El Papa nos mira desde el “no debe suceder” -no debe ser-, y no desde el “sucede” -es-.
La negación entonces, al ser el punto de partida del horizonte preconceptual con el cual construye todo el devenir de su pensamiento reflexivo -y por consiguiente las recomendaciones-, se transforma implícitamente en un muro y no en un espejo complementario a la vida que discurre alimentando la observación. De ésta manera, una dualidad fértil queda coartada en unicidad trunca.
La crítica al “Dios dinero” que realiza Francisco, constituye la construcción del muro mediante una deidad que se incorpora como elemento ad hoc para negar un hecho que está aquí en la tierra: Dios acompaña al dinero; elevada de esta manera la crítica a categoría metafísica. Así creado, el relato de Francisco presentará inevitablemente un señalamiento, en el que implícita y sutilmente se nos induce a una imposición y un juicio ético y moral sobre nuestras actitudes, que de esta manera quedarán depositadas en el terreno de lo mundano y las blasfemias, y se nos mostrará participantes de un intercambio injusto, entregados a una naturaleza humana que no debería desarrollarse.
De esta manera, negando lo que sucede –lo que es-, he intentando imponer lo que debería suceder –lo que debería ser-, una vez más se crea un choque fútil sobre el devenir, sobre todo ser así.
Nuevamente un manto de oscuridad pretende cubrir la luz de un proceso que aparece y sobre el cual existe posibilidad y potencia. Y una vez más habrá que recordar que no se trata de negar el valor del dinero, puesto que en mayor o menor medida, el valor ya está ahí. Es, precisamente, la presencia del dinero la que empuja su negación (esta renovada negación papal).
El camino justo solo puede partir desde el reconocimiento, y su dirección, solo puede construir terreno fértil; acompañar para elevar en lugar de pesar para frenar, es la acción que separa grandeza de pequeñez. Elevar el proceso que potencialmente puede poner a los seres humanos en máxima expresión y trascendencia en el devenir de su acción, o empequeñecerlo hasta negarlo, es la disyuntiva a la que hoy Francisco se enfrenta desde -y para-, la porción de humanidad a la cual representa y en la cual montan esperanzas sus fieles.
Si el camino es el segundo, constituye un peso más para el ancla que arrastra la acción humana al moverse en la dirección que de suyo, ya ha escogido en forma libre y espontánea durante miles y miles de años de prueba y error, y a pesar de los estados y la iglesia, no gracias a ellos.
La negación entonces, al ser el punto de partida del horizonte preconceptual con el cual construye todo el devenir de su pensamiento reflexivo -y por consiguiente las recomendaciones-, se transforma implícitamente en un muro y no en un espejo complementario a la vida que discurre alimentando la observación. De ésta manera, una dualidad fértil queda coartada en unicidad trunca.
La crítica al “Dios dinero” que realiza Francisco, constituye la construcción del muro mediante una deidad que se incorpora como elemento ad hoc para negar un hecho que está aquí en la tierra: Dios acompaña al dinero; elevada de esta manera la crítica a categoría metafísica. Así creado, el relato de Francisco presentará inevitablemente un señalamiento, en el que implícita y sutilmente se nos induce a una imposición y un juicio ético y moral sobre nuestras actitudes, que de esta manera quedarán depositadas en el terreno de lo mundano y las blasfemias, y se nos mostrará participantes de un intercambio injusto, entregados a una naturaleza humana que no debería desarrollarse.
De esta manera, negando lo que sucede –lo que es-, he intentando imponer lo que debería suceder –lo que debería ser-, una vez más se crea un choque fútil sobre el devenir, sobre todo ser así.
Nuevamente un manto de oscuridad pretende cubrir la luz de un proceso que aparece y sobre el cual existe posibilidad y potencia. Y una vez más habrá que recordar que no se trata de negar el valor del dinero, puesto que en mayor o menor medida, el valor ya está ahí. Es, precisamente, la presencia del dinero la que empuja su negación (esta renovada negación papal).
El camino justo solo puede partir desde el reconocimiento, y su dirección, solo puede construir terreno fértil; acompañar para elevar en lugar de pesar para frenar, es la acción que separa grandeza de pequeñez. Elevar el proceso que potencialmente puede poner a los seres humanos en máxima expresión y trascendencia en el devenir de su acción, o empequeñecerlo hasta negarlo, es la disyuntiva a la que hoy Francisco se enfrenta desde -y para-, la porción de humanidad a la cual representa y en la cual montan esperanzas sus fieles.
Si el camino es el segundo, constituye un peso más para el ancla que arrastra la acción humana al moverse en la dirección que de suyo, ya ha escogido en forma libre y espontánea durante miles y miles de años de prueba y error, y a pesar de los estados y la iglesia, no gracias a ellos.
Interesante artículo, gracias por su publicación.
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