viernes, 27 de septiembre de 2013

La inflación y la caída del Imperio Romano


Traigo a este espacio un sintético pero interesante desarrollo que se ha realizado en un blog amigo. La entrada original pueden observarla en el siguiente enlace:


http://historiasinhistorietas.blogspot.com.ar/2011/08/400-como-la-inflacion-acabo-con-el.html




Existe la creencia comúnmente aceptada que carga las culpas de la caída del Imperio Romano sobre las tribus germánicas, que, bárbaras, harapientas e iletradas como eran, tomaron al asalto una sociedad refinada, culta y próspera.

Pero una de Las verdaderas causas del fin de Roma como Imperio y, lo que es más importante, como civilización no fueron los bárbaros, si no los propios emperadores romanos, que dinamitaron su propio mundo aplicando recetas económicas que hoy nos resultan muy familiares.

En el invierno del año 211, el emperador Septimio Severo se encontraba en la provincia de Britania peleándose con los pictos. Entonces se puso malo y se murió; pero antes reunió a sus dos hijos, Caracalla y Geta, junto a su lecho de muerte y les dio un último consejo para gobernar el inmenso imperio que les legaba: "Vivid en armonía, enriqueced al ejército, ignorad lo demás". Caracalla prometió cumplirlos, pero pronto se olvidó del primero de los preceptos y liquidó a su hermano para poder mandar él solito.

Con Caracalla empieza la decadencia de Roma. Haciendo caso a su padre, subió un 50% la paga de los soldados y se metió en nuevas guerras. Para financiar la cosa dobló los impuestos sobre las herencias. Pero no fue suficiente, por lo que decidió devaluar la moneda: así, de paso, se podía permitir caprichos como las faraónicas termas que llevan su nombre, y cuya sala principal es más grande que el San Pedro del Vaticano.

En el siglo III no existían el papel moneda ni la máquina de imprimir billetes, así que las devaluaciones atacaban directamente al metal. Lo que se hacía era malear el metal noble mezclándolo con otros menos valiosos. El objetivo de los gobernantes que así malgobernaban era acuñar y gastar más. Caracalla pensaba que si quitaba un poquito de plata a las monedas nadie lo notaría, y él podría multiplicar a placer el dinero existente. Se trataba, en definitiva, de algo bueno para todos.

La moneda romana era el denario –de aquí viene nuestra palabra dinero–, y en origen era de plata pura. En tiempos de Augusto, el primer emperador, cada denario estaba compuesto en un 95% por plata y en un 5% por otros metales, como el bronce. Un siglo más tarde, con Trajano, el porcentaje de plata era del 85%. Ochenta años más tarde, Marco Aurelio volvió a depreciar el denario, que ya sólo tenía un 75% de plata. El denario, pues, se había devaluado un 20% en dos siglos. Algo más o menos tolerable. Caracalla, muy necesitado de efectivo para sus gastos, devaluó el denario hasta dejarlo con sólo un 50% de plata; es decir, lo devaluó un 25% en un solo año.

El áureo –de oro, lógicamente– también perdió valor por imperativo legal. Durante el reinado de Augusto, de cada libra de oro salían unas cuarenta monedas. Caracalla estiró la libra hasta sacar unas cincuenta monedas, que, naturalmente, mantenían el valor nominal; pero no el real.

Con tanto experimento monetario y sin que el emperador lo previese, los precios se dispararon. Caracalla se perdió la fiesta: estando de campaña en Asia, fue apuñalado por uno de sus guardias mientras meaba al borde de un camino. Una muerte muy propia para uno de los mayores sinvergüenzas de la Historia.

Los que le sucedieron no hicieron sino empeorar las cosas. Casi todos los emperadores del siglo III fueron militares, y casi todos llegaron al poder mediante sangrientos cuartelazos. Un dato que lo dice todo: sólo uno de ellos, Hostiliano, que reinó seis meses en 251, murió en la cama por causas naturales; el resto cayó a manos de sus guardias o en el campo de batalla –por lo general contra sus sucesores–. A este periodo los historiadores lo llaman "la crisis del siglo III". En rigor, deberían hablar del fin de la civilización romana, porque a partir de ahí el mundo romano sería mucho más parecido al medieval que al clásico.

Durante ese siglo el denario no dejó de devaluarse; hasta que acabó convertido en un pedazo de bronce bañado en plata que pasaba raudo de mano en mano. Y es que la moneda mala, como dice la copla, de mano en mano va y ninguno se la queda. En cuanto al áureo, prácticamente desapareció de la circulación, y cuando aparecía era fino y maleado. La inflación superó el 1.000%, y eso con los fragmentados datos de los que disponemos: probablemente, en ciertos momentos y lugares fue mucho mayor.

