lunes, 26 de octubre de 2020

Chile se vuelve a constituir.

Veintiocho años atrás, para conmemorar los 500 años de la llegada de Colón a América, se realizó la "Exposición Universal de Sevilla 1992". Allí Chile sorprendió con su muestra, el país trasandino montó en su pabellón un iceberg antártico de 60 toneladas. El objetivo era mostrar a Chile como un país eficiente para el comercio internacional (el iceberg fue transportado en dos partes dentro de contenedores especialmente refrigerados). Sin embargo se había transportado otra idea que no se decía con palabras sino con los símbolos que esos trozos de hielo contenían y representaban: Chile no debía ser asociado al tropicalismo latinoamericano en el inicio de esa década signada por la apertura y la globalización comercial. Quebrar el sentido implícito que en esa interpretación subyacía en el resto del mundo también era un objetivo para apuntalar la dirección de la estrategia de inserción internacional que Chile pretendía. Dicho de criollo; había que desprenderse de esa mirada lationamericanista del tipo "republiqueta bananera".

Se desarrollaba la década del 90 y Chile lo había logrado; la inserción internacional de ese país no paró de crecer promoviendo negocios y oportunidades para sí y para el mundo; Falabella, Cencosud, CMPC y Latam hoy son prueba de aquel impulso de gestión comercial internacional, también el crecimiento constante de aquella economía, la caída sostenida de los niveles de pobreza y la mejora de todos sus indicadores (incluido el de redistribución) fueron indiscutibles. 

Hace unas horas el país trasandino ha vuelto, tal vez como en aquel momento de 1992, a tomar una decisión trascendental de cara a las próximas décadas; el 80% de su población ha pedido en un plebiscito un cambio constitucional. Se cierra así un ciclo de violencia que comenzó el pasado año y que no había terminado. Y se abre un ciclo de incertidumbre respecto de lo que, se especula, sobrevendrá. 

El Chile de los últimos 40 años ha concluido el día de hoy. 

Para algunas personas la inmanencia igualitarista (tapada circunstancialmente por un dictatorial sistema impuesto a fuerza de golpe y "punitivismo neoliberal") ha predominado: La "Patria Grande" se ha abierto paso tomando el último gran bastión que quedaba. Para otras personas Chile está dando el paso inevitable que toda sociedad desarrollada debe dar para encaminarse definitivamente hacia lo más alto del medallero y hoy ha entrado en la segunda fase, una que le brindará el nuevo impulso para sellar definitivamente lo que con aquel Iceberg comenzaron a construir. Y, para otras personas, con el plebiscito hemos asistido al último gran acto "democrático" que conforma parte de la estrategia global que, desde Cuba, se traza para América Latina en forma de un coto de caza para mantener esos viejos anhelos de la izquierda comunista internacional en su lucha contra el avance del capitalismo liberal.

De mi parte creo que hoy Chile no tiene mucho por celebrar. Pero puedo estar equivocado, ciertamente. 

Veremos.

sábado, 24 de octubre de 2020

Enseñanzas para el poskirchnerismo


La gran enseñanza que dejará el paso del actual gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández a la hora de la agenda de gestión que trazará un próximo gobierno no kirchnerista (y que esperemos esta vez sí, sea comprendida), deberá pasar por no tomar en serio el guion y la agenda de reclamos que, de seguro, volverán a impulsar desde las huestes kirchneristas cuando no sean gobierno.
 
Ha quedado demostrado que todo, absolutamente todo de lo que se quejaron durante 4 años no era más que un guion para posicionamiento militante. Los indicadores que supuestamente mostraban niveles de horror a partir de los cuales emanaban llantos a los cuatro vientos, hoy son terriblemente peores comparados al nivel de aquellos "años macristas". Años que los vio molestando mañana, tarde y noche en cuanto lugar pudieron hacerlo; desde la micromilitancia en el negocio de la esquina con una actriz berreta que gritaba llorando por no poder pagar los servicios ni darle de comer a sus hijos hasta la megamilitancia en plazas y calles que los mostró abrazando edificios públicos como si fueran un ejercito bolchevique enyoguizado (pasando por los piquetes a las entradas de las empresas de producción y los cortes de rutas nacionales). 

¿Qué ha sucedido que hoy hay un silencio sepulcral ante el desplome de aquellos indicadores que los hizo poner el grito en el cielo? ¿La pandemia? No. Nada de eso: 

Lo que ha sucedido es que se acomodaron donde querían; esa era toda su lucha. 

