Estados Unidos, bajo la administración Trump, llegó a 3,5% de desocupación (en teoría económica sería algo así como "pleno empleo"). En paralelo, desde países en donde domina el pensamiento antinorteamericano, organizan una mega marcha de miles de personas para entrar, de manera forzada, a aquella economía capitalista administrada por ese denostado empresario devenido en el líder de la gestión que ha logrado llegar al mencionado índice. La búsqueda de trabajo no parece ser el objetivo central de tal marcha, sino el embate mismo de la misma y lo que él implica para la contraparte; no es una marcha, es una afrenta.
La intención de este movimiento que ha partido desde Honduras puede percibirse como el intento por erosionar la simbología política de la actual administración norteamericana en tanto gestión de gobierno, puesto que los riesgos que implica el crecimiento económico desde esa posición política, es una amenaza mayor para el statu quo de quienes gestionan la marcha de lo que sería el factor real por el cual se movilizan; la falta de trabajo y perspectivas concretas en el sentido económico de sus vidas. El embate debe, por fuerza, chocar necesariamente con los principios formales y fundamentales establecidos constitucionalmente en Estados Unidos, y esto empujará a la actual administración norteamericana a mostrar "su lado malo", puesto que deberá -de alguna manera- administrar ese conflicto con las herramientas que se perciben siempre como algo políticamente incorrecto. Algo más o menos así; los buenos pobres, desposeídos y excluidos que, marchando en busca de nuevas oportunidades, han sido coartados por una economía excluyente liderada por un mesiánico empresario que les cierra toda posibilidad de progreso.
Subyace a los analistas favorables a los marchantes y críticos de Estados Unidos, que la buena condición de la economía estadounidense se corresponde al empobrecimiento del resto (como siempre), y por lo tanto, cualquier observación que se haga favorable a la bonanza americana y desfavorable a la miseria tercermundista -como resultante de la buena gestión de aquellos y la pésima gestión de éstos-, quedará neutralizada por estos analistas como una falacia ideológica. Sin embargo, la falacia ideológica es la que precisamente estos analistas portan al proponer este proceso como una puja de malos excluyentes y buenos excluidos. Poco se sabe del financiamiento de estos marchantes, pero es seguro que la situación a la que pretenden empujar es exactamente la misma a la que hace unos días pretendieron empujar las Organizaciones Sociales en la Plaza de Mayo de la República Argentina ante la sesión en el Congreso por el presupuesto público.
Por lo que deja ver la dinámica de acontecimientos a lo largo de las últimas décadas y la persistencia creciente de estos embates -manteniéndose los mismos aún ante diversos procesos económicos guiados por diferentes administraciones políticas-, hace pensar que este tipo de afrentas no cesarán aún con crecimiento y desarrollo económico permanente, sostenido y sustentable. Estas organizaciones, su financiamiento y estructuras, no tienen como objetivo real en sus reclamos concreto buscar inclusión o una vida mejor, sino cambiar el sistema para vivir de otra manera (hay suficiente cantidad de pruebas por las cuales podríamos concluir que de una manera plagada de miserias y escasez). Pero hay algo aún más llamativo en este proceso; quienes organizan a estos marchantes no desean de manera consciente empujar al cambio de sistema luego de un exhaustivo análisis que decantó en una racional y objetiva toma de decisión, sino su opuesto. Vacíos por completo de cualquier criterio racional, de alguna manera han asumido que poseen una especie de conocimiento vital superior desde donde podrán crear un sistema superador -aunque siempre es el refrito de un fracaso que lleva más de 100 años de historia de intentos incumplido-. Se trata de gente que se organiza para obligarnos a vivir su fantasía ideológica, que cree que tiene posiciones estratégicas surgidas desde la vanguardia del pensamiento, sin embargo, aún no han pasado el umbral del conocimiento mínimo a partir de la interpretación de una prueba clara y concreta.
Es difícil aventurar la respuesta que tomará la gestión Trump ante el caso de los migrantes hondureños. Podemos intuir, a priori, que no se dejará presionar fácilmente; si algo saben hacer bien en Estados Unidos es distinguir y separar los factores que los pueden llevar a la miseria de aquellos factores que los pueden potenciar hacia el éxito. En este sentido es difícil pensar que la masa crítica de esa decena de miles de migrantes pueda ponerlos en el planeta Marte siguiendo las recetas de sus sugerencias para organizar la economía norteamericana, en tanto es más probable que, de asentir por completo con los antojos de este embate, terminen corriendo en cacharros oxidados buscando agua en la Puna de Atacama.