Al caos político y económico del siglo III le sucedió el ajuste de Diocleciano, que, ya sin poder recurrir a la devaluación, machacó a impuestos a los habitantes del Imperio y ensayó una reforma monetaria. La reforma fracasó, y su edicto de precios máximos fue totalmente ignorado por la gente, que, en menos de un siglo, había pasado de tener en sus bolsillos denarios de plata a manejar los llamados follis, pedacitos de bronce muy abundantes y sin apenas valor. Los romanos se habían empobrecido fenomenalmente en sólo unas décadas por culpa de su Gobierno; y con ellos el comercio, la industria y la agricultura del Imperio.

La semilla del Estado omnipotente, siempre necesitado de fondos para sobrevivir, había arraigado. El emperador Constantino suprimió el áureo y puso en circulación una nueva moneda de oro, el sólido, muy depreciada con respecto a su antecesor. Un áureo de los antiguos valía, por su cantidad de metal precioso, dos sólidos. La moneda de plata, encanallada hasta la náusea, desapareció del mapa.

Constantino consiguió la cantidad de oro necesaria para la reforma confiscándoselo a las ricas ciudades orientales y a los templos paganos, ya en retirada tras la conversión del emperador al cristianismo. Para financiar el funcionamiento del Estado se inventó nuevos impuestos, que habían de abonarse sólo en oro, única forma de pago, por lo demás, que aceptaban los mercenarios extranjeros que servían en el ejército. Bárbaros les llamaban, aunque, a decir verdad, bárbaros serían pero no tontos, cuando sólo estaban dispuestos a jugarse la vida por dinero de verdad.

El oro se convirtió en un refugio para quien podía conseguirlo, es decir, los militares y los altos funcionarios imperiales. El resto de la población había de conformarse con el bronce de los follis y el cobre del dinero informal, acuñado de manera ilegal y que hacía las veces de dinero de bolsillo. La antaño próspera clase de pequeños propietarios y comerciantes, base misma de la grandeza romana, se arruinó sin remedio. Se produjo entonces una concentración de tierras en manos de unos pocos terratenientes, que empleaban en ellas a los hijos o nietos de antiguos campesinos libres depauperados por la inflación y los crecientes impuestos imperiales. La era feudal acababa de comenzar.

El Imperio Romano de los siglos IV y V vivió, literalmente, de saquear a sus súbditos. Los gastos imperiales crecieron porque sólo se podía sobrevivir a la sombra del Estado. El ejército duplicó sus efectivos, pero no sirvió de nada, porque los reyes germanos fueron, a partir del año 400, fundando reinos con el beneplácito de los orgullosos ciudadanos romanos.

Durante casi dos siglos, el Estado romano fue una onerosa máquina burocrática que tenía el solo objetivo de sobrevivir y perpetuarse. Pero ni eso consiguió. Cuando el flujo de oro se secó, porque ya no quedaba un solo contribuyente a quien dar la vuelta y sacudir, Roma colapsó y se esfumó de la Historia, dejando tal caos que Occidente no volvería a ser Occidente hasta mil años después.




lunes, 23 de septiembre de 2013

Libertad de elegir


Guillermo Moreno ha "invitado" a los empresarios a ser solidarios, y nuevamente el funcionario ha dejado un sabor amargo con su particular forma de paliar los problemas. Si bien es claro que intentar una crítica de esa sutil sugerencia del secretario de comercio, sería fácilmente traducido por cualquier oficialista como un acto que no se "sensibiliza ante los problemas sociales", se hace imprescindible su realización para todo aquel que piense en libertad antes que en encierro, por más que lo primero que se arguya al respecto sea una construcción del tipo; "con el afán de pegarle al gobierno, no se hace más que olvidarse de los problemas de la gente; ¿Qué hay de malo en hacer un fondo de dinero puesto por empresarios a los cuales les ha ido muy bien todos estos años y bien podrían ayudar a las víctimas de una inundación?”. Y como esto tendría todo de bueno, lo malo sería pretender ver un problema donde solo hay amor, buenaventura y grandes intenciones.

Mi observación no será muy extensa, sencillamente pienso en los grados de libertad que puede tener un empresario, dadas las condiciones en las que se sugiere su decisión. En este sentido, las decisiones siempre deben nacer desde un cúmulo de alternativas en un pié de igualdad; la libertad para elegir nunca debe estar previamente coaccionada, pensemos un ejemplo. Supongamos al empresario X, respondiendo de la siguiente manera; “Señor Moreno, en mi caso no depositaré dinero en dicha cuenta, puesto que mes a mes he dejado en las arcas del erario público, los recursos necesarios para paliar esta inconveniencia, no solo luego del imprevisto, sino también para minimizar las consecuencias negativas del mismo con las correspondientes obras y servicios públicos diseñadas a tal efecto”.

