Vivimos tiempos en los que nadie se quiere hacer cargo de nada. La política y los liderazgos son reflejo de eso. Es un tiempo, en opinión de no pocas personas (en especial de generaciones de más de 50 años y que tienen vívidos recuerdos de liderazgos firmes y corajudos), de pusilanimidad política. En especial en esa especie de égida que conocemos como "occidente", no es tan claro en Asia, donde el liderazgo parece tener mayor hidalguía y el "hacerse cargo" es asumido sin ambages por la ciudadanía.
En tal estado de situación cualquier anomalía por fuera de la media standard acostumbrada -reitero, especialmente en occidente- potencialmente puede generar un desequilibrio con el que tomará velocidad una histeria generalizada que puede realimentarse hasta límites insospechados. Salvo, reitero, que aparezca un liderazgo fuerte de los cuales occidente ya no posee. Las circunstancias así expuestas empujan al arco político a quedar expuesto a cualquier vaivén: una tormenta fuerte, huracán, sismo o inundación importantes en algún lugar del planeta -de los que siempre hubo pero no nos enterábamos por falta de comunicación- hoy parece ser el advenimiento del fin del mundo o la culminación del ciclo vital del planeta tierra. En este contexto, una pandemia como hace 100 años no se vivía podía generar un cimbronazo importante. Y así sucedió con COVID-19.
Ahora bien, confundir la entrega de la agenda de decisiones que un grupo de cobardes que no asume una realidad le otorga a científicos histéricos que están en la misma situación (los cuales recomendarán todo tipo de protocolos al tanteo movidos más desde el miedo que por la razón gestando pujas de grupos de interés en una economía de mercado capitalista), con una conspiración mundial perfectamente pergeñada por un grupo de personas que quieren esterilizar y domesticar a toda la humanidad como a ratas de laboratorio, considero que es un tanto fantástico. Y, dada también la pusilanimidad general reinante, imposible de hacer en caso de pensar que fuese eso posible. Porque para que ese tipo de elucubraciones finalmente se efectivicen, en algún momento se requerirá también de un liderazgo fuerte. Cosa que hoy no hay: Hitler hoy no podría formar lo que formó hace 90 años como tampoco podría hacerlo un sabio de Sion (y no estoy comparando unos y otros como si fueran lo mismo sino como intención de efectivizar lo pergeñado en el actual contexto de aplicación).
Entiendo que la cosa es más o menos así. Vivíamos cómodos en nuestra nube de pedos posteando selfies y hablando de guerras distantes, lejos de imaginar una hambruna cercana o ir a empuñar un arma para cagarnos a tiros a la vuelta de la esquina. A los actuales 25 años de edad no somos personas maduras, continuamos en la niñez (hoy es moneda corriente escuchar decir "el nene" o "la nena" a personas que en otro momento ya habían afrontado la dureza de la vida con la crudeza que la vida impone). La clase política comenzó a ser reflejo de eso, en tanto que en países líderes sus liderazgos se fueron protocolarizando de tal manera que, también ahí, la crudeza que implica el captar las consecuencias de una decisión fuerte se fue escindiendo en una innumerable cantidad de pasos (para evitar demasiadas tensiones y sufrimientos al líder sin que nadie se haga cargo de ninguna decisión, incluido el líder). Pero todo esto venía más o menos tirando hasta que apareció un virus que venía amagando, y surgió desde un lugar en donde la densidad poblacional y la asepsia de la vida cotidiana indicaba que era esperable que algo así sucediese allí (la historia de la humanidad es esto mismo). Tal anomalía fuera de la media en un mundo de comodidad que empujó a cierta estupidización cotidiana, expuso al sector político y a la gente en general al vacío absoluto de herramientas y templanza para tomar decisiones acertadas y adecuadas; La Unión Euorpea impidió inicialmente a Italia a cerrar sus fronteras y la envió al cadalso, luego por efecto demostración de esa mala decisión cundió el pánico y todo el mundo se fue al otro lado tomando la decisión de cerrar todo. Nadie quería pagar el precio de lidiar con muertes inevitables por miedo a ser señalado: es la sociedad pusilánime corriendo por ver de qué manera evitar vivir lo que de manera inevitable, debía ser vivido.
En ese entorno está la economía, el capitalismo y el mercado globalmente conectados. Y en ese contexto, el paliativo a esta situación imprevista tiene una sola fuente posible; los laboratorios de producción de vacunas para prevenir el mal mayor o la producción del medicamento de cura una vez la enfermedad se ha presentado (de suerte que no hayamos depositado la solución en un gran rezo colectivo). Es obvio que en la producción de laboratorios en un sistema capitalista existen intereses privados que se cruzan con la agenda política, y es aún más obvio que en ese contexto asistimos a diario a imágenes en las que captamos a aves de presa negociando con burócratas pusilánimes que conforman el mundo de la gestión pública. Y ahí ya tenemos el cocktail con el que podemos confundirnos: dimes y diretes, dichos y refutaciones, cambios de marcha, rectificaciones entre apuros y más marchas y contramarchas pueden ser vistos de manera apresurada como efectos de "una conspiración mundial". Es más difícil asumirlo como algo que está sucediendo y no fue previsto en medio de un contexto no preparado para tal cosa. Vivimos tiempos en los que nos cuesta asumir el todo ser así de la vida y siempre buscamos explicaciones por fuera. La teoría de la conspiración global también es emanación de esto.
Debo decir que por descreer de la conspiración no estoy soslayando que haya grupos de interés beneficiándose en demasía de todo esto -empujando sus lógicos lobbys- y otros grupos perjudicándose ante una circunstancia que, de no existir, no e habrían perjudicado. Pero reitero, no creo en absoluto que todo sea parte de un plan diabólico diseñado para transformar el planeta entero en un gran laboratorio. Eso es imposible.
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