Porque el saber no se obtiene buscando un conocimiento completo, sino captando nuestra ignorancia adecuada.
jueves, 8 de junio de 2017
Inflación y Economía Argentina.
La inflación desde hace unos años ha vuelto a ser un problema económico central en Argentina. De hecho, parte no menor de lo que definió las últimas elecciones tuvo que ver con este proceso: por un lado se sostenía; “un poco de inflación no es dramático en tanto que los salarios no pierdan su poder de compra real”. Por otro se indicaba, palabras más palabras menos, lo siguiente; “la inflación es el principal mal a combatir en una economía, puesto que siempre los precios suben más rápido que los salarios –precios por ascensor y salarios por escalera-, perjudicando a los más necesitados. También es nociva para los proyectos de inversión dado que no se puede trazar un futuro previsible para cualquier emprendimiento, puesto que se presentan como opción los incentivos a generar rentabilidad haciendo arbitraje financiero, utilizando la diferencia nominal de variables que se ven exaltadas por la inflación antes de arriesgar todo a un proceso de producción física (con todo lo que implica en términos de lidiar con sindicatos, marcos legales, el fisco y demás)”.
A continuación dejaré someramente descritos algunos aspectos fundamentales de un proceso inflacionario, las causas que pueden originar los primeros movimientos de precios -que se estima pueden ser controladas-, y las consecuencias de depender en demasía de esas causas hasta perder el control y desatar un proceso que se acelerará hasta decantar en lo que se conoce como “hiperinflación”.
Un elemento central de la formación de un precio es la escasez y la utilidad de un producto. Sabemos también que el mercado es el lugar en donde se generan los intercambios, en donde hay quienes ofrecen productos y quienes demandan. Por lo tanto, abundancia de un bien genera efectos; por un lado puede restar utilidad por ser abundante. Esta cualidad de útil deviene por la necesidad de su posesión: un litro de agua en el desierto es escaso y útil en tanto que es abundante e inútil en la ciudad que se desarrolla al lateral de un manantial. ¿Qué sucedería si el cortejante ofrece dos litros de agua mineral como obsequio a su amada en medio de una cena romántica en el último piso de un elegante restaurante de New York en lugar de ofrecerle un collar de diamantes? ¿Y qué cualidad adquiere ese mismo cortejante ofreciendo los mismos bienes a su amada pero en medio del Sahara? ¿Cómo creen que respondería su amada en uno y otro caso? ¿Por qué bien se sorprendería y desearía en cada ejemplo? ¿Cuál sería la voluntad del cortejante respecto de decidir conseguir uno u otro bien en ambos casos y por qué bien decidiría inclinarse para culminar de la mejor manera su cortejo? Hay algo que en economía hace tiempo que ha sido saldado como elemento de observación, y que parece ser una especie de ley natural: no se desea aquello que abunda.
Pensemos ahora que el dinero que utilizamos para nuestros intercambios también es un bien que se ofrece y se demanda en el mercado, aunque hoy quien lo ofrece es un monopolista; el Banco Central que, en cierta medida, depende del Estado. Y es la institución que posee el monopolio legal del curso nominal del dinero que nos sirve de intercambio. Este dinero, cuando hacemos transacciones internacionales, debe cambiarse por dinero de cambio internacional -que es el dólar estadounidense en gran parte del mundo-. Hay que decir que el Banco Central también es quien posee el monopolio sobre la posibilidad de establecer un tipo de cambio determinado para transacciones internacionales (aunque no sea recomendable que lo haga, puede hacerlo, experiencias recientes lo atestiguan).
¿Qué sucede cuando hay abundancia de dinero en el mercado? Dado que una de las funciones del dinero es servir de medio de cambio, éste conforma su carácter de abundancia o escasez comparado con la cantidad de bienes y servicios de los cuales es reflejo. Si hay necesidad de incrementar bienes y servicios y por lo tanto se demanda dinero para hacerlo, es algo diferente en términos de cadena causal al proceso en el cual se impulsa la oferta de dinero desde el Banco Central para que haya más creación de bienes y servicios empujados por la demanda de los mismos. Al haber abundancia de dinero en el corto plazo, lo que más rápido responde en ese lapso es la subida de precios, puesto que incrementar producción lleva más tiempo, no es una reacción instantánea (menos aún si la capacidad instalada de producir está en máximos). De esta manera podemos intuir que la suba de precios no es consecuencia de unos “malos vendedores y empresarios que remarcan” (tal cosa es solo efecto aparente, la apariencia): la suba de precios se presenta porque el valor del dinero comienza a perderse por efecto de su abundancia. Entonces, quienes pretenden entregar ese dinero a cambio de otro bien que desean, deben entregar más de él porque quien lo recibe no lo valoriza tanto por su abundancia y exigirá más y más para compensar. De esta manera, en el proceso generalizado serán más y más personas las que querrán desprenderse de ese dinero abundante, intentando reemplazarlo por dinero escaso (en Argentina el dólar es el eterno retorno a la escasez verde como refugio de valor).
