencia de un modesto lugar común se deja ver en la apariencia del slogan que explicaría la escisión de estos artistas. Es muy probable que no hayan querido formar parte de una "agenda opositora", tampoco de "hacerle el juego a la derecha". De esta manera y dimanando pequeñas miserias, intentan minimizar las posibilidades de conectar este sufrir ciudadano con la fuerza necesaria para potenciar el reclamo de justicia.

Es lamentable que a esta altura de sus vidas y ante el final de sus carreras, construyan la paradoja de verse hasta más dignos argumentando a favor de la vileza mercantil que siempre denunciaron. Haber indicado que no asistían por falta de pago es un motivo altruista comparado con el envilecimiento ético en el que han caído por enrolarse en la colimba kirchnerisa. Víctor Y León podrían redimirse con el arte y la justicia creando una melodía que agradezca al militar. Con una dosis de sarcasmo podemos argumentar que gracias al estrago castrense realizado desde el estado, dos desafinados cantantes y comunes poetas lograron una vida plagada de lujos, viajes y placer rascando una guitarra y ladrando ante un micrófono.

Poseedores de una ideología berreta y acomodaticia hace unas décadas ladraban de lejos a la bestia capitalista, para pasar luego a ser un tierno bocado que alimentó al sistema. Con una entereza endeble no afrontaron ni sus propias contradicciones, las comerciaron. Si suponemos al capitalismo como un cuerpo humano podemos imaginar el lugar que esta gente ha construido para mantener a resguardo sus ambiciones y en el cual desarrollan sus deberes; el humedal que se esconde debajo del tejido cutáneo que conforma una resquebrajada estructura entre los dedos más pequeños de su pié. O sea, equivalen no más que a un grupo de hongos dermatofitos. Aunque vuelan con sus loas contemporáneas cuando las emanan como míseros esputos con los que creen aún, podrán contagiar al sistema de un virus que lo hará fenecer...

Aplauden  y festejan a una llorona a diario mientras que multiplican el silencio de decenas de personas que han quedado solas con sus carteles en el frío anden que extirpó parte de sus vidas. Artistas comprometidos devenidos en malones miserables brindando desde el estado aquello que otrora denunciaron; distracción para encubrir la violación del nuevo genocida, ése que hoy  viste de traje en lugar de uniforme verde, administra subsidios en lugar de armas, y mata con su desidia en lugar de hacerlo con sus torturadores.

Pero el mercado tarde o temprano siempre ajusta a simetría y hoy, a estos cortesanos, provee tan solo gotas del pasado en forma de pequeñas regalías. Es por este parámetro objetivo e inapelable que estos payasos lo detestan, aunque aún cubren su rigor con la limosna del estado, que demás está decir, es el ciudadano quien la entrega. 

Lo ha mostrado una y otra vez con cruda realidad la naturaleza de la acción humana y la historia. Solo falta un tiempo para que llegue el momento de no tener concepto alguno, guión poético ni lugar común con el cual construir un relato que acuse a alguien o algo; sus culpas no tendrán destino, sus dedos no tendrán señal, y sus modestias ya no tendrán egos.

Pero también es cierta otra verdad; siempre hay un boludo alegre dispuesto a escuchar palabras como corporación, neoliberalismo, cipayos y conspiración.