Quienes crean que esa alternativa de respuesta es hoy posible ante tal sugerencia vertida por el funcionario, entiendo que no están haciendo una evaluación correcta del estado en el que se encuentran hoy, quienes deben negociar con la secretaría de comercio. ¿Imaginan la respuesta del funcionario ante tal postura? ¿Qué podría pasar con ese empresario? De mínima entiendo que puede aparecer con su nombre y apellido, estigmatizado por “egoísta” y “falto de compromiso para con los que menos tienen”, so pena de tener que sobrellevar diferentes trabas y presiones que se darán a partir de ese mismo instante.

En la famosa película “El Padrino”, cuando Vito Corleone pretendía comprar un bien que no estaba puesto en venta pos su poseedor, sugería lo siguiente; “le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar”. Y acto seguido daba un número determinado –generalmente superior al precio hipotético de mercado-.

Si bien el vendedor –que había sido empujado a esa negociación-, podría rechazarla, sabía que al hacerlo sobrevendría una consecuencia rayana al disgusto si se negaba a tal ofrecimiento. En efecto, era una “oferta que no podría rechazar”. Así, la sola motivación antojadiza de quien posee una asimetría de poder, restringe la libertad de quien se ve interpelado, dado que las respuestas posibles no son múltiples, sino únicas. O se acepta, o se está preparado para afrontar las consecuencias. Y ese es el problema con este fondo solidario "voluntario"; es la creación de un fondo que los empresarios no podrán rechazar. Y es ahí donde la libertad cae presa de la elucubración y el escarnio.

¿Se comprendió de qué hablamos cuando hablamos de libertad o de encierro?


Una entrevista nacional y popular.


Algunos periodistas están acostumbrados a descansar sobre el colchón que pueden construir con la cantidad de palabras de un entrevistado. Por eso, en muchos casos no hacen preguntas, sino que ponen el micrófono y ya; un ejemplo.

Termina un partido de fútbol y en lugar de preguntar algo con cierta elaboración, que contenga una mirada medianamente elaborada, emanada por un nivel de conocimiento y observación del juego digno de una buena práctica profesional, preguntan lo siguiente; "duro el partido ¿Verdad?".

Y ahí los jugadores comienzan con la perorata de siempre -y a los cuales los mismos periodistas suelen criticar injustamente-, son cuatro o cinco cosas que se repiten una y mil veces, a saber; "...Si, es un equipo complicado, salieron a hacer su juego, por momentos fue difícil entrar y sabemos que saben como defenderse. Nosotros intentamos por todos los medios, algunas cosas no nos salieron bien, pero continuaremos trabajando. Por toda este gante maravillosa que nos acompaña en las buenas y en las malas..."

Así también parece ser el estilo de la entrevista que le hizo un tal Brienza a la presidente -y a la cual le pusieron el slogan de ser una entrevista "desde otro lugar" cuando a ciencia cierta no fue más que la emanación natural de nuestras propias limitaciones-, con preguntas que tuvieron escaso contenido y elaboración, dignas de un reportaje vacuo. Aunque en lo que respecta a la mencionada conducta de descansar en el colchón que brinda poner un micrófono en boca de alguien que tiene la propensión a hablar como un loro, ahí si, Brienza se lleva el 10 en dormilón.

Recuerdo cuando a Michael Schumacher, un periodista argentino en el GP de Buenos Aires de 1997 le preguntó; "dura la clasificación ¿verdad?" Y el alemán, claro, conciso y concreto, se limitó a contestar el contenido de la pregunta puntualmente; "ja", fue la respuesta -que quiere decir "si"-, y no dijo nada más.

El Argentino se quedó unos segundos esperando, y al ver que no venía más nada de esa boca, no supo que preguntar. Luego, en el piso del programa espetó; "el piloto alemán, soberbio y frío, podrá ser un gran piloto pero su condición de persona deja bastante que desear..."

¿Cuales son las condiciones humanas que dejan "bastante que desear"? Yo no tengo dudas. ¿Vos?


jueves, 19 de septiembre de 2013

IGUALDAD DE OPORTUNIDADES


¿Dónde hay más "igualdad de oportunidades"? ¿En una sociedad de 10 mil personas en las cuales se reparten 10 oportunidades posibles o en una de la misma cantidad de personas en donde existen 10 mil oportunidades diferentes?

En la primera tendremos 10 oportunidades posibles por cada persona y probablemente grupos de mil personas terminen abocándose a captar y desarrollar la misma oportunidad; esas mil personas trabajando en cada "grupo de oportunidad".

En la otra tendríamos por cada persona una alternativa de 10 mil oportunidades, y entre las cuales podría llegarse a que cada una obtenga la que más provecho considere, puede traerle.

Las oportunidades se crean mediante el comercio, no mediante leyes. Así, una sociedad como Cuba -imperio del igualitarismo-, puede ofrecer oportunidades contadas con los dedos de mis manos: a vuelo de pájaro, podría mencionarlas; médico de hospital público, poeta del régimen, rumbero, docente, campesino de la zafra, paseador de turistas, policía del régimen, enfermero, botones de un hotel, cocinero, armador de habanos, entre otras pocas más.

