jueves, 27 de julio de 2017

Venezuela y el bloqueo.

En las últimas horas parece haber creciente consenso sobre la necesidad de un bloqueo comercial por parte de EEUU (quita de demanda de petróleo venezolano) para obturar el financiamiento del régimen de Nicolás Maduro.

Solicitar ese tipo de mecanismo para Venezuela por parte de Estados Unidos es replicar un mecanismo ya conocido para el régimen Cubano. Y todos sabemos bastante bien cómo resultó esa experiencia. Lo que se conoció como "El bloqueo" que Estados Unidos en su momento realizó con Cuba, era -con sus más y con sus menos-, básicamente una restricción de comercio con la isla hasta tanto el régimen castrista devolviera lo robado en las expropiaciones (entre otras cosas). Bien, no solo que esa devolución no sucedió nunca, sino que el régimen cubano utilizó el mecanismo comercial estadounidense con la sagacidad suficiente para crear un relato político; Castro -apoyado en no pocos intelectuales y comunicadores de izquierda- pudo hacer creer al mundo que Estaos Unidos lo "había bloqueado".

Luego de ese proceso, la interpretación vulgar y el sentido común del joven universitario de izquierdas, del comunicador social, de gran parte de los intelectuales y políticos, y hasta de la charla de café con el taxista, discurrió de la siguiente manera; solo mencionar la palabra "bloqueo", bastaba para cerrar cualquier mirada crítica del proceso castrista; la imagen que sobrevenía era algo así como la quinta flota estadounidense rodeando a la pobre y solitaria vaca cubana, hasta asfixiarla. Sin embargo se trataba de una decisión unilateral y libre de un país soberano sobre la determinación de dictaminar con quien comerciar y con quien no (la decisión fue acordada por todo el arco de empresarios y personas ligadas al comercio en solidaridad por los empresarios y comerciantes estafados y robados por el régimen cubano y en conjunto con la burocracia pública y bajo ningún punto fue coactiva hacia el interior de Estados Unidos). Cuba SIEMPRE PUDO COMERCIAR CON QUIEN SE LE ANTOJÓ; y de hecho la Unión Soviética era su principal proveedor vía comercio y donativos (armas también, claro está), Asia comunista, África, Latinoamérica y Europa Continental también comerciaban libremente con aquella isla cárcel. Ahora bien, los mismos que hoy piden ese nuevo "bloqueo" a Venezuela, también sostienen que Venezuela está así por la infiltración cubana (cosa ésta que parece ya estar harto demostrada). Entonces va mi punto.

El retiro comercial de EEUU de Venezuela no solo no logrará nada con el régimen de Maduro, sino que brindará el oxígeno simbólico necesario para que el tirano se aferre aún más en el poder y pueda ejecutar aún más a su ciudadanía: con un nuevo relato político, contra un nuevo "fantasma neoliberal" que los acecha. Una nueva respuesta comercial por parte del "Tío Sam" preñará de nuevo sentido a la lucha anti imperialista. Pero no solo logrará eso, también revivirá la estupidez militante del anti imperialismo latinoamericano que, gratamente, pareciera estar en franca extinción.

El régimen venezolano debe implotar por su propia desidia, por su propia incapacidad, por su propia inviabilidad; y con él debe llevarse a la rastra al régimen cubano, claro está. Hay que dejar que toda la potencia de la realidad del proceso económico de la acción humana realice su trabajo. Los regímenes cubano y venezolano representan la inviabilidad del altruismo obligado, del control de la sociedad civil mediante ingeniería social explícita, del colectivismo científicamente programado. Representan todo eso sin ambages, sin embargo, esa verdad aún no pudo revelarse objetivamente y el sentido general aún interpreta esos regímenes como democracias amenazadas que por una cosa u otra no pudieron ser; pero de alguna manera, para el sentido común, continúan siendo algo deseable, posible y viable que tarda en llegar. La posibilidad para que ese sentido general de interpretación absorba finalmente que aquellos no eran los atributos de esos regímenes sino que se trató siempre de una estafa y una inviabilidad manifiesta, está muy cerca.