El kirchnerismo no lucha por una sociedad mejor, más justa, con menos pobreza y más oportunidades. El kirchnerismo lucha por atemperar la miseria propia mediante el acomodo publico; el kirchnerismo es la más fiel representación del gobierno de ñoquis para ñoquis (sacando excepciones y con independencia a alguna que otra corriente de izquierda que anda por ahí pululando). 

Recordemos esto a la hora de tener que escuchar nuevamente sus desgarradores gritos cuando ya no estén en el poder, puesto que la batalla no habrá terminado con el triunfo sobre esta gente en una elección; ahí precisamente es donde comenzará. Y la mejor forma de librarla inevitablemente deberá comenzar por no agachar más la cabeza con actitud de respeto por sus "dolores morales" (la pobreza, los desaparecidos, las injusticias y demás cuestiones que en boca de esta gente fueron, son y serán solo slogans). 

Esperemos que el próximo gobierno tome finalmente la enseñanza que por estos días este gobierno nos está dando. Para no volver a caer en el mismo error que cometió el gobierno anterior. Porque se puede.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Messi, la argentinidad y el ser nacional.


YPF ha sacado la publicidad "Bienvenido Messi a YPF". Cuando la vi no lo podía creer; es un compendio de nacionalismo berreta que muestra el corazón de eso que llaman "la argentinidad". 

La cosa es así. A medida que pasa una sucesión de imágenes de chicos jugando al fútbol en diferentes potreros (del conurbano, de la Patagonia, del norte árido y de la pampa húmeda) y en la que se mezcla la clásica imagen del pequeño Lionel Messi jugando en una cancha de niños en Rosario, una voz en off relata la bondad, pureza, nobleza y estirpe que significa portar la esencia argentina: El "haber nacido en este suelo". Sin embargo en el instante inicial del relato aparece la imagen de Messi ya consagrado. Y el inicio dice así; "algunos dicen que es extraterrestre, pero nació en este suelo. Porque en este suelo hay gambetas, enganches, frenos. Sueño sin frenos..." 

Y en el caso de Messi es justamente al revés; si hubo un gigantesco freno para él y sus sueños, ese freno se llamó Argentina...

Messi lo único que tiene de argentino fue haber nacido aquí, de la misma manera que un trans lo único que tiene de hombre fue haber nacido "macho". Reitero, si hubo un freno para sus sueños ese freno lo pusimos desde Argentina, puesto que cuando Messi era un niño, el típico negador argentino (de los que tenemos a raudales y es fiel representante de eso que llaman "argentinidad") le dijo; "nene, dedícate a otra cosa porque sos muy chiquito para jugar al fútbol, con ese cuerpito no servís, papá...

Y si hubo alguien que le abrió el camino a sus sueños fue el Club Barcelona de España y un plantel de profesionales de otro nivel (de otro planeta en los términos de la publicidad) y en un entorno que nada tiene que ver con el chiquero en donde nació. Claro, una vez siendo el que es lo tenemos "como nuestro" y hasta le exigimos que cante el himno! (osando señalarlo con un dedo inquisidor si no lo canta para de paso exigirle "que nos de un mundial").

¿Pero de qué se trata Argentina y esa cosa que la publicidad define metafóricamente como "la argentinidad"? Es algo así:

Argentina es esa familia horrible que no deja ir a uno de sus miembros (para que no progrese sin ella) y lo hace apelando a la culpa para que se quede; "claro vos te vas porque no nos querés". Para pasar, una vez que el miembro se ha quedado, a utilizarlo para lavar pisos y tapar manchas de humedad hasta comerle la última gota de dignidad que tenía como motor para vivir por sí mismo.
 
Pero la publicidad de YPF nos sugiere que tenemos el brío, el temple, la potencia y la prestancia de la NASA, la OTAN, las FFAA Chinas, la Agencia Espacial Europea y toda la flota rusa, aunque aquí como cualidades nacidas de manera espontánea en un potrero franciscano (y sin rigor de entrenamiento, solo por "ser argentinos")


miércoles, 7 de octubre de 2020

Heterodoxia y ortodoxia en economía (o de cómo quitar un rebelde tornillo)

La diferencia entre la corriente ortodoxa y heterodoxa en economía no pasa por la vulgata que versa "los ortodoxos piensan en átomos" y "los heterodoxos piensan en lo social". La diferencia entre estas corrientes pasa porque los primeros asumen el comportamiento libre de las personas y actúan con los parámetros de administración posible técnicamente adecuados, en tanto que los segundos asumen un comportamiento posible de inducir y utilizan cualquier tipo de herramienta que les venga a mano con tal de poder empujar a ese comportamiento imaginado. 

