domingo, 8 de abril de 2018

Del Foro de San Pablo a las cartas desde la cárcel.

El "Foro de San Pablo" fue la respuesta de las izquierdas latinoamericanas a lo que creían, sobrevendría luego de la caída del Muro de Berlín. Si en Asia se tomaba esa caída como el símbolo del inexorable agotamiento y extinción de las sociedades centralmente planificadas (interpretando esa caída como una nueva oportunidad para impulsar el desarrollo y el crecimiento económico sobre nuevas bases), aquí se tomó aquella caída como el traspié gestado por la zancadilla de una conspiración. Las izquierdas locales, con elevado poder de formación dentro de las burocracias públicas y también con poder de opinión en el mundo intelectual, sostuvieron y sellaron el sentido común basado en esa interpretación de aquella caída.

La implosión soviética no se interpretó aquí como lo que realmente era (el agotamiento de una forma arcaica de organización cuya única opción de sostenimiento era mediante la coacción, el genocidio o, más suavemente, un formato delincuencial organizado abiertamente desde las burocracias centralizadas), se la tradujo en nuestro medio como el resultado de la afrenta que proponía el "sistema capitalista" al paraíso igualitario. El lugar común instaurado en nuestro medio nos decía que las élites -ahora globalizadas- impostadas en la tríada; Margaret Thatcher-Ronald Reagan-Juan Pablo II, luego del intento por abatir aquel sueño sovietista, dirigirían su ambición hacia "los pueblos latinoamericanos" (reverberaba más fuerte que nunca la chabacanería de "Las Venas Abiertas de América Latina") y, mediante la implantación del "Consenso de Washington", vendría un tsunami de simbolismos de libertad que no serían tal cosa. Así, sostenían, el libre mercado iba a ser el engaño mediante el cual quitarían los derechos adquiridos que resguardaban los "Estados benefactores". La libertad, la muletilla con la cual engañarían a las nuevas generaciones, y la eficiencia, la ficción mediante la cual rifarían la estructura de producción pública lograda durante décadas.

A partir de esta posición, y con el poder real y simbólico que rápidamente pudieron adquirir (principalmente por tener el poder de organización en sindicatos y en la parte burocrática de los sectores públicos), lograron quebrar todos los posibles intentos de cambio para adaptar nuestras economías y sociedades a las nuevas posibilidades que el nuevo contexto mundial proponía. En Asia no hacían lo mismo, y hasta la más dura de aquellas economías -China comunista-, adaptaba a esos cambios globales los fundamentos de sus principios de organización económica e institucional. En Argentina, al mismo momento que caía el muro (si bien entregando el gobierno antes de tiempo), el radicalismo alfonsinista se mostraba abiertamente tirado a la izquierda; veía amistad en el eje Cuba-Unión Soviética y enemistad en aquello que tuviera que ver con la simbología capitalista "a la Reagan". Y, de la misma manera que ese gobierno caído en desgracia a fines de los 80, estaba posicionado simbólicamente el grueso del arco político e intelectual con poder de erosión en Argentina (aunque momentáneamente no estaban en el "poder formal" al haber sido desplazados por el menemismo y lo que parecía ser un ala liberal dentro del peronismo, aún tenían el poder subrepticio como para organizarse y definir por dejar hacer cambios o no dejarlos).

Es en ese contexto que la década del 90 se desarrolla a medias entre lo que podría haber sido y lo que realmente fue. Debido, principalmente, a la erosión permanente que estos poderes subrepticios -gestados y gestionados a partir de los encuentros del Foro de San Pablo- trazaron. Es en los 90 cuando Lula da Silva comienza a tomar fuerza aglutinando el movimiento sin tierra, y vigorizando al Partido Comunista brasilero. En Argentina, intelectuales y políticos que tuvieron importancia central en todas las manifestaciones que erosionaron los cambios promovidos en esa década de oportunidades, con la llegada del Kirchnerismo se mostrarán abiertamente ya, tomando posición concreta -como el grupo de intelectuales denominado "Carta Abierta" y gran parte de los personajes burocráticos que cubrieron los más altos puestos ministeriales y sindicales durante esa oscura etapa kirchnerista-. En tanto que el general Hugo Chavez, abiertamente posicionado al mecanismo del eje Cubano, tercermundista y protegido intelectualmente por la intelligentsia de aquel Foro, comenzaba a erosionar institucionalmente a Venezuela con la excusa de estar promoviendo justicia y luchando contra el "neoliberalismo capitalista" (recordemos que es en 1992 cuando se da el primer intento de toma de poder mediante un golpe de Estado por parte de la tiranía chavista).

Los miembros políticos, intelectuales, periodísticos y artísticos que surgían del Foro de San Pablo, luego de haber extirpado de latinoamérica aquella concreta posibilidad de cambio y crecimiento (debido a esa interpretación equivocada de lo que en el mundo pasaba), tuvieron su chance de gobierno y poder durante las dos primeras décadas de 2000 -gestada en los 90 cuando empujaron al agotamiento económico mediante sus estrategias-. La incapacidad de interpretación fértil de aquel proceso de globalización de la década del 90 que estos grupos trazaron, y esa rancia forma de captar la simbología de los grandes sucesos, en los últimos 15 años se transformó en incapacidad concreta de gestión y en la agudización de la corrupción estructural de nuestras economías. Tal ha sido la incapacidad de las élites políticas que impulsó -a la vez que dio- este Foro, que al obtener sus participantes políticos todo el poder posible, lograron perderlo prácticamente al otro día. La caída de Cristina Kirchner en 2015, la de Rafael Correa en 2017, la debacle de Venezuela y, la sentencia a 12 años de prisión a Lula da Silva en las últimas 48 horas, sellan definitivamente el final de esa experiencia tercermundista conocida como "El Foro de San Pablo". Y es una gran noticia.

Solo resta saber si seremos capaces de captar aquella oscura experiencia intelectual y política de manera correcta. Para no volver a perder la oportunidad de la misma forma y bajo las mismas traducciones con que perdimos las oportunidades que entregó el desmoronamiento del sovietismo representado en la caída del muro. Y para interpretamos en el mundo con la madurez suficiente como para dar el necesario y tan postergado salto hacia adelante. Captar este derrumbe simbólico del muro latinoamericanista y tercermundista regional con la claridad adecuada, nos posicionará ante las nuevas oportunidades con la responsabilidad y profesionalismo que necesitamos.

En la imagen, en color rojo, los países gobernados por partidos alineados al Foro de San Pablo en 2011 y 2018.


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