Pedir que EEUU intervenga cambiando las reglas de juego de una relación comercial es, de alguna manera, proponer una contra natural atención obstétrica para el nacimiento de esa libertad que está próxima a ver la luz.

domingo, 9 de julio de 2017

Explotación Intelectual.


Desde que Marx logró establecer el concepto de plusvalía como elemento válido para entender las relaciones económicas, las relaciones económicas dejaron de ser interpretadas como mutualmente beneficiosas para pasar a ser observadas críticamente como relaciones de dominación. Desde ese momento –o más precisamente desde que Lenin a principios del siglo XX vuelve a traer de las cenizas a ese concepto fenecido en el último tercio del siglo XIX- las orientaciones de política, economía y filosofía política comenzaron a cambiar sus premisas radicalmente; fueron dejando de lado la concepción operativa de sus enunciados para dar paso a una especie de orientación voluntarista en sus conclusiones: la búsqueda de objetivos se transformó en una búsqueda de justicia; las teorías de la distribución, de la renta y su apropiación fueron el inicio de un sinfín de elucubraciones que terminaron derramando sobre otras ramas del conocimiento. La filosofía política comenzó a centrarse en las relaciones de poder, la jurisprudencia a cuestionar la legitimidad de su propio edificio legal y la educación abrió las puertas a la deconstrucción de los paradigmas sobre los cuales educaba (aquí la complejidad se hizo creciente puesto que la educación se iba reconfigurando a la vez que ayudaba a reconfigurar sobre la base de las formaciones que impulsaba). La educación comenzó a gestionarse desde su propia culpa, al creerse elemento utilitario con el cual anteriormente los dominantes habían adoctrinado a los dominados; debía dejar de ser eso para pasar a ser el elemento crítico para lo que se llamó “el cambio social”.


Ha pasado un siglo y las consecuencias de aquella interpretación de las relaciones humanas no parecen ser buenas. Si bien los resultados son dispares y hay países y regiones que se desprendieron de ese lastre hace décadas, también están los que continúan intentando abordar las relaciones económicas y políticas desde ese lugar. Escuchamos hablar cotidianamente de “puja distributiva”, se inunda nuestros sentidos con comparativas entre los que más y los que menos tienen que de nada sirven a efectos del cambio posible que supuestamente promueven. Son estilizaciones que parten de un dogmatismo heredado (y que en muchos casos hasta el propio investigador no tiene consciencia de ello) y terminan siendo poco más que bullying pseudocientífico. ¿De qué sirve a efectos de ser un acervo de conocimiento científico saber que hay mil cuarenta familias que poseen más de 30 millones de dólares? Absolutamente de nada, a lo sumo podrá ser una buena información para quien desee cometer un delito, robar. A los efectos prácticos institucionales podrá servir para ir, expropiar con el rigor de la fuerza pública, distribuir aquella abundancia y no haber promovido ningún cambio real sino tan solo una mejoría transitoria, efímera; todos más cómodos mañana y más pobres y desgraciados después, una vez agotado el ingreso extra. Aunque eso no es todo; empobrecidos pero también transformados en cómplices y partícipes necesarios de un grupo de delincuentes que atentó contra la propiedad de otras personas.

El motivo de este breve escrito es mostrar el peligro que aún subyace en nuestra región, somos de aquellos países que aún no logra quitarse este lastre de encima. Si usted observa la imagen que acompaña este escrito, verá que la confusión ha llegado a tal nivel, que hasta en ámbitos universitarios hay personas que creen que el mensaje que ella porta es una especie de iluminación a enseñar, un velo a correr. Si usted siguió hasta aquí la lectura de este breve escrito, podrá captar el peligro que implica absorber esa falacia y creer que en ella hay categoría de verdad. Esa imagen porta el inicio de la ruta hacia la miseria de cualquier sociedad económica posible; sus yunques son la prueba de su obsolescencia.