El vídeo que he incorporado vino a mis recuerdos luego de ver la fotografía que al final de la nota dejo incorporada, en la misma se puede observar al Ministro de Economía, Axel Kicillof, requerido por la militancia en la última marcha organizada por el gobierno al que pertenece como cuadro técnico. Esa imagen de alguna manera me hizo retrotraer al bochornoso momento del ex-jefe de Gobierno Porteño Anibal Ibarra. Y me empujó a trazar las líneas que a continuación incorporo.
Nos golpea la imagen que deja un político caminando por la calle cuando descubrimos que ha contratado personas para ser abrazado, montando una escena de simulación con la cual se presenta querido, amado. Repugna el acto al percibir la verdad inmediata, y quien pretendía mostrarse querido, de repente se torna vil, mentiroso y hasta lo digerimos con cierta violencia. Nos indignamos. Cuando vimos a Anibal Ibarra llamar por teléfono a sus colaboradores para que dejen de enviar abrazadores pagos, parecía que estábamos adelante de un idiota completo a la vez que de un completo miserable.
Ahora bien; ¿No pasa exactamente lo mismo -aunque con una distancia que nos cambia la perspectiva- cuando vemos al Ministro de Economía requerido para el abrazo y la selfie por parte de personas que llegaron al lugar con medios de transporte promocionados y cuyos ingresos en gran parte dependen de la acción del Ministro que ha logrado quitar recursos de un lado para redistribuir hacia ellos por diferentes vías, diagramadas a consciencia y que forman un paga indirecta similar a la que nos indigna en el caso Ibarra cuando la vemos de cerca y a menor escala? ¿El subsidio, asignación o lo que fuere que reciben esas personas no es, de alguna manera, un pago indirecto que termina siendo contraprestado con una demostración de afecto un tanto más "natural" que la demostrada en el caso Ibarra?
Creo que es lo mismo. La diferencia pasa por la distancia conceptual con la cual podemos percibir ambos procesos. Uno más directo -Ibarra-, el otro más lejano -Kicillof-. Y no solo las distancias hacen su juego, sino también el cruce de necesidades que empujan a tales relaciones. Y en este sentido, hasta podría argumentar que la esencia que permea la relación Kicillof-militantes, es más tóxica que la de Ibarra-festejantes.
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