Se desarrollaba la década del 90 y Chile lo había logrado; la inserción internacional de ese país no paró de crecer promoviendo negocios y oportunidades para sí y para el mundo; Falabella, Cencosud, CMPC y Latam hoy son prueba de aquel impulso de gestión comercial internacional, también el crecimiento constante de aquella economía, la caída sostenida de los niveles de pobreza y la mejora de todos sus indicadores (incluido el de redistribución) fueron indiscutibles.
Hace unas horas el país trasandino ha vuelto, tal vez como en aquel momento de 1992, a tomar una decisión trascendental de cara a las próximas décadas; el 80% de su población ha pedido en un plebiscito un cambio constitucional. Se cierra así un ciclo de violencia que comenzó el pasado año y que no había terminado. Y se abre un ciclo de incertidumbre respecto de lo que, se especula, sobrevendrá.
El Chile de los últimos 40 años ha concluido el día de hoy.
Para algunas personas la inmanencia igualitarista (tapada circunstancialmente por un dictatorial sistema impuesto a fuerza de golpe y "punitivismo neoliberal") ha predominado: La "Patria Grande" se ha abierto paso tomando el último gran bastión que quedaba. Para otras personas Chile está dando el paso inevitable que toda sociedad desarrollada debe dar para encaminarse definitivamente hacia lo más alto del medallero y hoy ha entrado en la segunda fase, una que le brindará el nuevo impulso para sellar definitivamente lo que con aquel Iceberg comenzaron a construir. Y, para otras personas, con el plebiscito hemos asistido al último gran acto "democrático" que conforma parte de la estrategia global que, desde Cuba, se traza para América Latina en forma de un coto de caza para mantener esos viejos anhelos de la izquierda comunista internacional en su lucha contra el avance del capitalismo liberal.
De mi parte creo que hoy Chile no tiene mucho por celebrar. Pero puedo estar equivocado, ciertamente.
Veremos.