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Estimado John,
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Y ahora, consideremos el importantísimo asunto del “egoísmo tradicional”. Tú escribes: “Tradicionalmente, “egoísmo” ha significado actuar exclusivamente por interés propio e ignorar los intereses de cualquier otra persona”. Luego describes al “egoísta tradicional” y me preguntas en qué sentido me llamo a mí misma egoísta. Observa que la descripción que das (la visión tradicional del egoísmo) es la descripción de “Atila”: supone que uno juzga su interés propio de acuerdo al más estrecho rango del momento inmediato, sin ningún contexto, sin ninguna preocupación por el pasado o el futuro, sin tener en cuenta normas, principios, medios o fines, sin ninguna razón por las elecciones, acciones o decisiones de uno; supone que un capricho es el único estándar de valor y el criterio del interés propio, y que un “egoísta” es aquél que actúa en base a sus caprichos. Esa es la premisa que estoy desafiando.
Un egoísta es un hombre que actúa en interés propio. Eso todavía no nos dice cuál es su interés propio. ¿En base a qué se asume entonces que un egoísta juzga o debe juzgar su interés propio basado en el capricho arbitrario del momento? ¿En base a qué se asume que sus intereses son antagónicos o incompatibles con los intereses de otros? ¿En base a qué se asume que las relaciones humanas no tienen ningún valor personal para un hombre, y que un egoísta tiene que ser indiferente a todos los otros seres humanos?¿En base a qué se asume que “Atila” representa el arquetipo del egoísmo? Y ¿por qué es el punto de vista de “Atila” sobre el interés propio tomado como la referencia y la esencia del interés propio?
Como ves, el concepto “tradicional” de egoísmo es un paquete intelectual “cargado”, sin fundamento, injustificado e injustificable: pretende definir sólo la motivación básica de un hombre (el interés propio), y luego procede a prescribir las cosas concretas que supuestamente representan el interés propio de un hombre; y de esa forma sustituye los valores concretos de “Atila” por la abstracción “interés propio”.
Ciertamente, yo mantengo que un egoísta es un hombre que actúa por interés propio, y que el hombre debe actuar por interés propio. Pero el concepto de “interés propio” sólo identifica la motivación de uno, no la naturaleza de los valores que uno debe escoger. La cuestión, por lo tanto, es: ¿cuál es la naturaleza del interés propio del hombre? Puesto que deseos arbitrarios, antojos o caprichos no son un estándar válido de valor ni un criterio del interés propio, un egoísta tiene que tener un estándar racional de valor y un código racional de moralidad para poder, de hecho, lograr su interés propio.
El concepto “tradicional” de egoísmo asume que el standard de un egoísta es: “Mi interés propio consiste en hacer lo que me plazca”. Un borracho, un drogadicto, un loco del volante, todos ellos son hombres que actúan bajo esa norma, y quienes difícilmente podrían ser considerados ejemplos de interés propio. Un neurótico adorador de caprichos que se auto-destruye no es un representante del ego; de hecho, él no tiene ni ego ni intereses, y ciertamente no es su interés propio lo que persigue ni lo que consigue. La idea “tradicional” de egoísmo (con caprichos como norma) es, como hemos demostrado, una contradicción de términos.
El ego del hombre es su mente; el aspecto más importante del egoísmo es la soberanía del propio juicio racional de un individuo, y su derecho a vivir guiado por ese juicio. Pero ese es precisamente el aspecto que la visión “tradicional” del egoísmo ignora y niega: considera “egoístas” únicamente las satisfacciones físicas momentáneas de un bruto. Por ejemplo, considera la preocupación de un hombre con problemas sociales o políticos como siendo algo “desinteresado”. Es absurdo pretender que el tipo de sociedad en la que un hombre vive no afecta de ninguna forma a su interés propio: existe una diferencia crucial para él dependiendo de si vive en un país libre o en una dictadura totalitaria. Pero el concepto “tradicional” de egoísmo no le permite un punto de vista tan amplio a su interés propio.
