viernes, 13 de abril de 2018

Argentina milita el aborto.

¿Cómo estamos pensando el escenario del día después, una vez finalizado el tratamiento de ley sobre interrupción voluntaria del embarazo y su correspondiente despenalización -o no-? Imaginemos.

En caso de ser promovida la despenalización, habrá una “primera mujer” que irá a hacerse la primera interrupción voluntaria LEGAL de su embarazo. Cuando me refiero a una primera, no estoy repitiendo algo obvio, me refiero al simbolismo que se buscará construir desde ella, y que representará nuestras conductas ante lo institucionalmente establecido. Nuestros mediáticos, comunicadores, políticos y militantes causales, se entregarán al acontecimiento con el mismo ahínco con que lo hicieron ante el “primer matrimonio igualitario”. Militantes contrarios a esa primera intervención legal estarán esperando en la puerta del hospital o clínica donde se realizará, preparados para escrachar al equipo médico y a la mujer que decidió hacerlo. Pero también estarán allí las agrupaciones a favor de ella y de ese equipo; los primeros gritarán que se trata de un genocidio, en tanto que los segundos tendrán la misma actitud, aunque gritando por la liberación femenina. Imagino un desorden generalizado, empujones, banderas, pintadas, estruendos, cánticos, amenazas e insultos. Y todo junto configurando una gargantuesca puesta en escena. Imagino a esa “primera mujer” en soledad, agregando a su incertidumbre toda la tensión de un pensamiento que la hará sentir poco menos que una rea atadas de sus extremidades, tironeada por dos caballos; uno que pretenderá llevarla al olimpo de las heroínas y otro, hacia un lecho de procusto. Nadie pensará en ella, estará completamente sola.

En caso de ser ratificada la penalización, habrá también una “primera mujer” que será obligada a continuar con su embarazo no deseado. Cumpliéndose también aquel pandemonium circundante, aunque no habrá caballos que despedazarán su pensamiento tironeándolo hacia una tierra de heroínas o a un mundo de ataduras. En este caso habrá un cepo cuyos laterales presionarán con igual fuerza aunque causando un dolor diferente; el izquierdo la estrujará gritándole que es una víctima y el derecho la empujará ordenándole que aguante. Nadie pensará en ella, estará completamente sola.

Finalmente, luego de un torrente de “compromiso social” que solo los argentinos podemos generar y que nos expondrá nuestras patéticas conductas ante estas situaciones aptas para “militar”, quedarán ellas. Las olvidadas de siempre, desplazadas eternas de los resultados de cualquier debate público. Esas mujeres en las cuales nadie reparó -ni reparará-; las nunca vistas. Mujeres que sufren y mueren en soledad sin ser tenidas en cuenta ni para ser acusadas –menos aún para ser protegidas-. Esas anónimas de siempre que son las que empujaron en silencio el tratamiento de esta ley. En silencio, sin saberlo. Y sin saberse. Mujeres en el ostracismo solo percibidas mediante un dato estadístico o una especie de sociológica antropología del sufrimiento; esa horrible manera de tomar consciencia del dolor de los otros que nutrimos cada vez que interpretamos pruebas analizando sus muertes una vez pasado su tiempo de vida. De esa horrible manera tendremos en cuenta a esas mujeres anónimas que movieron nuestros sentidos de justicia e injustica. Esas mujeres que siempre contamos, pero que nunca vemos. Que nadie ve.

Y así, entre datos amañados, pantallas partidas, llantos desgarradores, pirotecnia callejera, memes, tweets y marketineros pañuelos, cubriremos de voluntaria informalidad un tratamiento de rigor formal sobre un tema crucial. Desarrollaremos nuestra eterna adolescencia de militancia impotente y nos expondremos a los gritos. Señalándonos, culpándonos.

Y olvidando, una vez más, de ver hacia donde deberíamos mirar.

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