En el pasado siglo el estereotipo argentino de "buen ciudadano" tenía características bien distintivas; generalmente se trataba del don nadie del pueblo, era la chusma que sabía vida y obra de todo el poblado y, siendo un bueno para nada, de buenas a primeras sorprendía apareciendo un domingo a la tarde dando charlas de moral y buenas costumbres hablando de "Dios, patria y familia" desde el púlpito de la sociedad de fomento (que presidía por ser amigo del comisario, el cura y el juez).
Desde la aparición de la pandemia, en argentina volvieron a ponerse de manifiesto aquellas característica de tal particular ciudadano modelo del siglo pasado (aunque hoy muestran cierta metamorfosis dado que están encarnadas en los nuevos formatos generacionales); la vileza de conducta para con el resto acompañada de esa sumisión rastrera ante el poder circunstancial que mostraba aquel servil bueno para nada, hoy en cuarentena vuelve a circundar argentina de una manera tremebunda:
A aquel despreciable sujeto, en el actual contexto, no solo lo están encarnando los actuales -y siempre imbéciles- militantes de ocasión que ponen los dedos en V y salen a señalar personas solo porque las ven caminando por la calle o por verlas sentadas en su propio bar tomando un café en solitario (bar que debieron abrir para mantener, al menos, sin humedad ante el vacío de clientela); hoy hasta tu primo y tu vecino te señalarán para que vayas preso por comer un asado con amigos.
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