Me voy a valer de un ejemplo entre dos sujetos que intentan quitar un tornillo demasiado agarrado a una madera, y voy a mostrar sus actitudes -y aptitudes- ante el tornillo, también sus comportamientos tal como lo hacen ortodoxos y heterodoxos en economía. 

Un ortodoxo lo primero que hará será medir el tamaño correcto de la cabeza del tornillo, chequeará la dureza o blandura del material (para evitar deformaciones que puedan complicar el trabajo), abrirá su caja de herramientas, observará cuál es el destornillador correcto e intentará sacar el tornillo. Generalmente el tornillo sale sin demasiados problemas si se utilizan las herramientas adecuadas (algo de óxido en la rosca puede dar algún problema adicional pero en la caja de herramientas del ortodoxo habrá un aerosol para tal fin que compró luego de haber enfrentado tal problema por primera vez y lo pudo resolver con Coca Cola... 

El heterodoxo ante el mismo tornillo lo primero que pensará es "esto debe salir de ahí". No tendrá a mano una caja de herramientas adecuada y buscará en la cocina diferentes tipos de cuchillos (creyendo tener variedad que asegure una correcta adaptación a la cabeza del tornillo). Para comenzar a hacer fuerza el heterodoxo solo necesitará confirmar que ha logrado hacer ingresar la punta de uno de esos cuchillos en la cabeza del tornillo (no le importará la profundidad ni la geometría de palanca, tampoco reparará en la forma y le dará lo mismo si la cabeza es en cruz o recta). De esta manera, ante el primer empuje de fuerza, el heterodoxo quedará librado a la suerte o el milagro como elementos reales con posibilidades de hacer girar al tornillo; pero al heterodoxo generalmente la suerte le es esquiva y los milagros rara vez suceden. 

Ante el anómalo funcionamiento del particular protocolo comenzará el derrotero de empecinamiento y persistencia para lograr esa extracción (aunque ahora el heterodoxo potenciará la errónea ejecución sin darse cuenta); aparecerán las deformaciones de bordes de la cabeza del tornillo hasta que percibirá que los cuchillos están zafando. Al advertir que ya no puede ejercer fuerza alguna con la que pueda vislumbrar quitar el tornillo, comerá los bordes de madera contiguos a la cabeza para intentar la extracción tirando hacia afuera con una pinza. Ya con la madera rota manifestándose adelante de sus ojos comenzará a sospechar de su propia chapucería. Finalmente irá por una caja de herramientas y buscará un destornillador (aunque tomará uno de punta recta y no de punta en cruz). Si el tornillo aún se resiste -cosa muy probable porque ya tiene su cabeza completamente deformada- limará los bordes laterales del destornillador para que ingrese aún más en la cruz de la cabeza del tornillo. A esa altura el heterodoxo terminará cayendo en cuenta que es prácticamente imposible sacar ese tornillo sin romper algo que no debía haberse roto. 

Es en ese momento que el heterodoxo entregará -a regañadientes- la obra inconclusa al ortodoxo (en realidad se la tirará por la cabeza) y este último vendrá con la herramienta adecuada; el destornillador de punta en cruz. Sin embargo deberá quitar un tornillo completamente golpeado, con su rosca aún más agarrada porque ha sido cambiada en su geometría y una cabeza golpeada con escasa posibilidad de calzar la herramienta como corresponde para hacer fuerza de giro. 

El ortodoxo logrará sacarlo (no sin penurias ni fatigas para los materiales y para él) pero al culminar escuchará al heterodoxo gritar desde lejos algo que no sonará precisamente como un agradecimiento:
 
"Pero mirá el desastre que hiciste!!!"




viernes, 2 de octubre de 2020

Mi profesor marxista


Estaba en mi último tramo de carrera, la materia era "Crecimiento Económico". El profesor, un marxista de paladar negro. 

