miércoles, 7 de agosto de 2013

PROTOCOLOS


Hace unos meses, en una clase, intercambiamos con los alumnos algunos tópicos sobre procedimientos de gestión, factores de control y factores no controlables en un proceso de producción. Allí sugerí que pensemos -para detectar y separar convenientemente cada especie de factores-, en la mayor cantidad de hipótesis posibles para detectar eventos no previstos y, entre ellos, cuáles podrían ser controlables por la propia gestión o, en su defecto, minimizados “ex ante”. Y cuales no pueden ser controlables y, por consiguiente, desarrollando paliativos “ex post”.

Así, habíamos abordado –entre otros-, al tipo de cambio y su variación como un factor no controlable, del cual deberíamos tener pensado un set de alternativas posibles ante una variación imprevista que pudiera repercutir negativamente en la estructura de costos –suponíamos un alto porcentaje de insumos importados-. De esta forma fuimos pensamos alternativas “ex post” ante un evento de estas características.

También analizamos supuestos factores de control, o al menos que dependían directamente de nuestro quehacer en el desarrollo de gestión; el esquema de organización de planta, el sistema de prevención de incendios, el manejo de la información, entre otros.

Recuerdo que, al respecto de separar de los eventos, las categorías “ex ante” y “ex post” –o sea, antes del suceso y después del suceso- debían ser consideradas como elemento central. Recalqué que el proceso de gestión basado en la mejora continua de la organización “ex ante” sobre la base de un exhaustivo análisis que apuntale el prestigio del buen ejercicio profesional, conlleva cierta ingratitud en determinados contextos. Recuerdo que apelando a algunas categorías de metodología científica y corroboración empírica, sugerí que pensemos sobre la efectividad de uno y otro de los parámetros protocolares de trabajo.

Así, pensamos que, cuanto más perfecto funcionaba un esquema de construcción de protocolos sobre la base de minimizar anomalías “ex ante”, tanto más se alejaba el espacio de verificación de su efectividad. Un poco más claro; para desarrollar un protocolo que minimice -previamente-, la posibilidad de aparición de un suceso no querido, debemos indagar -con la mayor rigurosidad posible-, todo lo concerniente a ese suceso anómalo. Cuanto mayor y mejor es la indagación, más y mejores diseños se crean para que el suceso no se presente. Y aquí comienza un problema ciertamente ingrato en determinados contextos.

Si el suceso anómalo no se presenta, puede suceder que el "acostumbramiento" al buen funcionamiento, decante en un nulo o escaso reconocimiento profesional a quienes tan buena tarea han realizado previamente. Pero si el suceso no deseado se presenta –siempre es probable un imponderable-, la responsabilidad es fácilmente detectable cuanto más precisos son los protocolos. A la par, el suceso imprevisto y el evento, sirven nuevamente como muestra para nutrir al protocolo que no había previsto esa nueva anomalía.

Sintetizando, el buen funcionamiento de un protocolo realizado sobre la base de minimizar previamente una anomalía, no es percibido en su resultado hasta tanto la anomalía se presente y, cuando se presenta, lo único que se percibe es una anomalía en el protocolo.

Los factores no controlables son normalmente contrarrestados por protocolos diseñados para minimizar eventos "ex post". Aunque muchas veces estos protocolos se diseñan sobre la marcha, también sus buenos logros conllevan cierta ingratitud por falta de “resultados objetivos”.

Hoy hemos asistido a la explosión de una caldera de un edificio en la que murieron decenas de personas. Hace un mes un nuevo accidente ferroviario cobró 3 vidas. Poco más de un año otro evento de similares características elevó la cifra de decesos a 61 personas. En la ciudad de La Plata las inundaciones cobraron decenas de víctimas.

Este escrito no pretende despotricar políticamente contra nadie, sino mostrar lo ingrato de hacer las cosas bien en determinados contextos, para ayudar a pensar sobre cómo hemos construido algunos marcos que hacen a la práctica profesional cotidiana en Argentina y el respeto por los protocolos que las prácticas exigen.

¿Qué hubiera sucedido si las barreras hidráulicas del andén de once hubieran funcionado correctamente? ¿Qué hubiera sucedido si los mapas de caudales de desagote pluvial hubieran estado profesionalmente gestionados y la ciudad de La Plata nunca se hubiera inundado? ¿Qué hubiera sucedido si todo el esquema de tareas de mantenimiento de la caldera -si es que la explosión se dio por malas prácticas profesionales- hubiera sido protocolarmente regular sobre la base de una experta pericia profesional y la explosión no se hubiera presentado?

Nadie estaría hablando de lo bueno del buen hacer de esas personas que nos han cuidado, dado que nadie puede percibir objetivamente tal buen hacer, solo se puede percibir su necesidad cuando algo malo sucede. Pero cuando ése algo malo sucede, nos está diciendo “aquí estoy, soy el suceso que nunca debió existir".


Así las cosas, e independientemente de gobiernos y filiaciones políticas, parece ser que en Argentina hemos construido un esquema de “héroes” montados en anomalías ex post –aquellos que corren atrás de los sucesos derrochando energía, palabras y paliativos sobre algo que no debería haberse presentado-, y hemos elevado la ingratitud natural con la que normalmente cargan los verdaderos héroes (esos que hacen lo posible por desarrollar protocolos, esquemas, diseños y arquitecturas que permitan que nada malo nos suceda), a la categoría de señalamiento estigmatizante.

Es fácil acostumbrarse a que todo funcione sin percibir los motivos del buen funcionamiento. También es fácil buscar culpables cuando lo malo se hace presente. Lo que de seguro no es fácil en un contexto como el nuestro, es dar vuelta el esquema de incentivos para que los héroes vuelvan a ser héroes y los villanos, villanos.