Es obvio que el concepto “tradicional” es un vestigio y una secuela de la filosofía del “Hechicero”: considera a “Atila” práctico y al mismo tiempo pretende someterle a él, y al resto de los hombres, por medio de la culpa.
En primer lugar, afirma que “el interés propio” consiste exclusivamente en la maldad bruta, y luego condena todas las formas de interés propio por ser malvadas.
El error (o el fraude) más desastroso en la historia de la ética es el diagnóstico moral de las acciones criminales: los moralistas tradicionales sostienen que la maldad de un ladrón o de un asesino consiste en el hecho de actuar en “interés propio”, sin reconocer que su maldad reside en su elección de valores, en qué decidieron considerar su interés propio.
Puedes ver fácilmente las consecuencias de esa diferencia: si el “interés propio” es el elemento que hace que el crimen sea malvado, entonces el robo, la tortura, el asesinato y una masacre masiva no son malvados si se cometen en interés de otros. Y ese es precisamente el concepto moral a través del cual todos los horrores de las dictaduras modernas están siendo aceptados, tolerados, perdonados y justificados hoy día.
La visión “tradicional” del egoísmo no diferencia ni puede diferenciar a un productor de un saqueador: ambos son hombres actuando por cuenta de y basados en lo que cada uno de ellos considera su interés propio. Ese es otro de los síntomas y las secuelas de la filosofía del “Hechicero”: un Hechicero no permite en su concepción del universo la posibilidad de la existencia de un productor.
La visión “tradicional” del egoísmo asume que la norma de valor por la que uno juzga el valor de una acción no es un principio, ni una premisa específica, ni un concepto definido de “lo bueno”, sino solamente el beneficiario de una acción. Asume que el beneficiario es una primaria ética y una norma de valor moral: si una acción, independientemente de su naturaleza, se hace con la intención de beneficiarte a ti mismo, entonces eres un egoísta (y, tradicionalmente, malvado); si una acción, independientemente de su naturaleza, tiene como objetivo beneficiar a otros, entonces eres un altruista (y, tradicionalmente, bueno). Esto lleva a todas las malvadas contradicciones de las que hablo en el discurso de Galt.
Mientras la ética siga siendo la provincia del misticismo y el subjetivismo, mientras la ética continúe estando basada, en última instancia, en el capricho (el capricho de Dios, de la sociedad o de uno mismo), mientras los valores morales no hayan sido objetiva y racionalmente justificados, entonces los deseos del hombre han de ser tomados como primarias irreducibles, y la cuestión moral básica tiene que ser: los deseos ¿de quién? ¿los tuyos o los de tus vecinos? (Ver páginas 30-31 de mi artículo sobre “La Ética Objetivista”, el pasaje que trata del tema del hedonismo ético.) Es la irracionalidad, el primitivismo y la superficialidad del enfoque tradicional lo que estoy desafiando.
La tarea de la ética es decirles a los hombres cómo vivir. Dado que ni el interés propio ni la felicidad ni la supervivencia pueden lograrse por movimientos al azar o caprichos arbitrarios, es la tarea de la ética el definir los principios por los cuales el hombre ha de juzgar y elegir sus valores, intereses, metas y acciones. (Sólo la visión ética de un místico o un Hechicero afirmaría que el hombre puede vivir y actuar bajo la guía de sus deseos o de valores elegidos arbitrariamente, es decir: valores divorciados de o opuestos a los hechos de la realidad con la que tiene que tratar.) Por lo tanto, la primera pregunta en ética es: ¿Qué son valores y por qué los necesita el hombre? La respuesta a esa pregunta nos dirá qué valores el hombre debe escoger y por qué.
Tú conoces el fundamento y la validación de la Ética Objetivista; sabes por qué el derecho del hombre a existir por sí mismo no es una elección arbitraria y “egoísta”, sino una necesidad metafísica derivada no sólo de la naturaleza del hombre, sino de la naturaleza de la vida, es decir: de todos los organismos vivos, y por qué el código moral específico que requiere la existencia del hombre es necesario por su naturaleza como organismo vivo cuyo principal medio de supervivencia es la razón.