Recuerdo que el enfoque que le había dado a la materia me había sorprendido y continué una relación académica más allá de ella (la cual aprobé con muy buen puntaje). Un día lluvioso este profesor me envía un SMS a mi celular (no existía WhatsApp ni nada parecido) solicitándome si no podía ir a buscar a la Universidad dos facturas que tenía atrasadas -por agenda no había podido ir a retirarlas- y llevárselas a su domicilio. Con gusto accedí y supuse que podría aprovechar la ocasión para sacar un par de dudas teóricas respecto de mi proyecto de tesis; teníamos una relación asequible a que tal situación pudiera darse, al menos eso pensé. Al otro día, aun con más lluvia, me levanté temprano y me desplacé desde La Plata hasta Quilmes -recuerdo que fui leyendo con ansias parte de los libros a partir de los cuales tenía mis dudas-, retiré las facturas y nuevamente tomé el tren hasta Buenos Aires para tomar un colectivo hasta Avenida Libertador y Tagle, zona donde vivía este profesor. Cuando llegué a la dirección precisa me sorprendió un tanto la opulencia del edificio (no por la opulencia en sí sino por lo que había interpretado del profesor a partir de lo que éste había mostrado al respecto de tal atributo y su posicionamiento teórico y educativo en términos de tales símbolos). La tormenta arreciaba cuando toqué el portero y me acomodé para ingresar al hall del edificio, sin embargo una voz gruesa (era la voz del profesor) contesta: "Hola Jorge, muchas gracias, podés dejarle las facturas al conserje, te mandé un SMS" (con un tono y un corte que no me permitió siquiera intentar la pregunta sobre mi duda teórica, mi tesis o nada que se le parezca). Abrí la tapa de mi celular y vi el mensaje: "Cuando llegues déjale las facturas al conserje, gracias". 

Tuve un instante -tal vez hayan sido milésimas de segundo- en el que mi garganta se cerró y se secó, aunque esa sensación se quebró cuando vi al conserje acercarse a la puerta y solicitarme las facturas "sos Jorge? Me puedes dar las facturas que yo las entrego". "Sí sí, perdón, aquí están". Y sacándolas entre las gotas que caían del paraguas y mi piloto, logré entregarlas sin mojar el sobre en el que estaban contenidas. La puerta del edificio se cerró, abrí el paraguas nuevamente y comencé a caminar. En esa vereda advertí que de continuar mi relación académica con esa persona mi camino no iba a ser un camino de rosas sino de espinas; sin dudas iba a ser una verdadera relación de explotación (de las que tanto ese sujeto abominaba en sus clases). 

Hasta ese momento de mi vida ya había conocido lo que era trabajar como repositor de supermercado, playero de estación de servicio, instalador de alarmas, cortador de telas en una mueblería y hasta lijador de superficies para preparación de pintura -entre otras cosas-. Pero también, tal vez por mi condición de orfandad temprana, había conocido lo que en la jerga se denomina como "la calle". Y puedo asegurar que de eso tengo de sobra. 

Con la suerte de poseer esos atributos pude sortear indemne esos primeros minutos de indignidad ante la situación generada por esa voz metálica que había salido del parlante de ese portero. Y así continué caminando mientras contaba mentalmente el dinero que quedaba en mi billetera (por aquel entonces no disponía de dinero suficiente como para relajarme en cálculos de gastos y hasta un café en esa zona era un gusto sofisticado para el cual debía calcular si podía acceder). Mis cálculos fueron correctos y entré a un bar para guarecerme unos minutos y tomar un café americano con dos medialunas (pequeño lujo en esa tormentosa mañana que ya se acercaba a mediodía). 

Creo que fue ese bar (no recuerdo el nombre ni la ubicación precisa) el lugar en el que terminé de captar la esencia del marxismo y sus representantes académicos, políticos, teóricos y prácticos. Lo había sospechado siempre, pero era en ese momento preciso que lo estaba viviendo y eso me empujó a caer en cuenta de qué se trataba todo eso de la ideología y la voluntad política de cambiar el mundo mediante ideales superiores en términos de ciencia e historia. 

Todo aquello no era más que un ropaje de engaño mediante el cual las personas más horrendas e inhumanas cubren su inutilidad para vivir cómodamente a expensas de otras. Y eso no me lo olvidaré jamás. Porque, a partir de ese día, día tras día lo comprobé: Jamás conocí un marxista que fuera útil y buena persona a la vez.