En una sociedad como, por caso, Alemania, no me alcanzaría la noche entera para contabilizar las diferentes alternativas y oportunidades que se le presentan al grueso de los jóvenes que buscan su primer trabajo.

Sin embargo, existe la apariencia que hay mayor igualdad en la primera de las sociedades que en la segunda. Y es sencillo, al haber pocas cosas por las cuales elegir, todos están destinados a quehaceres sencillos y parecidos, diferente es cuando el margen de elección se extiende sin parar, ampliándose minuto a minuto.

En definitiva, en apariencia, el altruismo igualitarista conlleva en esencia el camino hacia el empobrecimiento. Lo contrario sucede con el camino a la riqueza; la diversidad de oportunidades es, paradójicamente, el camino a la igualdad de las mismas tantas veces mencionada.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Vaca muerta, Argentina enferma.


A finales de la década de 1950 y principios de la siguiente, subsidiarias de empresas transnacionales cubrieron el déficit técnico y la escasez de recursos que presentaba argentina para poder alcanzar las fases más difíciles de su industrialización. Hoy, casi 60 años después, la historia parece repetirse; las posibilidades potenciales que abre la reserva de vaca muerta, ponen en evidencia nuevas restricciones.

Siendo probablemente la tercera reserva mundial de petróleo y gas no convencional, solo es posible su aprovechamiento en la medida en que las transnacionales puedan aportar sus recursos y conocimientos para que tales reservas se hagan efectivas y susceptibles de utilización en el mercado energético, solo con ese aporte puede ser  posible saltar el cuello de botella energético que la mal llamada "década ganada", ha generado.

Argentina hoy es una economía cuya estructura, empobrecida y retrasada técnicamente, no puede hacer provecho del mar de recursos en la que está montada. Un empobrecimiento suscitado a la par de la riqueza potencial siempre promisoria, pero siempre esquiva; una economía condenada a su propia dinámica -que por momentos parece ser la muestra cabal de su propia desidia-.

Hay también, ciertos patrones de conducta que pueden explicar -al menos en parte-, algunos de los aspectos mas distintivos de las decisiones estratégicas que ciñen tales situaciones. Una clásica postura en nuestro medio parece ser una especie de despotrique contra el capital y los recursos del extranjero, a los cuales se los advierte como una necesidad, pero nunca se los tolera como un complemento. Así, se deambula en forma permanente por el arco que va de la protección y el subsidio a la regulación y el control de precios, y de la inflación a las anclas nominales monetarias, coartando las siempre escasas posibilidades de capitalización local, desincentivando lo mejor del emprendedurismo posible e incentivando comportamientos acomodaticios y corporativistas.

La opción dura de competir vía investigación, desarrollo y nuevas ideas, siempre fue soslayada por la opción blanda de la ley hecha a mediada, es más sencillo impulsar una protección efectiva vía impuestos arancelarios -por caso-, que invertir en una mejora productiva que permita desplazamientos de la competencia dictaminados por el consumidor, quien en última instancia, siempre es el mejor juez dictando este tipo de sentencias -aunque inconveniente para los comportamientos anteriormente mencionados-.

Si en Argentina no logramos comprender que somos un país extremadamente pobre, cuya única salida hoy, la provee el sector agropecuario con todo su dinamismo y energía, y sobre el cual recaen permanentemente políticas que profundizan un agudo drenaje para que subsista un sector industrial que solo vive con un eterno respirador artificial, parece no haber salida posible.

Para marchar hacia la riqueza, entiendo, debemos terminar con algunos mitos.

Primero. Instaurar en la imagen del ciudadano común que la regulación económica es inviable y solo una herramienta improvisada por la diletancia de ocasión; la palabra "mas regulación" como lugar común, debe ser reemplazada por "más libertad".

Segundo. Instalar en la imagen del ciudadano común que la apariencia bondadosa de las políticas progresistas en Argentina han tenido un costo profundo, y es la miseria y desocupación en la que en esencia e inevitablemente siempre decantan.

Tercero. Que hay una aparato de poder diseminado en lugares clave del sector público, las artes, los sindicatos, el mundo empresarial y la educación, que hace las veces de apuntalador de las corrientes políticas que sostienen los mitos anteriormente mencionados, allí hay que dirigir la agenda analítica para poder desactivar esas restricciones y frenos al desarrollo.

Cuarto. Que para salir finalmente del eterno dilema del desarrollo trunco, la pobreza estructural, la miseria y la pauperización que corroe nuestra sociedad, el liberalismo no es una inconveniencia ni una conspiración de clase, sino, probablemente, nuestra última oportunidad.