Por lo tanto, el interés propio de un hombre no debe estar determinado por sus deseos o caprichos arbitrarios, sino por los principios de un código moral objetivo. El hombre debe perseguir su propio interés, pero únicamente bajo la guía de ese código, por la razón, y en el marco de dicho código. Los derechos morales y las exigencias que se derivan de ese código están basados en su naturaleza como ser racional, y no pueden ser extendidos hasta incluir sus opuestos; una exigencia irracional se invalida a sí misma al negar la base de las demandas morales o los derechos del hombre (por caer en la falacia del “concepto robado”). El derecho a existir y a perseguir su propia felicidad no le da al hombre el derecho a actuar de forma irracional o a perseguir objetivos contradictorios, contraproducentes y auto-destructivos. La racionalidad exige que el hombre escoja sus objetivos en el contexto completo e integrado de todo el conocimiento relevante del que dispone; le prohíbe las contradicciones, las evasiones, el culto al capricho y el ignorar el contexto.
Un hombre racional tiene que reconocer que la razón no permite creencias o valores arbitrarios o subjetivos, y que el valor que él le atribuye a su propia vida y su derecho objetivo a ese valor están basados en la naturaleza de la vida en general y de la vida humana en particular; por lo tanto, si valora su propia vida, él ha de reconocer el derecho de todos los seres humanos a valorar sus propias vidas de la misma manera, por las mismas razones y en los mismos términos. Si él considera que mantener su propia vida por su propio esfuerzo y lograr su propia felicidad es su objetivo principal, entonces tiene que concederles el mismo derecho a los demás; si no se lo concede, entonces es culpable de una contradicción y no puede exigir ninguna validez racional para su propio derecho. Si él reconoce que vivir entre otros hombres (en una sociedad libre) es en su interés propio, no puede ser ciegamente indiferente a otros hombres, o “negarse a levantar un dedo para salvar una vida humana.” Su autoestima y su interés propio son la raíz de su benevolencia hacia los demás. (Pero si los hombres le esclavizan para servir las necesidades de una sociedad colectivista, entonces esa raíz desaparecería y es cuando sentiría indiferencia, odio o desprecio por los demás.) Al perseguir su propio interés racional, no establece sus valores y sus metas por antojo o por lo que se le ocurre en cada momento; por tanto, sabe que no es en su interés propio – y que tampoco es moral ni práctico – robar, engañar, defraudar o asesinar a otros; y sabe también que no debe buscar lo inmerecido, es decir: tratar de obtener un valor producido por otros, o que pertenece a otros, sin tener su consentimiento voluntario y sin ofrecerles un valor a cambio. Si alega su derecho a la independencia, no puede vivir como un parásito del trabajo productivo de los demás (el comercio no es dependencia; la caridad y el robo sí lo son). Él elige y persigue sólo aquellos objetivos que puede conseguir con su propio esfuerzo; no necesita a otros ni depende de ellos en ningún aspecto fundamental de su vida. Y, sobre todo, mantiene la soberanía independiente de su propio juicio como su única guía.
Esta, en su más breve esencia, es la visión Objetivista del egoísmo. Es en este sentido en el que Roark, Galt y yo somos egoístas puros.
Para resumir lo anterior: hay dos preguntas en ética que los moralistas tradicionales agrupan en un paquete indiferenciado: a) ¿Qué son valores? y b) ¿Quién debe ser el beneficiario de los valores? Dado que todos los valores han de ser adquiridos y / o mantenidos por las acciones de los hombres, cualquier brecha entre actor y beneficiario requiere una injusticia: el sacrificio de unos hombres a otros, de los que actúan o producen a los que se benefician. Nada puede jamás justificar o validar tal brecha. Por lo tanto, la Ética Objetivista sostiene que el actor siempre ha de ser el beneficiario de la acción – que el hombre debe actuar en su propio interés – pero que ese derecho se deriva de la naturaleza de los valores y de la naturaleza del hombre, y que, por lo tanto, solamente es aplicable en el contexto de un código de valores moral y racional, demostrado y validado objetivamente, lo que determina el interés propio racional.
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