Y mientras todo eso se desarrolla en el norte, aquí, en Argentina, aún no podemos ver con suficiente claridad el destino al que nos conducirá esa masa de personas con voluntad de cambio de sistema (y que hemos definido como "Organizaciones Sociales") si continuamos destinando el 80% del presupuesto público a financiarlas. Podríamos aventurar, casi sin temor a equivocarnos, que Argentina como un gran riachuelo bonaerense es un destino asegurado.
Subyace a los analistas favorables a los marchantes y críticos de Estados Unidos, que la buena condición de la economía estadounidense se corresponde al empobrecimiento del resto (como siempre), y por lo tanto, cualquier observación que se haga favorable a la bonanza americana y desfavorable a la miseria tercermundista -como resultante de la buena gestión de aquellos y la pésima gestión de éstos-, quedará neutralizada por estos analistas como una falacia ideológica. Sin embargo, la falacia ideológica es la que precisamente estos analistas portan al proponer este proceso como una puja de malos excluyentes y buenos excluidos. Poco se sabe del financiamiento de estos marchantes, pero es seguro que la situación a la que pretenden empujar es exactamente la misma a la que hace unos días pretendieron empujar las Organizaciones Sociales en la Plaza de Mayo de la República Argentina ante la sesión en el Congreso por el presupuesto público.
Por lo que deja ver la dinámica de acontecimientos a lo largo de las últimas décadas y la persistencia creciente de estos embates -manteniéndose los mismos aún ante diversos procesos económicos guiados por diferentes administraciones políticas-, hace pensar que este tipo de afrentas no cesarán aún con crecimiento y desarrollo económico permanente, sostenido y sustentable. Estas organizaciones, su financiamiento y estructuras, no tienen como objetivo real en sus reclamos concreto buscar inclusión o una vida mejor, sino cambiar el sistema para vivir de otra manera (hay suficiente cantidad de pruebas por las cuales podríamos concluir que de una manera plagada de miserias y escasez). Pero hay algo aún más llamativo en este proceso; quienes organizan a estos marchantes no desean de manera consciente empujar al cambio de sistema luego de un exhaustivo análisis que decantó en una racional y objetiva toma de decisión, sino su opuesto. Vacíos por completo de cualquier criterio racional, de alguna manera han asumido que poseen una especie de conocimiento vital superior desde donde podrán crear un sistema superador -aunque siempre es el refrito de un fracaso que lleva más de 100 años de historia de intentos incumplido-. Se trata de gente que se organiza para obligarnos a vivir su fantasía ideológica, que cree que tiene posiciones estratégicas surgidas desde la vanguardia del pensamiento, sin embargo, aún no han pasado el umbral del conocimiento mínimo a partir de la interpretación de una prueba clara y concreta.
Es difícil aventurar la respuesta que tomará la gestión Trump ante el caso de los migrantes hondureños. Podemos intuir, a priori, que no se dejará presionar fácilmente; si algo saben hacer bien en Estados Unidos es distinguir y separar los factores que los pueden llevar a la miseria de aquellos factores que los pueden potenciar hacia el éxito. En este sentido es difícil pensar que la masa crítica de esa decena de miles de migrantes pueda ponerlos en el planeta Marte siguiendo las recetas de sus sugerencias para organizar la economía norteamericana, en tanto es más probable que, de asentir por completo con los antojos de este embate, terminen corriendo en cacharros oxidados buscando agua en la Puna de Atacama.
Y mientras todo eso se desarrolla en el norte, aquí, en Argentina, aún no podemos ver con suficiente claridad el destino al que nos conducirá esa masa de personas con voluntad de cambio de sistema (y que hemos definido como "Organizaciones Sociales") si continuamos destinando el 80% del presupuesto público a financiarlas. Podríamos aventurar, casi sin temor a equivocarnos, que Argentina como un gran riachuelo bonaerense es un destino asegurado.