martes, 8 de marzo de 2016

Lo permanente del Estado y las fallas del mercado.


Observo el smartphone que tengo en mi mano mientras pienso en el celular con el que hace algunos años me comunicaba y noto un increíble cambio. Una contundente evolución.

Observo el mostrador de la dependencia pública en la cual me atienden y pienso en el mostrador con el que lo hacían hace décadas, es idéntico. El cambio solo se percibe en el color del cabello de quien me recibe, también en su cantidad de arrugas y el amarillento color del paso del tiempo de los artefactos con los cuales hace su tarea.

Observo el televisor del living, pienso en el que tenía hace 10 años y noto un increíble cambio. Sin embargo el policía que tomó la denuncia de extravío de tarjetas de mi amigo lo hace con la misma máquina que utilizaba en la década del 80.

Observo el auto que conduzco y no alcanzo a contabilizar la cantidad de cambios que presenta respecto al que conducía hace 10 años. Sin embargo, cada vez que entro a una escuela veo el mismo panorama de hace décadas: los mismos cuadros en los mismos rincones, las mismas manchas de humedad en las mismas condiciones. Nada ha cambiado.

Miro a mi alrededor y veo que hasta la pava con la cual caliento agua es completamente diferente a la que utilizaba hace unos años. Y miro los ministerios y es como enfrentar una foto que descansa bajo un transparente celofán, estampada eternamente en un duro trozo de cartón que conforma la hoja de un antiguo álbum. Hasta las figuras que contorneaban las grietas de las paredes han quedado congeladas.

En un lado veo cambio permanente, en otro solo la permanencia de lo constante; ¿qué es lo que falla más allá del Estado? ¿son las fallas del mercado o simplemente es la lógica consecuencia de las pruebas y errores que cualquier proceso de creación conlleva?

Es difícil encontrar fallas en lo permanente, cuanto que muy fácil hacerlo en lo cambiante.


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