miércoles, 2 de marzo de 2016

De la grieta al berrinche.


Suele suceder que los niños se empacan haciendo incómodo el paseo de los padres; se tiran al piso y no quieren caminar hasta tanto se cumpla el antojo por el cual reclaman. Generalmente la madre -siempre conciliadora-, espera al niño hasta que se levante mientras el padre continúa caminando con la vista al frente, pensando que el niño depondrá su actitud en la medida en que podrá percibir la lejanía que se acrecienta -suele creer el padre que su hijo sentirá el vacío del olvido paternal al que empuja con su postura-. Sin embargo, hay niños que redoblan la apuesta y apelan a la mirada ajena elevando el berrinche a extremos incómodos. Así, se pegan al piso golpeándolo con las palmas de sus manos, montando una escena en la que el entorno se sorprende intentando vislumbrar si se trata de gritos o llantos desconsolados. Ante este último acto, generalmente comienza la tensión entre el padre y la madre para dilucidar cual será el mejor paliativo ante la embarazosa situación.

El padre vuelve sobre sus pasos con renovado esfuerzo por cambiar la estrategia del niño, en tanto la madre apura la marcha hacia su hijo apelando a la persuasión para que comprenda los riesgos a los que se expone manteniendo su postura -a la vez que se acerca al piso extendiendo sus manos para subir al enojado niño y ponerlo a resguardo del reto ofuscado del padre-. Generalmente todo termina con el trío alejándose con el niño a cuestas, con gestos adustos, entre tensos intercambios que se mezclan con los gritos caprichosos de la criatura cuyos reclamos no fueron satisfechos.

Esa es la escena que vino a mi cabeza cuando observé la cara del ex-ministro de Economía durante un tramo del discurso de inicio de sesiones que dio el Presidente Mauricio Macri. 






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