domingo, 9 de julio de 2017

Explotación Intelectual.


Desde que Marx logró establecer el concepto de plusvalía como elemento válido para entender las relaciones económicas, las relaciones económicas dejaron de ser interpretadas como mutualmente beneficiosas para pasar a ser observadas críticamente como relaciones de dominación. Desde ese momento –o más precisamente desde que Lenin a principios del siglo XX vuelve a traer de las cenizas a ese concepto fenecido en el último tercio del siglo XIX- las orientaciones de política, economía y filosofía política comenzaron a cambiar sus premisas radicalmente; fueron dejando de lado la concepción operativa de sus enunciados para dar paso a una especie de orientación voluntarista en sus conclusiones: la búsqueda de objetivos se transformó en una búsqueda de justicia; las teorías de la distribución, de la renta y su apropiación fueron el inicio de un sinfín de elucubraciones que terminaron derramando sobre otras ramas del conocimiento. La filosofía política comenzó a centrarse en las relaciones de poder, la jurisprudencia a cuestionar la legitimidad de su propio edificio legal y la educación abrió las puertas a la deconstrucción de los paradigmas sobre los cuales educaba (aquí la complejidad se hizo creciente puesto que la educación se iba reconfigurando a la vez que ayudaba a reconfigurar sobre la base de las formaciones que impulsaba). La educación comenzó a gestionarse desde su propia culpa, al creerse elemento utilitario con el cual anteriormente los dominantes habían adoctrinado a los dominados; debía dejar de ser eso para pasar a ser el elemento crítico para lo que se llamó “el cambio social”.


Ha pasado un siglo y las consecuencias de aquella interpretación de las relaciones humanas no parecen ser buenas. Si bien los resultados son dispares y hay países y regiones que se desprendieron de ese lastre hace décadas, también están los que continúan intentando abordar las relaciones económicas y políticas desde ese lugar. Escuchamos hablar cotidianamente de “puja distributiva”, se inunda nuestros sentidos con comparativas entre los que más y los que menos tienen que de nada sirven a efectos del cambio posible que supuestamente promueven. Son estilizaciones que parten de un dogmatismo heredado (y que en muchos casos hasta el propio investigador no tiene consciencia de ello) y terminan siendo poco más que bullying pseudocientífico. ¿De qué sirve a efectos de ser un acervo de conocimiento científico saber que hay mil cuarenta familias que poseen más de 30 millones de dólares? Absolutamente de nada, a lo sumo podrá ser una buena información para quien desee cometer un delito, robar. A los efectos prácticos institucionales podrá servir para ir, expropiar con el rigor de la fuerza pública, distribuir aquella abundancia y no haber promovido ningún cambio real sino tan solo una mejoría transitoria, efímera; todos más cómodos mañana y más pobres y desgraciados después, una vez agotado el ingreso extra. Aunque eso no es todo; empobrecidos pero también transformados en cómplices y partícipes necesarios de un grupo de delincuentes que atentó contra la propiedad de otras personas.

El motivo de este breve escrito es mostrar el peligro que aún subyace en nuestra región, somos de aquellos países que aún no logra quitarse este lastre de encima. Si usted observa la imagen que acompaña este escrito, verá que la confusión ha llegado a tal nivel, que hasta en ámbitos universitarios hay personas que creen que el mensaje que ella porta es una especie de iluminación a enseñar, un velo a correr. Si usted siguió hasta aquí la lectura de este breve escrito, podrá captar el peligro que implica absorber esa falacia y creer que en ella hay categoría de verdad. Esa imagen porta el inicio de la ruta hacia la miseria de cualquier sociedad económica posible; sus yunques son la prueba de su obsolescencia.

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