jueves, 15 de enero de 2015

Marxismo, el inicio.


Tiene 18 años, su primer trabajo le exige entregar su vida 8 horas diarias 6 días a la semana. Sabe que con su salario podría comprar ropa de mejor calidad y darse algunos gustos si vuelve a vivir a la casa de sus padres, pero prefiere pagar el costo de su libertad alquilando un departamento de dos habitaciones que comparte con tres amigos; es consciente que de no compartir ese gasto no podría independizarse (una independencia parcial, ciertamente, dado que continúa llevando su ropa a lavar a casa de su madre desde la cual vuelve siempre no solo con su ropa limpia sino también con unas cuantas provisiones extra). Un buen día, all llegar al departamento después de un día de trabajo tenso debido a un agudo contratiempo que tuvo con su jefe, encuentra sobre la mesa una fotocopia que pertenece a uno de sus amigos, el que estudia Sociología y no trabaja dado que sus padres costean sus gastos hasta tanto se reciba. La fotocopia lleva un título sugestivo; "El Manifiesto Comunista". Ha escuchado hablar de eso, y ahora más que nunca quiere saber de qué se trata. Ahora, que se ha peleado con su trabajo...

Destapa una botella de cerveza, abre la fotocopia sobre la superficie de una mesa de pino tratado (comprada en un remate entre los cuatro habitantes del departamento) y sobre una endeble silla comienza a descubrir de qué se trata el escrito. Recibe de inmediato toda la potencia de un golpe de knock-out que solo el poder de la palabra puede generar, un golpe que percibe como un balde de agua fría que le han tirado por la espalda para despertarlo de una larga ensoñación:

"La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases.

Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.

En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa diferenciación de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.

La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.

Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.
"


Vuelto en sí luego de ese sorprendente tramo, habiendo bebido el contenido de la primera botella de cerveza en tanto que va raudo a abrir la siguiente para continuar la lectura, advierte que él es un proletario y que su jefe, o bien es un burgués idiotizado al servicio de un amo (el dueño de la empresa para quienes ambos trabajan), o bien un proletario sin consciencia de su clase que es explotado pero no lo advierte dado que piensa con la cabeza del dueño de la empresa.

Esa noche lee todo el manifiesto y bebe toda la cerveza, al día siguiente despertará otra persona. El trabajador adolescente murió esa noche en esa habitación para dar paso al hombre. Un hombre revolucionario que ya no trabajará más, evitará que otros trabajen. No estudiará más, evitará que otros estudien. No amará más, evitará que otros amen. No será feliz, evitará que otros lo sean.

Y lo más importante de todo; continuará utilizando la casa de su madre para lavar su ropa y traer sus provisiones.

Así comienza la historia.

2 comentarios:

Enrique Pavlovich dijo...

"(...) Esa noche lee todo el manifiesto, al otro día se siente otra persona. Y efectivamente lo es: Ya no va a trabajar, sino evitar que otros trabajen. Ya no va a pensar en estudiar, sino evitar que otros estudien. Ya no va a amar, sino evitar que otros amen. Y ya no va a ser feliz, sino evitar que otros lo sean".

¡Que colofón! ¡Que potencia en el relato! Con admiración

Jorge Cerrigone Lloyd dijo...

Muchas gracias Daniel, perdón por haber demorado unas horas más de la cuenta en dejar tu comentario. Saludos!