Imagina que posees unas vacas y un par de hectáreas para iniciar un pequeño emprendimiento ganadero, cuando de repente llega un representante del gobierno y las acorrala indicando un posible brote de aftosa. Sin dar ningúna explicación delimita un área de exclusión complicando el proceso de alimentación de tu ganado. Comienzas tu reclamo y te responden con un subsidio para que pagues una empresa tercerizada mediante la cual alimentarlas. Viene el sindicato de peones a recriminarte por no alimentarlas con su personal, pacientemente intentas explicar que no tienes nada que ver en este entuerto, que para alimentar un par de vacas basta y sobra con la fuerza de tus brazos y tus piernas, pero que no puedes hacerlo porque hay una zona de exclusión. Los peones comienzan a pelearse con los tercerizados, vuelan las piedras. Las vacas continúan famélicas. Y tú a los gritos intentando ser escuchado; "pero se mueren las vacas!". Un emisario del gobierno te dice "¡Cállate oligarca!". Muere de un piedrazo un trabajador tercerizado, todos salen corriendo y se esconden como las ratas lo hacen en un albañal. En el lugar no queda nadie, menos aún el contralor del gobierno. Corres desesperado a ver el ganado, pero encuentras solo pedazos de carne y cuero que yace sin vida en la sequedad de un terreno inhóspito, entonces piensas; "debería haber dedicado mi esfuerzo a la soja”.
Llegas abatido a la pequeña e improvisada habitación del terruño, dejas tu cuerpo caer pesadamente en la cama mientras enciendes la pequeña radio atenazada en tus manos. Pensando en aquel esquivo brote pastoril escuchas que comienza una nueva ronda de mensajes en cadena nacional, percibes el tono firme en el tronar de la presidente mediante unas palabras que, al unísono de su emisión, parecen cobrar mágicamente un significado opuesto al que supuestamente responden; sientes estar en presencia de un poder transformador cuando observas que lo que aparece como un embeleso conceptual, llega a tus oídos como una afrenta guerrera; "...aumentaremos las retenciones a los granos porque hay demasiada opulencia, renta extraordinaria y falta de generosidad, conviviendo irresponsablemente con excesivas necesidades básicas insatisfechas y falta de dignidad..."
Continúas con atención el discurso y se oyen voces que presentan a los nuevos líderes de las juventudes dignificantes. Uno de ellos comienza a hablar e instantáneamente su voz resulta familiar: es el jefe de los tercerizados que inició el descalabro en tu campo conviviendo en el palco con el líder del sindicato de peones; la contraparte de la barbarie. Harto de la situación, decides irte sin importar el costo, te empujas a dejar tu tierra con lo poco que de ella queda. Vas derecho al aeropuerto pensando en organizar una nueva vida, imaginas ya nuevas metas e intuyes nuevos medios para tales fines, sientes que el pesar va calmando el hastío y no quieres mirar atrás. Llegas al mostrador para comprar un pasaje y te encuentras con una muchacha que, portando la imagen y la voz de la empresa que en minutos debía montarte hacia una nueva ilusión, te informa: “los vuelos están paralizados hasta nuevo aviso”.
Tercerizados y sindicatos aeroportuarios han parado las operaciones y se escucha el sonido de bombos que llega desde el interior de las aeronaves; lo único que vuela en la pista son piedras. Cansado ya y casi sin ganas de continuar viviendo, decides ir a una armería y gastar lo último que queda de tu dinero para comprar un arma y volarte los sesos. El vendedor, advirtiendo tu estado y conociendo el paño, sugiere que no desperdicies 8 balas si vas a utilizar tan solo una. Un inexplicable proceso te hace tomar conciencia de la utilidad que puede poseer un excedente innecesario y te abocas a la tarea de hacer algo bueno con tu vida: algo bueno en forma explícita; sientes que puedes ser solidario entregando súbitamente y sin pedir nada a cambio, aquel residuo metálico, aquellas 8 balas. Compras el arma con sus nueve movimientos y comienzas a caminar en silencio. Utilizas una con el líder de los tercerizados del campo, luego otra con el sindicalista de peones rurales. Comienza a gustarte la solidaridad, sientes la potencia del poder de ese pedazo de metal en tu puño y fluye nuevamente ése impulso vital que parecía perdido. Utilizas una tercera bala para el representante del gobierno que construyó el corral estatal para tu ganado. Casi como por una jugarreta del destino, quien lo acompaña en el auto es una cara conocida, la recuerdas claramente, es el burócrata que había pretendido denostarte en forma acusatoria al grito de: "¡oligarca!". Con pulso sereno, sin titubeos ni remordimiento, depositas en su vientre dos eficientes regalos de plomo.
Ya eres consciente que no vale la pena matarse, sino corregir injusticias, y sabes que aún puedes sentirte vivo 4 veces más. Vuelves en silencio a tu casa, escuchas al taxista hablar de inflación, te dice que no puede pagar el reemplazo de sus neumáticos y agradece pertenecer a un sindicato fuerte que le acerca a precio de costo, las ruedas que el mercado le vende a precio de usura. Levanta el volumen de la radio y escuchas que el ministro de economía habla de "tensión de precios" y que es gracias a las intervenciones estatales que todos pueden acceder a lo más básico de sus insumos para trabajar dignamente. Ya has detectado para quien será el sexto plomo.
Antes de ingresar a tu departamento, observas que el encargado platica con un hombre que parece su hermano, un Mercedes Benz en la puerta te hace sospechar que se trata de alguien importante, el encargado te presenta al interlocutor, es el líder del sindicato de encargados de edificios, quien jocosamente te dice; "que pasó con las vaquitas papito". Le dejas el séptimo y octavo regalo y lo depositas a un eterno descanso al lado de su opulento vehículo. Sales corriendo ante la atónita mirada del conserje, pasas la noche en un hotel de baja calidad en constitución, prendes el televisor y ves el revuelo en la puerta de tu edificio. El encargado habla de ti, dice que eres una persona buena, de trabajo, que hacías chistes, que todas las mañanas te ibas con las alpargatas a tu campo a trabajar, que volvías cansado pero siempre de buen humor. También indica que solo te habían hecho una broma por las vacas que habías perdido, pero que no era para tanto...
Los periodistas se preguntan qué habría de pasarle a un hombre común que se vio empujado a semejante actitud. Pasan las publicidades y en el bloque siguiente se repite el discurso presidencial en medio de un día de tensiones en el aeropuerto. La presidente indica que; "...vamos a ser duros con los que no comprendan que la dignidad del pueblo argentino está por encima de intereses particulares..." Casi sin querer, mirando el espejo enmohecido de la modesta habitación, te ves con el arma en la mano, agitado, mirando el televisor y compenetrado con el discurso. Súbitamente tomas consciencia de dos cosas; el destino de aquella última bala y la metamorfosis kafkiana que transformó a un ciudadano común en un asesino serial.
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