Durante un nuevo aniversario del golpe militar de 1976 se ha gestado un día completo de simbolismos para recordar la memoria y el pedido de justicia para las víctimas del terrorismo de estado. En paralelo, desde presidencia de la nación se ha otorgado otro día de asueto para conmemorar el beneplácito del auge del consumo y el crecimiento sostenido de la economía -"a tasas chinas"-. De ésta manera, hemos presenciado dos emanaciones de una misma gestión; por un lado diferentes manifestaciones de repudio al golpe militar y, por el otro, autopistas y rutas nuevamente atestadas por el desplazamiento turístico, en apuro y fuga.
Como contrapartida y fraguando aquel concepto de sociedades duales y, en medio del "clamor popular" por sellar definitivamente aquellas altruistas metas de memoria, justicia y castigo, miles de argentinos emprendieron un lento -aunque fugaz- peregrinaje a lugares más apacibles. Así, hemos podido observar una especie de migración esporádica interna; hoteles repletos, autopistas atestadas y ambulancias corriendo como rayos para salvar, en la medida de lo posible, una víctima más -de las miles- en accidentes de tránsito.
Mientras una Argentina festeja escupiendo, la otra parece descansar muriendo...
El pintoresco contraste nos trajo a nuestros sentidos algunos sucesos para reflexionar y pensar seriamente nuestro futuro. La primera de las manifestaciones mostró, entre otras cosas, desoladoras imágenes de niños llevados de la mano por sus mayores, lanzando escupitajos a fotografías de periodistas -perfectamente editadas para la ocasión- considerados cómplices del pasado genocida. Así, los pequeños, encontrando una fugaz sensación de estrellato, competían para ver cuál de sus emanaciones era más festejada por la anuente sonrisa y obsecuente aplauso de regocijados mayores, sin percibir, debido a la inocente pureza de la pequeñez, que se trataba de un momento en el cual sobre éllos, aberrantes carcajadas inoculaban en sus incontaminadas percepciones, toda la inmundicia de una adultez oxidada.
Pero otros niños no estaban allí, escupiendo y mirando de reojos si el blanco elegido era el correcto y la saliva acumulada, la justa; no.
Hubo otros niños intentando hacer un castillo de arena, llamando a su madre para que los ayude a construir una barricada que no permita que el agua, derribe en un segundo lo que con tanto esfuerzo habían trazado en una tarde. Y otros pidiendo a su padre que les cuente el secreto de ésa circunferencia que traza la pelota cada vez que él la impulsa, desconcertados con el viento que parece jugar para su máximo héroe.
Mientras unos niños escupen y escrachan, los otros esculpen y crean...
El mañana los verá grandes, probablemente los primeros guíen los destinos de los segundos siempre que continúen en desarrollo los principios gestados en el presente. Si queremos un República construida con el ahínco y preocupación de aquellos niños ante su casillo, no debemos permitir al sistema educativo que descargue sobre ellos las miserias de sus antepasados. Será una durísima tarea extirpar día a día, las falaces e interesadas historias de buenos y malos a las que se verán expuestos los pequeños en los próximos años. La seriedad de tal pronostico nos reclama ahora más que nunca como verdaderos protectores de nuestros jóvenes aún no abordados, debemos cambiar de slogan; ya no más "nunca más", sino de ahora en más, NUNCA CON LOS NIÑOS, DEJENLOS EN PAZ, DEJEN A LOS NIÑOS EN PAZ.
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