Hay quienes indican que el Estado no debería repetir siempre la receta de generar abundancia de dinero para poner en los bolsillos de los ciudadanos con anterioridad a que éstos realicen una prestación que sea concomitante a ese dinero (planes sin contraprestación), puesto que se empuja a la inflación y la inflación es algo que perjudica a los más necesitados. La cadena de causalidad que arranca como una buena intención terminaría generando el efecto contrario, se sostiene. Otros indican que si no se pone dinero en el bolsillo de los ciudadanos habría otros ciudadanos que verían muy mal su pasar, dado que dependen de la demanda de estos otros (changas, servicios menores barriales, mercados, albañilería y demás), y que la cadena de causalidad, con todo lo que pueda decirse, termina siendo un proceso virtuoso.
Los que abogan por el control de la oferta monetaria indican que una de las principales circunstancias que puede empujar a descalzarla es el déficit fiscal (lo que gasta el sector público respecto de sus ingresos); y que por lo tanto cuando menor sea el déficit menor es la necesidad de emitir dinero o tomar deuda. De ahí que hoy se habla tanto de “achicar el déficit”. Un déficit alto empuja a la emisión desmesurada de dinero y esta emisión desmesurada empuja a la caída de valor del dinero, esto empuja al desprecio por el mismo por parte de los particulares, que pedirán más de él para obtener la misma satisfacción que ayer. Así, como nadie quiere ese dinero, todos ven la posibilidad de desprenderse de él (algo así como la imagen de los tres chiflados quitándose de encima la bomba con la mecha encendida a punto de estallar pasándola de mano en mano antes de que explote). Si se toma deuda también hay un problema, dado que llegado el momento de comenzar a pagar los servicios de la misma (y si ésta es voluminosa) se debe o bien tomas más deuda, emitir o elevar impuestos –o de todo un poco-. Si se elevan impuestos se retrae la inversión y la creación de bienes y servicios, dejando relativamente a la cantidad de dinero en circunstancia de abundancia (siempre que se empuje a la emisión o al empleo público sin contraprestación para paliar la desocupación que la retracción de inversión genera lo que suele denominarse "efecto desplazamiento"). Esto empuja nuevamente al proceso anterior: si se toma más deuda se entra en un espiral que profundiza la dependencia de la confianza sin más, dejando expuesta a la economía a cualquier shock sensorial; un aleteo de una especie de pequeña mariposa financiera puede generar una gran crisis de desocupación y quiebras. Y si se emite dinero en demasía ya vimos lo que sucede.
Todo lo anterior podría no ser crucial en un contexto en el cual la capacidad instalada de producción se encuentre muy por debajo de su límite máximo. De esta manera, se dice, toda emisión de dinero cuya intención es volver a hacer funcionar tal capacidad, no se verá reflejada en incrementos de precios puesto que las respuestas son automáticas. Por lo tanto habría que ver desde donde se parte cuando se "inyecta demanda" por esta vía en una economía. Si se arranca desde una capacidad ociosa importante, el efecto inflacionario será menor (se dice). Desde este lugar podríamos indicar que en Argentina el problema inflacionario crucial, angustiante, no fue tal hasta finales de 2009 (momento en el que se habría llegado al agotamiento de la capacidad instalada acumulada durante la década del 90). La continuidad de inyección de demanda por el lado de la emisión monetaria (profundizada desde 2011) comenzó a acelerar la inflación y empezaron a descalzarse los demás parámetros (para amortiguarla se tocó el tipo de cambio, comenzaron a escasear divisas, y se elevaron los controles de precios). Hoy podríamos indicar que la economía Argentina prácticamente está en estanflación desde 2011 (inflación con estancamiento).