lunes, 10 de septiembre de 2018

La economía argentina y su espiral descendente.


La ciudadanía que está en blanco y produce desde el sector privado, paga doble prácticamente todo:

- Educación: con sus impuestos paga la educación pública y vuelve a pagar con una cuota la educación privada (dado que en la mayoría de los casos la educación pública no cubre las expectativas del promedio de las personas que trabajan en el sector privado formalizadas).

- Salud: con sus impuestos paga los hospitales públicos y vuelve a pagar clínicas y hospitales privados con una cuota de una prepaga (dado que en la mayoría de los casos la salud pública no cubre las expectativas del promedio de las personas que trabajan en el sector privado formalizadas).

- Seguridad: con sus impuestos paga la policía y vuelve a pagar seguridad privada con una cuota a una empresa que se encarga de su seguridad (dado que en la mayoría de los casos la seguridad pública no cubre las expectativas del promedio de las personas que trabajan en el sector privado formalizadas).

- Justicia: con sus impuestos paga las investigaciones y el desarrollo de los procesos judiciales, pero debe financiar sus propias pesquisas y contratar detectives privados para que las causas avancen (dado que en la mayoría de los casos la investigación pública no cubre las expectativas del promedio de las personas que trabajan en el sector privado formalizadas).

En ese contexto de oferta nula por lo recaudado, el sector público gasta más recursos de los que extrae de la ciudadanía. Y no solo asfixia al sector privado con el elevado nivel impositivo desde donde succiona esos recursos que esteriliza al no ofrecer nada con ellos, también lo empuja a una especie de autoflagelación, porque el sector privado se ve en la necesidad de cubrir de manera privada aquella oferta que el sector público no brinda. Y el sector privado debe hacerlo con una tasa impositiva imposible. De esta manera, en un círculo vicioso de comportamiento, la posible demanda innovadora que el sector privado debería crear, se anula porque debe abocarse a repetir los servicios que el sector público no da, y así se acota progresivamente la creatividad; nuevos mercados, productos, procesos y demandas laborales de nuevos sectores privados que no florecerán.

Pero ahí no termina el espiral descendente; las empresas privadas, al tener que suplir la oferta pública bajo estas leoninas condiciones, se exponen a otra anomalía pública; el control. Como el sector público tampoco hace bien su tarea de regulador, el sector privado paga nuevamente un costo al verse expuesto a penalizaciones dirigidas a toda señal de ganancia superior al promedio mediocre que es referencia en un entorno económico viciado con este ciclo estéril de relaciones; por caso, nuevos impuestos o multas a quien intenta ofrecer de manera creativa un servicio que mejora productividad y eleva ganancias.
Y como si esto fuera poco, se ha anunciado que el déficit de ese estéril sector público no se cerrará achicando el gasto sino elevando recaudación.

Termina mal, sépanlo.

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