miércoles, 9 de octubre de 2019

Petulancia intelectual e idiotez generalizada.

En algún momento alguien o algo nos hizo creer que el nivel del pensamiento intelectual argentino era de excelencia. Que ese nivel se transfirió al grueso de la sociedad argentina y que a consecuencia de eso, teníamos una sociedad lúcida que no se dejaba arriar así como así por instituciones que en el resto del mundo habían dominado (engañando a los pueblos con ciertas ficciones que aquí finalmente habíamos desentrañado). Creímos que ese engaño había sido posible porque en esas sociedades la ciudadanía era una especie de manada idiotizada por la sociedad de consumo, que no pensaban en -y no les interesaba- otra cosa más que sus tostadoras; algo así como sociedades pochocleras que son motivo de la sorna y el gaste nacional y popular.

Sin embargo la cruda realidad está golpeando nuestra puerta:

No somos una sociedad lúcida ni nada que se le parezca, somos una sociedad pobre, estúpida y embrutecida. Estamos endeudados y no podemos pagar nuestros compromisos, tenemos recursos potenciales para pagar diez de esas deudas pero no sabemos cómo trabajarlos. No sabemos cómo educar a las nuevas generaciones ni contraprestar con dignidad a nuestros jubilados el trabajo que entregaron en toda su vida. Ejércitos de personas en edad de trabajar no saben distinguir un clavo de un tornillo o la diferencia entre una aplicación de un Smartphone y un sistema operativo. El 80% de la ciudadanía en condiciones de votar no sabe discriminar un derecho de una obligación, y cree que el espíritu liberal de nuestra constitución fue una elucubración pergeñada para hacerle daño antes que un pensamiento altruista para elevar sus capacidades de realización. Más de la mitad de las personas que compran un vehículo cero kilómetro llegan a sus domicilios y lo primero que hacen es colgar una cinta roja de alguna de sus partes para que "no envidien su éxito". Somos capaces de quitarnos la vida por un SmarTV, un par de zapatillas y hasta por un atado de cigarrillos. No podemos disfrutar de un espectáculo deportivo porque los simpatizantes de uno y otro lado utilizan el momento para dirimir reyertas por ver quién se queda con la recaudación de un estacionamiento o el puesto de choripan de la esquina. Se inundan nuestras ciudades ante unos milímetros de lluvia imprevista, tenemos que sufrir decenas de muertos en accidentes para mejorar -parcialmente- las condiciones de transporte. Hordas de personas pululan cada mañana como zombies cortando calles al grito de "pan, dignidad y trabajo", pero no bastan 20 años de hacer siempre lo mismo para que adviertan que alimentan su indignidad cada mañana al mostrarse completamente inútiles para cualquier actividad práctica que pueda propender a la solución que están pidiendo. Del otro lado, la ciudadanía que supuestamente posee las capacidades para advertir la trágica desidia, observa a esas mismas hordas asintiendo con sus reclamos sin captar la tragedia que están presenciando.

La verdad suele ser dolorosa y aún más; Argentina no es ese centro de lucidez tan celebrado intelectualmente por ciertos recovecos de la intelectualidad del subsuelo, tampoco es el lugar donde el capitalismo tocaría su límite debido a la nula capacidad de domesticar a unos trabajadores en lucha permanente por lo supuestamente bien despiertos que aquí están. Nada de eso: Argentina es el lugar donde se gestó la ciudadanía política más idiota e idiotizada del planeta tierra.

No tengan dudas.


El exilio como una inversión de capital.


Ayer la Corte Suprema de Justicia de la Nación determinó que las personas que fueron forzadas a exiliarse durante la dictadura militar tienen derecho a recibir la misma indemnización por parte del Estado que aquellas personas que fueron víctimas en carácter de detenido/desaparecido. No sé por qué, pero ante esta declaración de importancia por parte de nuestra Suprema Corte, pensé en el reconocimiento del Estado Argentino para con las madres de los caídos en Malvinas -por caso-.

