domingo, 25 de octubre de 2015

La convertibilidad quince años después.

Suelo pensar que la convertibilidad como esquema de ordenamiento o guía económica no fracasó, sino que fracasamos los argentinos.

En todo esquema económico de control gubernamental siempre hay ganadores y perdedores; grupos de poder que aprovechan las circunstancias y la posibilidad de su información privilegiada para generar un paquete de negocios que no siempre favorecen a un conjunto más amplio, sino que terminan esquilmándolo*. El  manejo de más y mejor información como producto de las cercanías tradicionales a miembros estratégicos del sector público, es una obviedad de la cual ya no hace falta mayor precisión. Esto pasó en convertibilidad dado que esto pasó siempre. Sin embargo lo que no es tan obvio -aunque vulgarmente lo parezca-, es la definición que indica que el fracaso de la convertibilidad se haya debido al esquema convertible mismo.

Si recordamos los principios básicos de ese esquema, vemos que su objetivo fundamental estaba apoyado en la búsqueda por mejorar la productividad de la economía Argentina. En paralelo, como es obvio, mejorar la competitividad sobre la base de un esquema que parangonaba la medida interna con la internacional, y anclaba desde un inicio los parámetros de expectativas en simetría a lo largo del tiempo. Era la primera vez en décadas que los argentinos teníamos la chance de medirnos con las mismas perspectivas y proporciones que el resto del mundo desarrollado, y con ello, poder dar de nosotros en más y mejor libertad. A nuestro ritmo, es cierto, pero corriendo en la misma carrera -si se permite el ejemplo-. La convertibilidad nos abrió las puertas a esa posibilidad.

Lamentablemente, entiendo, no fuimos capaces de aprovechar nuestra oportunidad y nos tranformamos en nuestros propios conspiradores; sindicatos luchando cada vez que veían perder su poder de privilegios monopólicos de representación, transformados de manera paradójica más en garantes del "statu quo tradicional" que en motor del cambio para la mejora y la modernización del trabajo. Instituciones sindicales que en lugar de propender a reorganizar el sistema de incentivos y reclamos bajo los nuevos desafíos, hicieron todo lo posible por obturar el avance de la productividad de los trabajadores públicos y privados. También asistimos a una década en donde el nuevo esquema amenazó a la propia corporación política (de ahí que hoy sea una mala palabra hablar medianamente a favor de poner luz a los aspectos positivos de la convertibilidad), la cual percibía una merma de poder relativo en el novedoso entorno. De esta manera una especie de conspiración de pasillo se transformó en un comportamiento cotidiano, y el objetivo de esos tejes y manejes no estaba orientado a la cualidad y la búsqueda de un nuevo posicionamiento en el nuevo esquema, sino hacia la búsqueda de una retracción a la posibilidad de que el nuevo esquema se desarrolle. Hasta Carlos Ménem -el máximo líder político durante la convertibilidad-, conspiró contra el esquema cuando influyó para no reajustar la simetría del mismo, anteponiendo sus objetivos electorales antes que un objetivo de mayor envergadura institucional. No hay que olvidarlo.

También el sistema educativo se congeló y fue reacio -por no decir reaccionario- a implementar los cambios propuestos, y se negaron antes de hacer todo lo posible para ver si se aggiornaban a la nueva era de la información y la tecnología. Los científicos se quedaron más en la puja política interna y no profundizaron la construcción de redes internacionales de conocimiento desde sus entornos de investigación y las nuevas posibilidades (en los 90 se creó La Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica entre otras secretarías y mecanismos que hoy demuestran que la idea con la cual fueron creadas era fértil). Los empresarios en lugar de aprovechar la oportunidad de actualizar sus equipos y capital gracias a la apertura y la posibilidad de obtener los mismos recursos que sus competidores internacionales a iguales precios, también se abocaron a la opción blanda que implica hacer lobbying en los pasillos públicos para evitar el riesgo de invertir con incertidumbre y competir. De esta forma, ese espíritu de empresarialidad tan deseable y esencial como motor de crecimiento y desarrollo -y que debía haber aparecido en ellos en ese nuevo contexto-, nunca apareció salvo honrosas excepciones mostradas por los nuevos empresarios que el esquema coronó en el sector de los servicios y la información, principalmente.

De esta manera y con otras tantas actitudes similares en diferentes sectores, la respuesta de los argentinos al esquema de convertibilidad resultó ser el principal escollo que tuvo que sortear. Y no fue su abrupto final la consecuencia de haber resistido la "conspiración externa neoliberal con ayuda interna" (como recita en forma permanente la vulgata academicista que analiza ese momento), sino la cruda evidencia que puso a flor de piel la imposibilidad de los argentinos de poder estar a medida de la productividad y el desarrollo de los países mas productivos y desarrollados del planeta. Cruda evidencia que nadie desea ver.

Así, luego de 8 años de ingresos por la vía de inversiones en forma sostenida, cuando el proceso se cerró y el flujo comenzó a revertirse -en parte debido a las expectativas generadas mediante los procesos mencionados más arriba-, bastaron unos meses para que se presente el reposicionamiento del conservadurismo vulgar, y todo retrocedió en lugar de avanzar. Los tradicionales grupos de poder volvieron a controlarlo todo haciendo nuevamente las mieles de una arcaica estructura dominante que debíamos haber superado con el esquema convertible. De esta manera solo devino un cambio parcial que pudo evidenciarse en cierto incremento de la capacidad instalada, que luego de la retracción al final de la convertibilidad, quedaría sobredimensionada para la demanda interna, aunque ahora con el triste agregado de una nueva capa de pobreza acrecentada gracias a la rigidez económica que no pudo absorber las consecuencias de la productividad y modernización de una parte de la economía que se había descalzado. La capacidad instalada en exceso que dejó la convertibilidad también sirvió para empujar un ciclo de consumo durante la década siguiente, agotándose durante el segundo mandato de Cristina Kirchner.

Esa pobreza (camuflada durante el gobierno de Cristina Kirchner gracias al consumo que permitió la abundancia de capacidad instalada ganada durante la convertibilidad) no fue creada por la convertibilidad o efecto de tal esquema, sino por los condicionamientos por nosotros generados. Esa pobreza estructural se profundizó durante la convertibilidad porque no pudimos -no quisimos- aprovechar el abanico de posibilidades diversas y de oportunidades que se presentaron. Pero la convertibilidad posiblemente ha dejado una enseñanza que va más allá de lo estrictamente técnico y económico; los conspiradores más eficientes y malévolos, los causantes de nuestra pobreza y nuestras desdichas, hemos sido nosotros mismos. Los argentinos.


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*para quien escribe estas líneas esas formas no representan negocios sino otro tipo de conducta o procedimiento que podríamos definir como "negociados", que no es lo mismo en los términos de mercado que interpreto, en donde un negocio siempre favorece a todas las partes relacionadas.

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