martes, 4 de agosto de 2020

Argentina, ciudadanía y autoridad.

Siempre pienso que eso que llaman "argentinidad" tiene mucho de alcahuetería y sumisión ante la autoridad (características que en nuestro país se dejan ver en forma de una rebeldía siempre inconclusa).

En el pasado siglo el estereotipo argentino de "buen ciudadano" tenía características bien distintivas; generalmente se trataba del don nadie del pueblo, era la chusma que sabía vida y obra de todo el poblado y, siendo un bueno para nada, de buenas a primeras sorprendía apareciendo un domingo a la tarde dando charlas de moral y buenas costumbres hablando de "Dios, patria y familia" desde el púlpito de la sociedad de fomento (que presidía por ser amigo del comisario, el cura y el juez). 

Desde la aparición de la pandemia, en argentina volvieron a ponerse de manifiesto aquellas característica de tal particular ciudadano modelo del siglo pasado (aunque hoy muestran cierta metamorfosis dado que están encarnadas en los nuevos formatos generacionales); la vileza de conducta para con el resto acompañada de esa sumisión rastrera ante el poder circunstancial que mostraba aquel servil bueno para nada, hoy en cuarentena vuelve a circundar argentina de una manera tremebunda:
A aquel despreciable sujeto, en el actual contexto, no solo lo están encarnando los actuales -y siempre imbéciles- militantes de ocasión que ponen los dedos en V y salen a señalar personas solo porque las ven caminando por la calle o por verlas sentadas en su propio bar tomando un café en solitario (bar que debieron abrir para mantener, al menos, sin humedad ante el vacío de clientela); hoy hasta tu primo y tu vecino te señalarán para que vayas preso por comer un asado con amigos. 

Argentina, un país con "buena gente".



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