Madres cuyos hijos el Estado arrancó a la fuerza cuando cumplieron 18 años, puso unos borceguíes en sus piernas y un fusil en sus manos. Los cargó en un Hércules y los llevó a 4 mil kilómetros de distancia para tirarlos en campo árido a 10 grados bajo cero con una pala pequeña para que caven pozos para esconderse esperando a los ingleses para cagarse a tiros (si sobrevivían a los bombazos de los aviones y los barcos). Después de haberlos mantenido un mes mal alimentados y enterrados en los pozos que ellos mismos cavaron (y con agua helada y barro hasta la cintura), en combate los expusieron a que los recontracagaran a tiros a todos. Y, finalmente, a aquellos muchachos que murieron en esas condiciones y circunstancias -y que el Estado no tuvo tiempo, prioridades ni supo identificar-, los abandonó tirándolos amontonados allí.

Hoy, el mismo Estado que vuelve a reconocer por enésima vez a viejos guerrilleros exiliados, a esas madres de esos muchachos abandonados en Malvinas no les dio ni las gracias. Solo después de 36 años, a las que aún viven, les ha costeado un vuelo para tirarlas en medio de aquel campo para que puedan llorar al lado de un trozo de mármol que tiene grabado el nombre de su hijo -y que vaya uno a saber si es que realmente ahí está-.

¿Cómo tomar esta medida de la Suprema Corte en momentos en que no disponemos de recursos ni para pagar impuestos, pero sin embargo nos empuja a transferir cientos de miles de dólares a un grupo de personas que intentó violentar las instituciones y que, luego de haberse exiliado, ha vivido de la política hasta hoy cobrando suculentos dividendos por continuar militando aquella gesta delincuencial? ¿Cómo no indignarse con este tipo de fallos cuando atrás del mismo sobrevendrán nuevas transferencias de ingresos a grupos de personas que, muchas de ellas, portaron fusiles y pusieron bombas imprevistas sin pensar en las muertes inocentes y que encima de eso, el Estado Argentino no ha cesado en homenajes con días feriados, honores públicos, acceso a los medios de manera privilegiada, reconocimiento en cuanta fundación hay, manejos presupuestarios especiales, apertura de universidades para que utilicen como cotos de caza de nuevas generaciones para su adoctrinamiento, postulaciones a premios, rangos e instituciones internacionales, acceso a lobbys de todo tipo, nombres en plazas, calles, cines y vaya uno a saber cuántas cosas más?

El estado del Estado en la Justicia argentina es poco menos que una letrina donde defecan los seres más injustos e indignos de nuestro entorno. De esto no tengo absolutamente ningún tipo de dudas.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Hong Kong libra la gran batalla.


Hay quien cree que Hong Kong es un refugio de delincuentes internacionales y China el sistema que podría revitalizar las condiciones del "Estado benefactor". Para esta gente con tales creencias Hong Kong sería el efluvio del "neoliberalismo capitalista", en tanto que China portaría -finalmente- el efectivo camino de realización del tan ansiado socialismo planificado con inclusión económica y superación de escasez.

Intelectuales y analistas que abominan del ciclo comercial de Hong Kong y ponen el foco en la protección británica a partir de las consecuencias de la guerra el opio, olvidan el genocidio Chino a partir de la gran marcha de Mao. Con ese lastre inicial analizan lo que hoy sucede en la pequeña isla, una isla que siendo poco más que un trozo de roca inútil como recurso natural de cualquier tipo, se transformó -basada en una protección irrestricta de las libertades individuales y el derecho de propiedad-, en la plataforma comercial más importante de Asia llegando a tener un PIB per cápita de los más elevados del mundo y la deuda más baja del planeta; 49 mil dólares per cápita y 0,1% del PIB de deuda.

Hoy, las libertades civiles y comerciales de Hong Kong están seriamente amenazadas por la entronización de la política China mediante una ley de extradición que parece ser un caballo de Troya para quebrar la autonomía pactada hasta 2047. Y así hoy, lo que para algunos (a 70 años de la Revolución de Mao) es un motivo de festejos, para los habitantes de Hong Kong es un momento de luto (los 40 millones de muertes bajo el puño genocida de Mao Zedong no se olvidan allí como sí los ha olvidado y ocultado el occidente intelectualizado).

La gesta que hoy está librando Hong Kong contra la potencia China es una reedición de David contra Goliat. Esperemos, por el bien de la libertad y la humanidad, que vuelva a triunfar el pequeño gran gigante.