lunes, 30 de abril de 2018

La dualidad adolescente.


“Ser de izquierda es, como lo es ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil; ambas, en efecto, son formas de hemiplejia moral”

José Ortega y Gasset.


Una de las estructuras institucionales -instituidas en Argentina-, es la que propone una especie de halo mediante el cual se torna sacro cualquier argumento que provenga de una conceptualización interpretada como "de izquierda". Y una letra escarlata mediante la cual se patenta de indeseable e indecente todo intento de pensamiento que puede ser interpretado como "tirado a la derecha". En Argentina esta dualidad ha cobrado una claridad tal, que el fenómeno ya es claramente percibido por la ciudadanía (incluida aquella desinformada y desinteresada por este tipo de pujas del pensamiento); el contraste ha llegado a su "condición objetiva".

Desde el primer tercio del siglo XX (precisamente luego del advenimiento de la Revolución Rusa de 1917), uno de los objetivos principales de la izquierda fue el de la apropiación de símbolos que gestan el sentido de las estructuras ideales del pensamiento político; eso que hoy denominamos como "lo políticamente correcto". Quienes apuntaron sus cañones intelectuales en esa dirección tenían bien claro que sin trastocar los sentidos primigenios de las interpretaciones primarias de las generaciones venideras, cualquier esfuerzo revolucionario profundo sería en vano. De esta manera la izquierda trazó un abanico de intenciones muy bien pergeñado desde las internacionalistas reuniones en las que diagramaron cómo administrar los recursos públicos no económicos, pero simbólicos; en las artes, el derecho, la educación, la información y todo órgano burocrático de importancia en el desarrollo cotidiano de la sociedad civil. De esta manera, entronizando en cuanta institución pudieron, lograron armar un paradigma educativo que formateó el sentido de aprendizaje de las generaciones, por generaciones. 

Probablemente sea Argentina el lugar en donde arraigó la potencia mayúscula del devenir de esa intención, nuestras propias venalidades elevaron al infinito el contraste entre buenos y malos pergeñado por ese objetivo internacionalista. La legitimidad se confundió con legalidad (la primera desplazó a la segunda como centro de gravedad del derecho) y la falta de educación en derechos civiles del grueso de una ciudadanía desarticulada, hizo el resto. El anhelo por la búsqueda de lo legítimo monopolizó el reclamo formal, olvidándose el esquema protocolar para nutrir y desarrollar el formato de lo legal; lo legítimo -que siempre es de tribuna- se impuso por sobre lo legal -que siempre es racional-. Y dado que la condición de legitimidad había sido cooptada simbólicamente por la izquierda, nuestras propias miserias y tragedias potenciaron el resto. En Argentina prendió muy bien el añejo objetivo internacionalista de Willi Münzenberg y la "comintern"

De esta manera la situación simbólica respecto de la interpretación vulgar sobre las cualidades de la izquierda, apuntaló su sentido mediante el contraste: la izquierda es buena y la derecha es mala, la izquierda está con los trabajadores y la derecha con los empresarios (que siempre son malos), la izquierda nos hará libres y la derecha nos apresará, la izquierda nunca es corrupta y la derecha está corrompida, la izquierda es rebeldía y la derecha acartonada, la izquierda sufre y la derecha golpea, la izquierda es amor y la derecha es odio, la izquierda es linda y la derecha es fea. Pero también la izquierda es dolor y la derecha es rigor, la izquierda es expoliada por la derecha expoliadora, la izquierda es joven y la derecha es rancia, y la izquierda es "compromisos social" en tanto que la derecha es hielo y rigurosidad.Y así en todas y cada una de las dualidades con las que podemos interpretar la condición humana. 

Cuídense de esas personas que al sugerir muestran esa estructura de pensamiento, suelen ser más perjudiciales que la premeditación de un sagaz conspirador. Quienes montan esa dicotomía tienden a generar problemas mayúsculos sin percibirlo; en política y economía la adolescencia de presupuestos empuja de manera inevitable a decisiones trágicas y equivocadas por falta de madurez. En Argentina las venimos sufriendo hace décadas. 

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