Porque el saber no se obtiene buscando un conocimiento completo, sino captando nuestra ignorancia adecuada.
miércoles, 18 de marzo de 2020
Covid-19 y el terrorismo, los amigos invisibles del Estado.
Algo que hemos presenciado en los últimos 10 años fue el declive en la capacidad de control público de las conductas ciudadanas; en la medida en que estas conductas progresivamente mejoraron su acción de reclamo de manera impredecible, creativa y eficaz, los estados fueron quedando inexorablemente expuestos en su anomalía institucional.
Durante los últimos 10 años, desde lo que conocimos como "la primavera Árabe" hasta el persistente movimiento de los chalecos amarillos en Francia, hemos presenciado innumerables momentos que han puesto en jaque al poder público establecido (sea cual fuere su línea ideológica): las manifestaciones en Venezuela pusieron en jaque al chavismo, las de Hong Kong evitan el avance chino sobre la isla, en España gestaron inicialmente al movimiento "podemos" y ahora a su contracara, Vox. Argentina tuvo lo suyo en las manifestaciones espontáneas del 8N y 18A (que pusieron contra las cuerdas al kichnerismo). En Chile una acción coordinada e impredecible -se decía que los manifestantes utilizaron una aplicación usada en Hong Kong para comunicación- hizo lo mismo con el gobierno de Sebastián Piñera. En Noviembre de 2014 y a raíz de un caso de gatillo fácil, en EEUU hubo protestas masivas que se salieron de control. Y hay más ejemplos.
Un argumento que, durante estos últimos años han utilizado los estados para controlar a la ciudadanía, justifica el control como una acción necesaria para luchar contra el terrorismo: Al sanguinario atentado contra la redacción de Charlie Hebdo en enero de 2015 y el ataque simultáneo que comenzó en el Stade de France y luego en Le Bataclan en noviembre de ese mismo año (dejaron ambos más de 130 muertos), se sumó en 2017 el atentado en Inglaterra del Manchester Arena, que dejó 22 muertes y 116 heridos. Aún así la militarización del control social no fue posible todo lo que se hubiera deseado desde esos estados. Hubo derechos adquiridos que ya no tenían vuelta atrás; los derechos garantizados en las constituciones liberales. Hasta hoy...
Desde hace semanas ha aparecido un nuevo enemigo, invisible, impredecible, aparentemente implacable y terriblemente peligroso; un virus. Se pueden especular muchas cosas en torno a esta aparición, pero lo único cierto -al menos hasta ahora y que hoy en día podemos percibir claramente-, es la violenta reversión que ha tenido aquel declive mencionado de control público sobre la ciudadanía. A partir de Covid-19 los estados han vuelto a tener de manera firme las riendas de control, aunque ahora no solo observados a regañadientes por la ciudadanía sino ayudados por ésta, que ahora sí, parece estar dispuesta a entregarlo todo en pos de ese enemigo invisible que solo se deja ver cuando mata (al igual que el terrorismo) y del cual solo podemos sospechar su presencia cuando estornudamos (al igual que el miedo que nos produce ver a alguien con aspecto islámico dejar un bolso en un banco de plaza que está en cercanía).
Este escrito no pretende relativizar peligros ni sugiere actitudes irresponsables, solo intenta poner una mirada más en términos de preguntarnos hasta donde estamos dispuestos a poner límites en la entrega de nuestras libertades y derechos. Hace instantes Facundo Manes y Sergio Berni -en diferentes programas- han repetido la misma frase: "Aquí no hay lugar para librepensadores", y yo en este momento estoy pensando libremente.
¿Podré hacerlo mañana?
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