Y a continuación un contraposición que he realizado y que considero necesaria.
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NO CUENTO CONTIGO
No
No cuento contigo.
Ni para salir a pedir justicia ni para celebrar la vida.
No cuento contigo para que formes parte de esto que ves como una masa de personas con las que te distancias mirándola, señalándola casi en forma acusatoria al grito de “ellos”, que nadie termina de definir en forma concreta pero que sirve para que tomes distancia de nosotros, nos definas como una facción opuesta en una guerra que dejas que se libre en cada esquina para legitimar, desde tu causa, solo un resultado posible; tu nosotros contra nuestro ellos.
No cuento contigo para disfrazar con eufemismos la brutalidad y la cobardía de esas personas que golpean con un martillo las cabezas de nuestros abuelos y con balas las de nuestra ciudadanía, hasta matar a un anciano indefenso o una embarazada asustada. Eso no tiene nada que ver con la injusticia de una sociedad que excluye creando delincuencia. El mal llamado delito por exclusión no es más que venganza por resentimiento, que viene acompañada de una pena sumaria irreparable. Muchos años antes del hecho de linchamiento la sociedad asiste tensa a la entrega de los cadáveres de sus hijos envueltos en bolsas de residuos saliendo de nuestras morgues. Y observa claramente que son escasos los hechos punitivos comparados con el tamaño de la desgracias que van creando, y mira estupefacta como se crean y recrean salvoconductos para el resguardo y la libertad de aquellos que extirparon las vidas de sus seres queridos. El aletargado procesamiento judicial generó sin dudas el precipitado procesamiento público y la inmediata ejecución de la pena en un formato que nos hizo retroceder miles de años en nuestra civilidad, sin dudas. Pero no olvides que se acumulan los años en que el delito parece nunca probarse lo suficiente para calmar la injusticia a la que se empuja a los deudos del obituario, sus amigos y vecinos. Muchos hemos visto situaciones similares; basta con ir a una cancha de fútbol, tomar un tren o montar una pequeña moto en madrugada para desplazarnos al trabajo, y aparecerá el punga, ladrón o asesino dando rienda suelta a su inconformismo. Y así, nos acorrala un embate imposible de evitar mediante razonamiento alguno, solo la huida o la entrega es la respuesta posible, de esta forma entregamos nuestras vidas al veredicto de esa acción criminal. Pero aun suponiendo que la exclusión es el móvil de ese encuentro, la pena a la que nos han expuesto como forma de venganza constituye algo mucho peor, más atroz, irremediable. Matar a un ciudadano que se desplaza a su trabajo por una moto de pequeña cilindrada o a un abuelo que ha cobrado su miserable jubilación por un puñado de monedas, es de un desprecio por la vida ajena tan condenable como el de un genocida o un torturador.
¿Qué los justifica para matar?
¿Qué los habilita?
Muchos de los que se rasgan las vestiduras gritando que es injusto pensar que la vida del delincuente no vale nada porque la comparan con el valor de una cartera, nada dicen cuando, por ese mismo valor, el delincuente mata al ciudadano que la posee. El valor de la vida nunca es subjetivo, es la vida misma, pero parece haber en ti un principio inamovible; la de cualquiera de nosotros vale mucho menos que la de ellos. Para ti, lo que es suficiente para que me cueste la vida a mí, es insuficiente para que le cueste la vida a él.
Lo que ocurrió aquella semana en barrio Azcuénaga fue la manifestación de un hartazgo motivado por delitos que campean con la misma libertad con la que se dio el linchamiento que termina decantando en una respuesta brutal. La impunidad de la que gozan los delincuentes, asumiendo ya el rol de verdugos, pareció liberar de cualquier pensamiento sobre responsabilidad cívica a cada una de las personas que intervinieron en ese acto, y se entregaron desproporcionadamente a hacer justicia por mano propia hartas ya de estar hartas. Pero la crítica que se centra en la supuesta celebración de esa muerte y que pretende construir un pensamiento políticamente correcto en una especie de apología antiliberal y anti ciudadana, pretende inducir sutilmente a la desaprobación social sobre las personas de bien. Y así, sería legítimo que sean ustedes quienes deban ejecutarnos; nosotros cargamos con ese muerto y deberíamos redimirnos porque es uno que forma parte de los intereses de ustedes, pero nunca a la inversa.
No.
No cuento contigo.
No se trata de un caso aislado: es algo que se viene repitiendo cada vez con mayor frecuencia y peores resultados, y es cierto que es como consecuencia de múltiples factores que no tengo intenciones de negar ni desconocer, que preocupan y duelen. Pero más duele ver hacia qué clase de sociedad tu intención pretende empujarme y cuan fuertes parecen ser las barricadas que has construido para separarme de la luz que ha dado el hombre. Cuando has corrompido las instituciones para que pujen las facciones en la toma del botín -que no es más que el monopolio de tu derecho desde el Estado-, se derrumban las reglas de convivencia, y en lugar de atender la seguridad y promover la justicia de todos, se incrementa el desasosiego y la injusticia de muchos: frente a lo que se ve ya como una ilegalidad cierta sobre las garantías para con el delito, el riesgo al cual me has entregado no hace más que amplificarse mostrándose crudo ante mí, que para vos soy parte de “ellos”. Tu violencia engendra violencia. La cultura a la que intentas empujarme con tus muertes, solo puedo combatirla con la contracultura de mi vida. La ley de la jungla con la cual me encarcelaste con tus malas intenciones disfrazadas de garantías, es cierto, nunca puede ser mi solución.
Así que no.
No cuento contigo.
Aunque cumplas con muchos de mis sufrimientos, porque precisamente eres uno como yo -por más que quieras diferenciarte viéndome como parte de "ellos"-, aunque te angusties por cada uno de los hechos de violencia a los que asistimos a diario, aunque hayas sufrido el dolor de ver a tu abuela con la cara desfigurada por los golpes cuando la arrastraron para arrebatarle la cartera; aunque te hayas abrumado de impotencia al ver a tu madre llorando porque la habían asaltado, aunque sientas el temblor y la angustia que te provoca el solo pensar que tu hijo será el próximo al que encañonarán para robarle un celular: Sé perfectamente que no puedo contar contigo.
Sí, eres parte de esa gente que intenta desintegrarme, sé que no puedo contar contigo, es imposible hacerlo. No solo porque nunca estuviste aquí, sino, probablemente, porque nunca hizo falta tu compañía.
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