sábado, 16 de mayo de 2020

El mérito; un maduro silencio como antídoto a la inconducente puerilidad militante.

JoAnn Hardin comenzó sus contactos imaginarios con los cohetes ya desde pequeña a partir del trabajo en Cabo Cañaveral de su padre, Don Hardin, quien noche tras noche se veía inundado de preguntas sobre esos artefactos. Preguntas sobre las cuales no tenía elementos para responder -él era un piloto de la armada estadounidense que administraba el programa de cohetes del ejército pero no era ingeniero, un conocimiento que percibía necesario para saciar las inquietudes de su hija-.


Luego de graduarse, JoAnn salió a la búsqueda de más y más respuestas sobre esos maravillosos artefactos que la sorprendían y se propuso ingresar a la escuela de misiles balísticos de la Armada, también en Cabo Cañaveral. Inició su carrera como asistente de ingeniería. Sus preguntas crecían en cantidad y calidad a medida que comenzaba a aprender más cosas, su fascinación se fue transformando en sana obsesión y adquirió sentido y firmeza cuando ingresó en la Universidad de Florida a profundizar sus conocimientos en matemática (sospechaba que las respuestas que buscaba vendrían transitando ese camino). Pero cada verano retornaba a Cabo Cañaveral; no podía estar lejos de esas gigantescas estructuras. La pasión y la razón que contenía el sentido de sus preguntas y el ahínco con que desarrollaba el camino hacia la búsqueda de respuestas hizo que sea el propio Director del Proyecto Apolo, Wernher von Braun, quien la llamara a trabajar a su lado. Ya desde la asistencia de ingeniería se destacó por el nivel de soluciones que aportaba para el diseño de lanzamiento de cohetes para los programas de vuelo iniciales de la NASA, hasta llegar en 1963 al máximo centro de desarrollo de vuelos espaciales de aquel momento; el Kennedy Space Center.

Y ahí la vemos en la imagen. La única mujer entre decenas de hombres atentos al despegue del Apolo XI que estaba llevando a Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins a la luna. Un momento clave que la ve mostrando serenidad y prestancia ante tanto nervio que se deja ver en las posturas de los hombres parados a su alrededor y alejados de sus puestos correspondientes. Sin embargo JoAnn está tranquila, aún a sabiendas que al ser la ingeniera senior en control de instrumentación es responsable del monitoreo de los sensores del Apolo 11.

JoAnn tuvo que soportar muchas cosas por aquel entonces, por muchos años tuvo que ser acompañada por un oficial que limpiaba previamente el baño de hombres para que ella pudiera utilizarlo dado que no había un baño para ella. Y todo en medio de constantes chanzas sexistas. Finalmente llegó el día en que hubo un baño para mujeres y ella, muy serena y esbozando una sonrisa declaró alguna vez; "aquel fue un gran día".

¿Imaginan a JoAnn con un pañuelo verde atado a la cartera, revoleando sus tetas en la calle y defecando en la puerta de una Catedral?


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